Jon Paul Rodríguez: Nos enfrentamos a diario con tragedias ambientales pero sabemos que la naturaleza se puede recuperar

Vanessa Davies

El biólogo y presidente de Provita acaba de recibir un «Oscar verde», el premio Whitley, por el trabajo en la defensa de la cotorra margariteña. «Los crímenes contra la vida silvestre no se perciben como graves», señala Rodríguez, quien teme que la emergencia humanitaria en la cual se encuentra Venezuela tenga un impacto ambiental no cuantificado

Ambientalista rima con optimista, y Jon Paul Rodríguez lo sabe. Algo han visto en él organizaciones mundiales como el Whitley Fund for Nature, que en mayo de 2019 le entregó, por su perseverancia en la defensa de la cotorra margariteña, un galardón conocido como el “Oscar verde”.

De los 52 años que acaba de cumplir ha empeñado más de la mitad en la defensa del ambiente, y ha dedicado buena parte de ellos a la biología. El más reciente objeto de su pasión son los tiburones ballena que arriban a la playa de Chichirivichi de la Costa (Vargas). Aunque se amarga por las consecuencias que tiene la emergencia humanitaria sobre los ecosistemas venezolanos, insiste en que la naturaleza siempre se puede recuperar. Y éste es uno de sus mensajes centrales para el 5 de junio, Día Mundial del Ambiente.

“La crisis aumenta la presión sobre los recursos naturales”, confirma Rodríguez en conversación con Contrapunto pocas horas antes de una fecha que para el mundo es de denuncia y de recuerdo. Pero, añade, “uno no puede estar en esto sin ser optimista. Nos enfrentamos a diario con tragedias ambientales, pero lo que más me da esperanza es que hay evidencia de destrucción, pero también de recuperación”.

-¿Cómo?

–Con las políticas adecuadas se puede recuperar. Si uno le da chance, la naturaleza vuelve. Las especies extintas en Venezuela son pocas si se compara con otra parte del mundo.

La cotorra de Provita

Jon Paul Rodríguez estudió biología por dos razones: “Crecí toda mi vida con mi familia acampando y pescando, y por los documentales de Jacques Costeau. De él me gustaba la aventura, la mezcla de ciencia y entretenimiento”.

En 1985 comenzó la carrera de biología en la Facultad de Ciencias de la UCV. No se decepcionó, aunque veía “materias filtro” como física, matemática y química. Fue placentero, para este egresado del Colegio Emil Friedman, encontrarse con la libertad ucevista. Tanto, que con la suma de otros esfuerzos decidió crear una organización no gubernamental para la defensa del ambiente: Provita, que nace formalmente en 1987.  

Es difícil pensar en Provita sin ver la imagen hermosa de la cotorra margariteña, especie en peligro de extinción. La recuperación de esta especie emblemática de la Península de Macanao se convirtió en el proyecto bandera de la organización.

La idea siempre fue proteger los nidos de la cotorra de la extracción ilegal, uno de sus grandes enemigos (el otro es la destrucción de su hábitat para el saque de arena): “Siempre trabajamos en el Hato San Francisco, en tierras privadas”, recuerda. “En ese momento los recorridos para proteger los nidos eran diurnos, pero al aumentar la presión de la gente sobre el animalito la protección debe ser de 24 horas”, aseguró.

Los más de 30 años de proyecto de cotorra margariteña han permitido pasar de 600 ejemplares a 1.700 en la actualidad, con medidas como el resguardo de los nidos y la restauración del hábitat. “Tenemos un batallón de gente que cría arbolitos con especies locales”, lo que ha permitido restituir unas dos hectáreas para reconstruir la conexión del bosque. También se realiza el festival de la cotorra margariteña, entre septiembre y octubre de cada año, y resulta obvio que nadie vuelve a ser el mismo después de vestirse como el pájaro que ha sufrido tantas agreciones.

Algo hay en el trabajo de la cotorra margariteña que hace que organismos internacionales hayan decidido respaldarlo. “El proyecto es exitoso por las alianzas y por la persistencia, estimulada por la misma gente”, afirma Rodríguez.

No es la primera vez que la defensa de la cotorra recibe el premio Whitley. Mas en esta oportunidad el dinero del galardón, 60 mil libras esterlinas, permitirá que el proyecto se mantenga por dos años más y además de sostener al personal, los equipos y la producción de árboles.

Idealmente el proyecto debe llegar “a que no haga falta que estemos en el sitio” para proteger esta especie, sino que haya una alianza entre privados, académicos y gobierno. Pero “no estamos allí todavía”, admite.

Crímenes que no se ven como tales

Como biólogo, Rodríguez considera que, en materia ambiental, “hay pocos incentivos para cumplir las leyes, y los crímenes contra la vida silvestre no se perciben como graves. Existe la sensación de que si algo está allí tienes derecho a utilizarlo, que el recurso natural está allí para eso”.

Explica que nadie se escandaliza por la venta de un plato de venado en un restaurante, o por el comercio de aves y monos en las carreteras. “No hay una estructura para lidiar con eso”, critica el investigador.

“Los venezolanos tenemos una visión extractivista que marca la relación con la vida silvestre, y eso se debe a que somos un país petrolero”, razona Rodríguez.

Por eso “no hacen falta más leyes” sino un cambio cultural. “El marco legal está cubierto, aunque quizá haya que agilizar algunas normas, como los procedimientos de confiscación. El Ministerio de Ecosocialismo no realiza procedimientos sin la Guardia Nacional Bolivariana, por ejemplo; hay que buscar la forma de hacer las cosas más fáciles, destrabar los procedimientos”.

El cambio cultural “es más difícil”, admite. “En Margarita la cotorra es percibida como un acompañante, no es sólo una mascota. Hemos incorporado a científicos sociales para que nos ayuden a entender estos casos y canalizar las acciones; es algo que recién está empezando”.

Ahora Rodríguez está trabajando con tiburones en Chichiriviche de la Costa. “Tenemos el proyecto tiburón ballena, que busca disminuir la captura y muerte de tiburones ballena y que se basa en algo interesante: hay más ahora que antes; casi todos son machos juveniles que pasan la primera parte de su vida en costas venezolanas y luego se van”.

Estos animales son inofensivos y atraen la atención de todos. “La primera vez que vi uno, hace dos o tres meses, perdí la respiración, estaba muy cerca y era muy grande”, confiesa Rodríguez, fiel defensor de la vida esté donde esté.