Tomás Straka: Si esto no da un viraje al final será aceptado como gobierno el que más parezca un gobierno de verdad

Texto: Vanessa Davies

“El gobierno de Guaidó cada vez más parece un gobierno en el exilio”, evalúa el historiador y profesor universitario. A su juicio, si Maduro tiene un notable éxito en las medidas que está implementando, la gente puede decir: “De lo que era el menú, y yo puedo comer, esto es lo mejor”. Sobre las elecciones, opina: «Inclusive en las peores condiciones se puede participar electoralmente si vas con un plan claro de qué hacer. Lo que no puedes es participar en un juego de forma ingenua, creyendo que las reglas son distintas»

La navegación entre el pasado y el presente es una destreza de la que hace gala el historiador Tomás Straka. Avanza por las aguas turbulentas de antes y por las aguas turbulentas de ahora y trata de poner la luz sobre algunas ideas, no necesariamente populares, como legitimidad, poder real y elecciones.

En un artículo publicado en la revista Democratización, del Instituto Forma, Straka analiza la legitimidad en un periodo de la Venezuela del siglo XIX. La situación actual de Venezuela con Nicolás Maduro y Juan Guaidó, afirma en entrevista con contrapunto.com, recuerda a la crisis de representatividad en el siglo XIX: un rey en España que se consideraba que no es legítimo y otras instancias que asumían ser legítimas. Los venezolanos, “como parte de esa monarquía española, sentíamos que ninguno de los dos nos representaba”; es decir, “si José Bonaparte no nos representa a nosotros, y la regencia tampoco nos representa, la soberanía regresó a nosotros y nosotros decidimos qué hacemos”.

Hoy “se parece”, porque se ven “dos entes, dos instancias que asumen la representatividad. “Una parte de la comunidad internacional reconoce que los auténticos representantes del pueblo de Venezuela son la actual Asamblea, la Presidencia de la República, los que salieron de estas elecciones e, incluso de la asamblea nacional constituyente; y otros consideran que los verdaderos representantes son la Asamblea pasada, porque se produjo en las últimas elecciones que reconocemos como legítimas. Es una situación bastante parecida”.

-¿Quién es el verdadero representante hoy? Maduro pareciera no representar a la gran mayoría del país.

-Las encuestas dicen eso, que una parte del país no se siente representada.

-Tampoco pareciera sentirse representada por el sector que lidera Juan Guaidó. ¿Quién representa al pueblo venezolano? ¿Nadie nos representa?

-Eso es básicamente lo que sintió un sector de los venezolanos en el siglo XIX. En 1810 probablemente la mayor parte de los venezolanos sentía que la regencia que actuaba en nombre de Fernando VII era la que realmente la representaba. No todos llegaban a esa conclusión. ¿Qué implica esto? Cuando un pueblo siente que nadie lo representa, o un amplio sector del pueblo siente desencanto por un lado y desencanto por otro lado, comienza la pugna para ver quién ocupa ese poder y quién logra la legitimidad.

-¿Estamos en esa pugna ahora?

-Creo que sí. Todo lo que se mueve Guaidó en el exterior para decir “señores, Biden sí me reconoce, la Comunidad Europea sí me reconoce” tiene efectos prácticos en distintos niveles. Y uno de los efectos es “señores, a lo mejor ustedes por una razón o por otra han tenido alguna desconfianza hacia mí, pero yo soy legítimo, porque vean que otros reconocen esta legitimidad”. Y todo el esfuerzo desde el gobierno de Nicolás Maduro, desde la nueva Asamblea para que haya una oposición, que se combata una disidencia interna dentro del chavismo, que haya elecciones, el deseo desesperado de que la gente vaya a votar reflejan que también buscan una legitimidad. Si mañana se convocan elecciones y se revientan las calles de gente haciendo cola para ir a votar, esto podría considerarse como borrón y cuenta nueva.

-No pareciera.

-Pareciera que estaban buscando eso, y pareciera que no fue lo que ocurrió.

-Tenemos una crisis de legitimidad y no sabemos quién representa los grandes anhelos de la población. ¿Quién va a llenar ese vacío?

-Es imposible saberlo.

-Veamos nuestra historia. ¿Qué suele pasar cuando tenemos esos huecos?

-Lo que pasó en el siglo XIX es una advertencia muy dura y muy mala. Tanto la América española como España se hundieron en varias décadas de inestabilidad y de violencia política con otras ramificaciones sociales y económicas. Sería una gran advertencia sobre la necesidad de recomponer la representatividad, y no solo lo digo de este lado del Océano. Si uno se pone un poco estricto y uno exagera un poco en España la cosa no se calmó hasta 1939 cuando Franco, que no tenía la representatividad pero toma el poder, ata y deja la cosa bien atada. Hay que ver qué son 100 años de inestabilidad tanto allá como acá. Yo espero que no lleguemos allí. ¿Quién puede llenar esto? Habría que ver los estudios de opinión. Parece haber una clara tendencia de un porcentaje que se sigue considerando muy identificado con el gobierno de Maduro y con la Asamblea; otro porcentaje sigue identificando que Guaidó, si no es lo que más le gusta, es lo mejor que hay. O puedes decir que es un mal precedente pero es legítimo que él esté allí, y si tiene que salir de allí, que sea por los canales regulares. Es una aproximación que ocurre en todas las democracias. Todos los presidentes son malos al día siguiente de que los eligen. ¿Pero quién puede llenar esto? Hay dos que están claramente compitiendo, y siempre puede surgir algún otro tipo de liderazgo que uno no perciba.

-¿El outsider?

-Guaidó era un desconocido para la abrumadora mayoría de los venezolanos, hasta el día cuando lo nombraron presidente de la Asamblea.

-No es la primera vez que estamos en un sistema autoritario y que la gente quiere cambiar. ¿Qué ve novedoso?

-Este asunto de que no está claro quién es el gobernante legítimo ocurrió al principio de la Independencia de forma muy radical, y después volvió a ocurrir probablemente en la Guerra Federal. Nosotros hemos tenido autocracias y hemos tenido dictaduras. Sin embargo hubo un momento en que poca gente discutía que Gómez fuese ilegítimo. Un sector lo hizo, pero en general la mayor parte de los venezolanos aceptaban a Gómez. Por mucho tiempo no tuvo rivales importantes. Tal vez lo más novedoso, si lo comparo con la Independencia o la Guerra Federal, que es lo que más se parece, es la cierta convivencia. En cualquier parte del mundo, si me declaro presidente o la Asamblea me declara presidente, y hay otro presidente, por lo menos me mandan a la policía. Esta situación un poco difusa… aunque el retrato, el 3 de marzo de 2021, pareciera ser que, más allá de la legitimidad y la representatividad, uno de los bandos ha logrado ganar el match en cuanto al control del país. Un control efectivo por lo menos adentro.

-¿Aunque no sea legítimo?

-Sí, porque hay una cosa muy mala en la vida. En ocasiones la legitimidad te la da el triunfo. Yo me anoto a ganador o tengo que ver cómo me arreglo con esto, o estoy viendo que están haciendo unos cambios y soltando algunas válvulas, y es mejor que como estaba antes. La comunidad internacional es experta en eso, en al final entenderse como quien ejerce el control, porque necesita resolver cosas. Esa es una dimensión que imagino tiene pensando mucho a Guaidó. Me doy cuenta de buena parte de su esfuerzo es demostrar “me atendió fulano, me atendió perencejo”. Muchos gobiernos no reconocen la presidencia de Maduro y de alguna manera se las arreglan para tener representación diplomática y relaciones comerciales con Venezuela.

-¿Esa dualidad se puede sostener mucho tiempo más?

-El sentido común diría que esto no puede mantenerse demasiado tiempo así, pero en Venezuela pasan tantas cosas que son insólitas… Inglaterra reconocía al gobierno polaco en el exilio. El gobierno de Guaidó cada vez más parece un gobierno en el exilio. Por un tiempo parecía un gobierno en el exilio dentro de Venezuela, que es una cosa muy particular: tenía todas las características de un gobierno en el exilio, pero dentro de Venezuela. Otros presidentes te reconocen como presidente, puedes nombrar representantes diplomáticos, manejas incluso recursos en el exterior, pero dentro del país no puedes cambiar la señalización de una calle en Caracas. Cuando Inglaterra reconoce al gobierno en el exilio en Polonia tenía relaciones con el otro gobierno. No es la primera vez que pasa. Tenemos que entender que los países tienen estómago para esto y para mucho más; estómago infinito. Al fin y al cabo hay una regla más clara. Yo me imagino que si las tendencias siguen como van, si las tendencias no se revierten, al final -en una especie de prueba de fuerza- el que se quede mandando va a terminar siendo, en términos prácticos, con quien la gente se entienda, indistintamente de la legitimidad. Tienes que sacar el pasaporte, la cedula; tienes que ver cómo consigues gasolina, si se vuela una tanqueta de Corpoelec tienes que hablar con Corpoelec. Al final la práctica puede ir haciendo que quien tenga el control se pueda mantener. Esto, salvo que haya una tendencia distinta, puede ocurrir a mediano plazo. Aunque se siga hablando de dos gobiernos, si esto no da un viraje en alguna dirección, al final será entendido y aceptado como gobierno el que más parezca un gobierno de verdad.

-Aunque no sea legítimo.

-El pulso puede terminar dándole legitimidad a algo. No soy politólogo, pero es como la gente que ocupa un terreno y dice “tengo aquí 25 años, lo he sembrado”. Una situación de facto se convierte en una situación de iure. No será la primera vez que eso ocurra en otras partes.

-¿Para nosotros sí sería la primera experiencia de un gobierno en el exilio?

-Un gobierno en el exilio, que la gente reconozca que es un gobierno en el exilio… Uno pudiera pensar que lo más parecido fue cuando, en un momento de la Independencia, el movimiento republicano estaba derrotado y Venezuela ocupada por tropas realistas, y sin embargo había representantes diplomáticos. Como lo que le pasó a Andrés Bello, que tuvo que buscar trabajo porque no le llegaba el sueldo, porque él era representante de un país y lo aceptaban como tal, pero el país no existía. Es lo más parecido. Ha habido representantes, pero no sé si con el nivel de gobierno en el exilio. No sé si durante la época de la guerrilla al Frente de Liberación Nacional cómo lo trataban en Cuba; tal vez podría haber sido lo más parecido. Pero antes de esto un gobierno en exilio es una novedad.

-Usted plantea que la soberanía nacional expresada en el voto era la base de la legitimidad. Si la gente no vota, ¿qué pasa?

-La decisión que toma la junta en 1810 es trascendental, es convocar a elecciones. La proclamación de la república es resultado del primer acto democrático moderno de Venezuela. Las elecciones de 1810 no se verían ahora como elecciones modernas, pero estamos hablando de 1810. ¿Cómo se forma la junta? Se forma con instituciones coloniales, padres de familia representados en el Cabildo se organizan para gobernar en nombre del rey. A esta gente se le ocurre convocar a elecciones. Se le ocurre a Juan Germán Roscio, que estaba dos o tres pasos más adelante; y Roscio hace un reglamento electoral que es la cosa más revolucionaria que probablemente se hizo en aquel momento: lo que importa es que sea hombre, mayor de 21 años, que no tenga deudas, y usted vaya a votar. Es interesante que a partir de entonces, a pesar de nuestras guerras civiles, nuestras autocracias, todos, absolutamente todos, incluyendo a Juan Vicente Gómez, a Antonio Guzmán Blanco, a Marcos Pérez Jiménez, hicieron el esfuerzo de convocar elecciones aunque no fueran más que una mojiganga, una pantomima para ellos sentir que son legítimos. El voto es importante. La gente decía “esto debe ser importante, pero no tiene efectos prácticos”. Es a partir de 1958 que los venezolanos descubrimos que la mayoría se va a hacer reflejar de manera tan clara; de tal manera que cuando los venezolanos decidieron votar por un candidato antisistema, ese candidato ganó. Y cuando ese candidato antisistema comenzó, entre 1999 y 2002, a demoler el sistema anterior, no lo demolió con un conjunto de decretos, como si hubiese sido una revolución triunfante, sino a través de un conjunto de elecciones en las que yo creo que la expresión de la voluntad mayoritaria se reflejó. No podemos llamarnos a engaño. La gente tuvo confianza en el voto. Actualmente hay una desconfianza hacia el voto, según lo reflejan algunas encuestas. Hay sectores importantes de la dirigencia venezolana que llaman a no votar. Eso tiene una relación directamente proporcional con la idea de legitimidad, porque la gente sigue pensando que es legítimo nuestro auténtico representante, y la forma de conseguir un representante legítimo es a través del voto. No hay otra forma para resolverlo. Y si yo tengo un resquemor sobre determinadas elecciones, si la comunidad internacional no reconoce estas elecciones, puede tener un efecto en la legitimidad. La respuesta es muy clara. El Estado exhorta al voto, quiere que la gente vote, quiere dar las mayores muestras de que usted no va a perder su voto. El resultado es que esto ahonda la crisis de legitimidad, con todas las connotaciones políticas que tiene.

-No votar es una forma de protesta. ¿La gente está conscientemente dejando de votar porque no quiere legitimar una situación? ¿Ese es el razonamiento que está detrás de la abstención?

-Habría que preguntarle a la gente. Es uno de los problemas de la abstención. Hay una cosa en los hoteles que llaman el No Show: gente que paga y no aparece. El dueño del hotel se comienza a preocupar si hay demasiados No Show, porque eso puede significar que hay algún tipo de problema. Pero él inicialmente no sabe qué pasa. Lo mismo pasa cuando no vas a votar y esta abstención no se conecta con un movimiento político más claro y más amplio.

-¿Es lo que estamos viendo en el país?

-Puedes presumir que hay un cierto desencanto. Sin duda el inicio de la abstención en Venezuela, en la década de los 80, fue un signo muy claro de que la gente comenzó a sentir una distancia hacia los políticos, como se decía, y todos conocimos abstencionistas. Los abstencionistas que conocimos decían “yo no voto porque no vale la pena”. Este fue el primer paso para comenzar a mirar a los lados. El no votar tiene esas características. Ese desencanto, si no está políticamente direccionado, no se vuelve conciencia política para todo el mundo.

-¿Pero está cerrada la salida electoral en cuanto a que no percibimos que el voto ayude a elegir personas que nos representen y sean legítimas? Vamos a un escenario electoral ahora.

-Esta es una discusión que se hace mucho en las redes. Cuando algún político dice que debemos tener propuesta para ir a elecciones le caen encima. John Magdaleno está afónico diciendo “señores, las transiciones arrancan con el voto”. Estoy leyendo sobre la transición española, por los 40 años del golpe de Tejero, y los hombres que echaron a andar la transición eran los menos probables, los que habían destruido la república. Es decir, inclusive en las peores condiciones se puede participar electoralmente si vas con un plan claro de qué hacer. Lo que no puedes es participar en un juego de forma ingenua, creyendo que las reglas son distintas a las que son. Participas en un juego sabiendo que las reglas son unas determinadas, dices “nuestra idea es llegar a aquí porque a partir de aquí podemos hacer tal cosa”, y decirlo claramente. Perfectamente un partido, un ciudadano, un individuo puede participar en las próximas elecciones, pero sabiendo cuáles son las reglas del juego y estando muy claro en qué es lo que la gente puede esperar. Las elecciones han sido importantes en las transiciones; en la mayor parte de las transiciones han sido importantes las elecciones, pero siempre con una pieza en el tablero: la reina, un alfil. Eso lo dice cómo está el tablero. Cuando digo esto lo que estoy señalando es que no es una cosa que considero definitivamente cerrada, siempre y cuando se entienda cuáles son las condiciones y qué es lo máximo que se puede sacar dentro de una estrategia más amplia.

-¿Nosotros tenemos algún apego al voto como instrumento de cambio? ¿Es la vía que queremos para cambiar esta situación en la que estamos?

-Pareciera que sí, y espero que eso no esté cambiando para mal.

-¿Para mal qué sería?

-Que la gente comience a considerar que el voto no tiene ningún sentido. Los índices de participación son muy bajos en muchas democracias, y por distintas razones. Pero estoy pensando en lo que pasaba en Colombia hasta la década del 80. A mucha gente en las zonas rurales le daba igual. No veían el voto malo; lo veían irrelevante. Esa es una de las cosas que cambió en Colombia. Estoy temiendo que al final el voto sea un asunto que interese nada más a los políticos, por una razón o por otra. Voy a votar porque formo parte de este gremio, me interesa que llegue este concejal. Y el señor que está enfrente de tu oficina barriendo, la señora que está en el quiosco o el perrocalentero que está más allá dirá “si voy o no voy va a ser lo mismo”.

-Si la gente no vota, pero quiere cambiar, ¿hacia dónde se va a canalizar ese cambio?

-Depende de quién logre dirigir esto. La gente puede querer votar y puede querer cambiar, y no tener cómo expresarlo, y el hombre que no convoca elecciones muere en la cama: te puedo hablar de Franco y te puedo hablar de Gómez. No pasó nada. Una cosa no es que yo quiera algo y lo decrete. Depende de si hay un liderazgo que vaya a favor de ese cambio, y ese liderazgo puede ser muy peligroso, puede llegar a conclusiones muy peligrosas: si no va a ser por la vía del voto va a ser por la vía de la protesta.

-¿Podemos llegar a algo peor?

-Se puede llegar a la violencia. Si hay una presión social y esa presión no tiene válvulas de escape hacia algún lado va a ir esa energía. Puede haber un deseo de cambio pero hay que ver cuál es la dimensión política de ese deseo de cambio y qué tan acuciante es. La gente puede querer cambiar, pero si le llega el gas y se le mejora el sueldo, la gente puede decir “este cambio me sirve”. Tenemos un caso interesante, el de Gómez: significó un cambio para bien en la visión de la mayor parte de los venezolanos hasta 1916 o 1917, y a la gente no le importó que demoliera lo que quedaba de cierta alternabilidad y la gente lo fue aplaudiendo sistemáticamente porque no había más guerras civiles, porque las cuentas comenzaban a funcionar, porque la economía estaba mejorando.

-¿Podríamos vivir un proceso como ese con Maduro?

-Gómez ofreció ejecutorias. Hay menos libertad pero hay negocios. Eso dependería del éxito que tenga Nicolás Maduro en sus políticas. Si tiene un notable éxito –no estoy en condiciones de evaluar- la gente puede decir: “De lo que era el menú, y yo puedo comer, esto es lo mejor”. Uno llega a un restaurante y ve un menú y hay una cantidad de platos que ni los veo, y entre lo que yo puedo comer escojo lo mejorcito que hay, y doy gracias a dios de que pude comer algo. La vida a veces es así.