La «cuarentena radical» apaga Petare al mediodía

Texto y fotos: Vanessa Davies y José Gregorio Yépez

Comercios con santamarías a medio cerrar y vendedores ambulantes con un horario claramente definido construyen el día a día en una de las parroquias de Caracas más afectadas por la COVID-19

Petare en cuarentena radical es un fragor que comienza temprano y se apaga al mediodía «por donde pasa la reina», porque en las transversales la vida continúa entre cilantro, cartones de huevos y aguacates puestos sobre plástico.

«Hi, my friend» es la frase que da pie para detenerse en una vereda en la que abundan los tapabocas usados como collares y comida a todos los precios. La distancia física no existe; lo popular es la cercanía.

-Dos por un dólar, dos por un dólar…. ¿quién habla?- es el grito de despedida de las mujeres que ofertan dos paquetes de polvo chino para lavar. Las doce marcan su hora de partida. Los funcionarios policiales que empiezan su recorrido son el mejor recordatorio de la hora.

Es el día 172 de la cuarentena y después de las 12 sigue la actividad fuera de las vías principales, en la que no hay horario para las relaciones humanas. Porque en la avenida Francisco de Miranda parece haber un acuerdo tácito: se abre tempranito -aunque no sea de los sectores definidos como prioritarios por el ejecutivo de Nicolás Maduro- y se cierra a mediodía. Ferreterías, zapaterías y comercios tienen la santamaría medio abierta (o medio cerrada) para poder trabajar.

El movimiento de compradores y vendedores se confunde con las colas para echar gasolina. Porque de nuevo la escasez de combustible se hace sentir en las calles de Caracas y para esta enfermedad no hay antivirales, aspirina, dexametasona ni vacunas.

El recorrido entre la estación de Metro de La California (Unicentro El Marqués) y la redoma de Petare es un trecho lleno de tantas vidas, que cuesta creer que hay un virus que quiera cercenarlas. Los quioscos, transmutados en quincallas y carteleras comunitarias, siguen ofreciendo números de teléfono para alquiler de apartamentos y habitaciones, para servicio de plomería, para resolver emergencias con llaves.

Quien crea que en Petare, por ser una zona popular, no se consiguen alimentos caros, se equivoca de plano. Una vendedora ambulante muestra manzanas verdes, dos por un dólar. Pero los contrastes son aún más extremos: Otro vendedor dobla bluyines que ya van por su cuarta vida, usados y requeteusados. «200 mil» cada uno, informa. Y de inmediato, aclara: «Sirven para trabajar».

Tres cuadras más adelante una tienda saca sus ofertas del día: un ventilador de pie en 18 dólares, una cocina eléctrica de dos hornillas en 15 dólares. Si los dueños o los vendedores tienen miedo de contagiarse se llevarán el secreto a la tumba.

Aunque los mercados a cielo abierto no se permiten por la pandemia, una cava se luce con sus «tronquitos» de sardina: tres kilos por un dólar. Mientras más te acercas a la redoma, más humilde es la oferta sobre telas o bolsas plásticas; podría ser basura, objetos desechados por otros.

Petare es Petare. El espíritu es otro en esta parroquia del municipio Sucre del estado Miranda en la que, según datos oficiales, el coronavirus ha hecho de las suyas. Antes de la redoma de Petare, en el Hospital Pérez de León, unas 10 personas esperan pasar a la carpa identificada como Médicos Sin Fronteras.

Tomarse un selfie con la estatua del Cristo de la redoma de Petare no extraña a nadie. La figura, de varios metros de altura, lleva un tapabocas y se convierte en el recordatorio de que la mascarilla es un salvavidas incómodo, pero salvavidas al fin.