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jueves, 28 marzo, 2024
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Rodrigo Cabezas le escribe una carta al mundo de la izquierda internacional

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El exministro de Finanzas y profesor universitario hace una serie de críticas al Gobierno de Nicolás Maduro

Rodrigo Cabezas señala que no deben existir solidaridades automáticas con la gestión de Nicolás maduro, ya que considera que se ha desviado de los principios democráticos y de lucha por los sectores vulnerables de población.

Economista, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Económicas de La Universidad del Zulia, cuestiona que la dirección de los equipos encargados de la economía en los últimos años no han estado a la altura de los problemas del país y señala la poca preparación académica.

Habla de «un desprecio por el conocimiento», lo que según su percepción ha impedido una respuesta adecuada a la coyuntura económica y política.

Aquí presentamos el texto que publica Rodrigo Cabezas, quien también fuera diputado por la izquierda al Congreso Nacional, Asamblea Nacional y Parlamento
Latinoamericano y excoordinador Internacional del PSUV (2011-2015).

Venezuela: El sonido del silencio de las víctimas o la coartada antiimperialista de los victimarios

Escribo este texto desde Venezuela, donde nací, vivo y trabajo en La Universidad del Zulia.

Su destinatario es la izquierda que cultiva y ejercita los valores y principios democráticos.

Lo hago en serena disidencia, desde la ciencia, la ética, el humanismo y la libertad, en contra del fraude político que ejecutan los actuales dirigentes de la revolución bolivariana.

Ignorancia, dogmatismo y corrupción

Mi patria amada está sumergida en un drama humano que ha socavado los derechos más elementales de la vida en dignidad. En 100 años no conocimos tal nivel de devastación de lo económico-social, así como el eclipse de nuestra democracia y libertad. Ha sido vulnerado el acceso pleno de nuestra población a los alimentos, la salud, la educación, el salario justo, la cultura y el derecho político a elegir gobernantes sin ser perseguidos por pensar diferente.

La principal causa que lo explica es el profundo desprecio de la autocracia gobernante por la ciencia económica, lo profesional y lo técnico. Siete años han transcurrido sin un especialista del área en la conducción del gabinete económico ministerial y del Banco Central. La industria petrolera, las empresas básicas de Guayana, la petroquímica y el sistema eléctrico nacional han tenido a militares totalmente inexpertos al frente de ellas.

En los últimos cuatro años no se conoce la Ley de Presupuesto y de Endeudamiento de la República, esto raya en lo insólito.

En el año 2014 la economía venezolana requería con urgencia, por caída de los precios del petróleo, un programa de estabilización macroeconómica, una reestructuración y refinanciamiento de la deuda externa y unos nuevos arreglos jurídicos petroleros. Nada se hizo, no sabían que no sabían. Desde el dogma fútil y la ignorancia exponencial, procedieron a descalificar por supuestos neoliberales a quienes lo advertimos, cómo fue mi caso en diciembre de 2015.

El Banco Central fue obligado a producir un tsunami en emisión de dinero de la nada, que nos ha hundido en la hiperinflación destructora de salarios, inversión y gasto público, y ésta ha sido la ruinosa opción de financiar un déficit público. El gobierno -bajo el régimen de control cambiario- mantuvo un precio del dólar exageradamente barato afectando la rentabilidad del negocio petrolero y la recaudación tributaria interna, convirtiendo la asignación de divisas en fuente de una corrupción grotesca e impresionante.

Las consecuencias no se hicieron esperar: desde 2014 al presente tenemos la recesión más profunda y prolongada de nuestra historia, hiperinflación desde finales de 2017, el impago de deuda externa y aislamiento del mercado financiero global y multilateral desde 2017, el derrumbe de nuestra industria petrolera desde 2015, pobreza a niveles de 65% de la población, migración forzada de más de 5 millones de compatriotas desde 2016, y desnutrición y hambre en sectores vulnerables.

El discurso oficial al comienzo de la recesión, hace siete años, justificó tal desastre en la “guerra económica”; posteriormente, con las sanciones impuestas por los norteamericanos, con impacto desde 2018, se mudaron a esta excusa. La verdad es que estas últimas profundizaron la crisis pero no la originaron. El 80% de los venezolanos no cree esa narrativa.

Para ser verdadera, a una revolución le está negada equivocarse en lo ético-moral. Al momento de escribir estas líneas, se informa que fiscales suizos identifican 100 cuentas bancarias en 30 bancos de ese país por 10,1 millardos de dólares provenientes de fondos públicos venezolanos. La corrupción hizo metástasis, fue de paraíso fiscal a paraíso fiscal: Andorra, Belice, Dominica, Suiza, Barbados, Luxemburgo.

Una nueva élite política enriquecida, que no pasa la prueba de la honestidad y de la modestia de vida, está a salvo porque el poder judicial es parte de la degradación moral y sustenta el fortalecimiento de la impunidad descarada: el poder judicial perdió su imparcialidad, probidad e idoneidad. El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de mi país es una simple sucursal del Poder Ejecutivo. El mejor ejemplo de ello es que somos el único país de América Latina donde se prohibió averiguar y sancionar a los altos funcionarios públicos señalados en el caso de los sobornos y pago de coimas por la constructora brasileña Odebrecht. Venezuela vive una catástrofe ética. Esto no es ninguna revolución.

El capitalismo venezolano es ahora más desigual, inequitativo, improductivo y corrupto.

Pobreza, Desigualdad y Migrantes

Los avances logrados para reducir la pobreza y la desigualdad entre 2004 y 2012 en el gobierno del Presidente Hugo Chávez, ya no existen. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, ENCOVI, 2019-2020, realizada por la Universidad Católica Andrés Bello, UCAB, la línea de pobreza multidimensional está ubicada en un 65%. Es decir, más de 11 millones de venezolanos están en pobreza crónica, esto es el 41% de la población; es el nivel de Nigeria, Chad, Congo, Zimbabue, Yemen, Haití y Sudán.

Como consecuencia, el 79.3% de los compatriotas no tienen cómo cubrir la canasta de alimentos, el ingreso promedio diario es de 0,72 centavos de dólar. El salario real ha caído en 7 años consecutivamente, siendo menor que el de Cuba y Haití. La desnutrición y el hambre están infaustamente presentes. El consumo nacional promedio de proteínas es el 34,3% del requerido. Lo más inhumano y doloroso es que en el diagnóstico nutricional de los niños menores de 5 años de mi patria, 639 mil de ellos tienen desnutrición crónica, cada uno de tres tiene talla baja. Después de Guatemala, somos el segundo peor país de América Latina y el Caribe en esta estadística inhumana.

Un gobierno que liquidaba las oportunidades de una vida digna originó, por primera vez en nuestra historia, una migración forzada de carácter masivo. Cinco millones de los nuestros han marchado a tierras extrañas en busca de trabajo, el 50% de la diáspora son jóvenes entre 15 y 29 años de edad, el 34%, que equivale aproximadamente a un millón setecientos mil, son profesionales universitarios y técnicos; es decir, recurso humano educado, que ayuda hoy a otras naciones.

La migración es sufrimiento, angustia, estrés, tristeza, miedo, desesperanza. Los
gobernantes no la reconocen y se burlan cínicamente de ella. Hasta 2020, según ENCOVI, un millón seiscientos dieciséis mil hogares venezolanos vieron partir un familiar como mínimo, el 70% de ellos hijos, dos míos entre ellos. Esta distancia duele en el alma y a los enriquecidos gobernantes de la revolución les es indiferente.

Alianza cívico-militar-policial: Violación flagrante de los DDHH

La amplia mayoría popular que derrotó en las elecciones parlamentarias 2015 al Partido Socialista de Venezuela provocó la deriva autocrática de la revolución bolivariana. Para cumplir la decisión cupular de quedarse en el poder como fuera y a costa de lo que fuera, convirtió a ese proyecto político en intolerante con las ideas distintas e incapaz de aceptar democráticamente la soberanía popular que les abandonó.

La única manera de usurpar el poder era eliminando el estado de derecho; el totalitarismo puso a sus pies al poder judicial y electoral, a las fuerzas armadas y a la policía política para amenazar, perseguir, hostigar, detener y torturar al liderazgo social y político que les adversaba para así permitirse elecciones absolutamente fraudulentas. El parlamento elegido por el pueblo fue cercado inconstitucionalmente, sus diputados acusados, muchos de ellos hechos prisioneros y en el exilio. Los principales partidos políticos de la oposición fueron secuestrados en sus directivas por la subordinada Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia.

Sin ningún escrúpulo o sonrojo, y quizás creyendo que concebían algún aporte a la teoría política revolucionaria, anunciaron públicamente que se superaba el enunciado estratégico chavista de la alianza cívico-militar por el de una nueva alianza cívico-militar-policial. Lo peor estaba por venir y llegó. Nuestra convivencia democrática entró en una de sus más largas tenebrosidades.

Es así como la misión internacional independiente de determinación de los hechos de la Naciones Unidas verificó que en Venezuela el gobierno cometió violaciones flagrantes de los DDHH de manera generalizada y sistemática, ejecuciones arbitrarias y tortura, que constituyen crímenes de lesa humanidad.

El informe de la ONU es desgarrador desde lo humano. Cientos de víctimas han sido sometidas al terror del Estado. Lista larga de la ignominia disfrazada de socialismo:
detenciones arbitrarias, desapariciones forzosas, burlas al debido proceso y derecho a la defensa, tortura, trato cruel, inhumano, degradante y humillante, actos de violación y amenazas sexuales.

En él se detallan las técnicas de tortura utilizadas por los órganos represores y los esbirros torturadores: posiciones de estrés, asfixia con bolsas de plástico, golpes, descargas eléctricas, simulacro de ejecución, encadenamientos, disparos cerca de los oídos, incomunicación por días y meses, iluminación constante y frio extremo, desnudez forzada.

En fin, prácticas infamantes de tortura física y psicológica.

El desborde en la violación de los DDHH ha sido de tal magnitud, que el Ministro de
Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino López, el 7 de junio de 2017 hizo una arenga pública televisada en una asamblea de oficiales al decir “No quiero ver un guardia
nacional cometiendo una atrocidad más en la calle”. Nunca se supo quién dio la orden de cometer tales atrocidades. Más de 120 jóvenes fueron asesinados en esas protestas.

El ex Alcalde del municipio Cabimas del Estado Zulia, Félix Bracho, por firmar junto
conmigo un documento público pidiendo un referéndum consultivo en 2019, fue
arrestado arbitrariamente, maltratado y humillado por un Comandante de la Guardia de apellido Camacaro. Una madrugada los carceleros entraron a su celda,
lanzándolo al piso le pusieron una capucha negra y apuntaron un fusil en su cabeza
haciendo un simulacro de ejecución.

Por otra parte, el Capitán de Corbeta Rafael Acosta Arévalo, el 20 de junio del 2019, fue presentado moribundo al Tribunal Militar de la causa, horas después falleció, lo habían torturado brutal y salvajemente hasta la muerte.

El líder indígena Pemón Salvador Franco, preso político, pierde su vida en la cárcel Rodeo II, este 3 de enero de 2021. La autopsia indica edema cerebral, shock séptico, tuberculosis y desnutrición; le negaron la atención médica.

Rubén González, líder de los trabajadores de la Ferrominera del Orinoco fue encarcelado en 2009 por tribunales militares y civiles durante tres años y tres meses por defender los derechos laborales de sus hermanos de clase.

La ONG de DDHH PROVEA informó recientemente que monitoreó e identificó que 72 personas han sido asesinadas por policías o militares como consecuencia de la tortura durante el gobierno de Nicolás Maduro.

Escribiendo estas líneas nos enteramos de la detención de 5 integrantes de la ONG sin fines de lucro Azul Positivo, quienes llevan varios años trabajando en la prevención del VIH. Así mismo, de las amenazas de juicio penal dirigidas al Presidente de PROVEA Rafael Uzcátegui.

Al comenzar el 2021 la ONG Foro Penal contabiliza 353 presos políticos en Venezuela, 230 civiles y 123 militares. El miedo, el terror, la tortura y la cárcel son cimientos de un estado capturado por una élite antidemocrática.

Ocurre que como la barbarie siempre es vencida a lo largo de la historia, la batalla que nos permita terminar con la impunidad, encontrar la verdad, hacer justicia a las víctimas concediéndoles reparaciones por el sufrimiento infringido y rehabilitándolos en su dignidad mancillada, es un desafío al que la sociedad humana venezolana no puede renunciar.

Nadie que haya asumido el ideal socialista democrático, puede avalar, ser indiferente,
guardar silencio o atreverse a justificar el sufrimiento humano que origina una política de terror de Estado.

El socialismo es libertad. El antiimperialismo como coartada

La revolución bolivariana dio esperanzas de emancipación social que logró reunir una
mayoría popular en torno a Hugo Chávez. Esta no fue consecuente con lo ofrecido en 2006 para avanzar hacia el socialismo del siglo XXI, sin ser una repetición de la experiencia criminal del estalinismo soviético.

El compromiso de su carácter democrático se perdió debido a su desviación autocrática y totalitaria que liquidó el estado de derecho. Se disipó por el liderazgo militar que subordinaba lo civil, por el sistema de control social de los más pobres, al colapso ético de su vanguardia, y por ser un partido político eunuco y antidemocrático. Y, entre otra razón más, se perdió debido a la visión estatista que se enfrentó a la inversión privada.

El proyecto socialista, al no ser consecuente con los principios y valores de la democracia, arriba a autocracias o dictaduras que cercenan la libertad. Es una experiencia histórica trágica. La libertad no es una mera consigna retórica o demagogia de ocasión de filibusteros políticos, es un valor esencial de cualquier transformación de la sociedad humana; es liberación, insurgencia, emancipación, respecto de formas de poder en lo político, económico y cultural. Es el derecho a expresarse sin temor alguno desde la diversidad humana. Lo traicionan quienes desde la degradación ética, el dogma infecundo, la justificación de la violación de los DDHH y el desprecio por la ciencia y la cultura, lo convierten en un orden social opresivo que persigue y aniquila la libertad. ¿Por qué esta
élite condena a Venezuela a no tener periódicos impresos? ¿A una autocensura
humillante de los medios de comunicación e información? ¿Por qué no podemos acceder a canales de TV como CNN y NTN24 y decenas de páginas web?

Esto es lo ocurrido en Venezuela a profundidad en estos siete años. La otrora revolución bolivariana la convirtieron en un gobierno que hace rehén a su propio pueblo a partir de la coerción militar-policial-clientelar. Una nación no puede ser concebida como un botín de guerra que se asalta a costa del sacrificio de millones de seres humanos. Eso no es socialismo democrático, no es de izquierda, no es progresista, no es humanismo.

De cierto, el proyecto del socialismo del siglo XXI en Venezuela fracasó aunque conserve el poder fáctico. Fracasó porque una nación a pesar de sus víctimas y sufrimientos se opone a la élite que la gobierna desde la usurpación y reclama un cambio político en democracia que aquellos les niegan. Esto será inevitable, un pueblo no puede ser encarcelado para siempre.

Fracasó porque ofreció a los venezolanos democracia protagónica y participativa y ha terminado en una autocracia represiva que advierte formas totalitarias de control social y político. Fracasó porque ofertó honestidad en la administración de los recursos públicos y acabaron haciendo generalizada la corrupción, con una nueva oligarquía política que realiza la transferencia de riqueza más grande de nuestra historia a instituciones financieras en paraísos fiscales. Fracasó dado que prometió inclusión social e igualdad y el resultado es pobreza que degrada lo humano en el hambre, la desnutrición, el desempleo y la falta de oportunidades para ejercer derechos.

Fracasó porque prometió una vida digna y terminó imponiendo un sistema de control político denigrante con el carnet de la patria, las bolsas de comida y bonos paliativos.

Fracasó al ofrecer un gobierno “obrerista” y terminó arrebatando la libertad sindical,pulverizando el salario real, eliminando la conquista de los contratos colectivos y las
prestaciones sociales, y encarcelando a los dirigentes valientes que reclaman los derechos obreros. El fracaso en dolor mayor fue ofrecer una patria para todos y, por sus acciones, terminan negándosela a más 5 millones de sus hijos que escapan a otras tierras para encontrar el horizonte que en su país extraviaron.

A la autocracia que gobierna sobre el pueblo venezolano solo les queda una coartada para intentar justificarse. Recurren a ella con delirante fanatismo. Creen que con ello no tienen que rendir cuenta de la tragedia, dolor y sufrimiento que han causado a millones de venezolanos. Así, el antiimperialismo se convierte en la retórica de turno que intenta expiar sus responsabilidades en la devastación de la república. El intelectual Pablo Stefanoni al realizar una reflexión respecto de Venezuela expresó una idea que hago mía: “Así, el antiimperialismo se desacopla de su dimensión emancipadora para asumir una dimensión justificativa e incluso celebratoria de diversos regímenes supuestamente enemigos del imperialismo”.

Me he preguntado por qué países sancionados o bloqueados económicamente como
Cuba, Irán y Corea del Norte no han tenido hiperinflación o desnutrición infantil. Me he preguntado porque Irán sigue en su nivel promedio de producción de crudo y gasolina y su sector privado no petrolero exportó más de 18 mil millones de dólares en bienes y servicios en 2020.

No hay excusa para ocultar que la más espantosa crisis macroeconómica y humanitaria de Venezuela comienza en 2014, bajo plena responsabilidad del gobierno de Nicolás Maduro.

Las sanciones llegaron cuatro años más tarde. El respetado intelectual estadounidense Noam Chomsky contextualiza ese tipo de discurso, cuando afirma: “Es un comportamiento típico de los autócratas y los dictadores. Cuando cometen errores garrafales…, encuentran alguien más a quien echarle la culpa”. En Venezuela, el discurso antiimperialista es una coartada de los victimarios.

La izquierda democrática y progresista de nuestro planeta, la antifascista de Europa, Asia, Centro América, el Caribe y Sur América, la anticolonial de África, la liberal de EEUU y Canadá, tienen una oportunidad de acompañar a las víctimas que esperan justicia en Venezuela. No hay razón alguna que justifique darle solidaridad automática a una autocracia política que terminó siendo, como proyecto socialista, un descomunal fraude.

Venezuela, 12 de febrero de 2021.

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