«Cuando te sientas y miras los ojos de una persona, ves a una persona; el problema es cuando pasas y miras de soslayo, porque no quieres ver la humanidad», explica el periodista, escritor y directivo de Espacio Anna Frank a propósito del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto
El Holocausto es una herida que no deja de doler, a la que se van añadiendo las nuevas heridas de la intolerancia. Las palabras fueron, y son, una forma de matar, y este 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el periodista Néstor Luis Garrido recuerda su cualidad de piedras o de puentes. Garrido, directivo del Espacio Anna Frank, propone dos reglas de oro para sembrar coexistencia cada día: mirar a la persona a los ojos y ponerse en sus zapatos.
Hasta 2016, como lo comenta, se promocionó el antisemitismo desde los medios públicos. «Eso está publicado por CAIV, que hizo un estudio», puntualiza. «Sobre todo, había confusión entre lo judío y lo israelí». Insiste en que ninguna sociedad está exenta de ello, pero el problema es «cuando se le da cierta legitimidad desde el discurso público, y ahí es donde hay que poner un parao» porque de lo contrario se coloca abono para que crezca. «El discurso de odio va prendiendo, van prendiendo, y después, se normaliza; cuando se normaliza, llegamos al totalitarismo».
-¿Qué tiene que decirnos el Holocausto a los venezolanos en un contexto en el que pareciera que hay intereses en volver a polarizar y a enfrentar?
-El Holocausto en verdad es un momento histórico donde se vio la fuerza que tiene la ideología, sobre todo una ideología polarizante, una ideología que entró en la dinámica de la polarización y del enfrentamiento. En el Holocausto, por supuesto, era mucho más claro, porque el nazismo determinó quién sí y quién no podía vivir en Alemania, y quién sí y quién no podía vivir en el mundo. El nazismo creó un sistema basado en el racismo, basado en la supremacía, basado en que pensaban que el culmen de la civilización occidental era Alemania.
Una supuesta «raza superior» decide que debe acabar con las supuestamente «inferiores». Persigue a las personas por su orientación sexual, por preferencias políticas. «¿Qué nos dice a los venezolanos? Que uno debe mantener la distancia ideológica cuando alguien viene con una prédica de supremacía, o cuando alguien te viene a decir que hay que eliminar a ciertos grupos, que hay que acabar con ciertas formas de pensar y que no hay lugar para la coexistencia. Para nosotros la gran lección es que la coexistencia es una de las claves de la civilización: debo aceptar la presencia y la diferencia del otro, convivir con eso, aprender a valorar a la persona como persona».
Con la dinámica de la polarización, señala Garrido, «hemos empezado a ver a los otros según el color de la camisa que cargara, o algún símbolo que cargara encima. Eso lo que hizo fue echarnos para atrás; es un símbolo de incivilización. ¿Qué debemos aprender? Que debemos cuidar las palabras, que hay que aprender a mantener un discurso público equilibrado y cortés, de tal manera que no genere conflictos».
Evalúa que la influencia de las redes sociales tiene mucho que ver con el discurso polarizante, porque son «el discurso según el aplauso, y el aplauso son los like». Los cazadores de like lo que hacen «es exacerbar el discurso para conseguir más atención», y por eso pueden bailar desnudos ante la cámara o dicen cosas escandalosas, explica. «Y cuando el discurso se hace escandaloso en el campo político tiende a la polarización». Eso pasa en el mundo y también ocurre en Venezuela. «La tendencia actual es a un discurso público muy contaminado con tendencias políticas extremistas, en todas partes. Una persona dice cualquier barbaridad e inmediatamente se convierte en tendencia».
-¿El mensaje de la coexistencia no es el más popular?
-No es el más popular. Y ahí es donde está la labor de una organización como Espacio Anna Frank, que se empeña en ir contra la corriente, porque esta es una forma de valentía moral. No puedes asistir a actos de odio, no puedes hacerte eco de mensajes de odio porque es la víscera la que está hablando. En la coexistencia tienes que pensar en no dejarte llevar por el impulso. Ahí es donde está la dificultad. Tienes una sociedad pacífica y el discurso de odio prende inmediatamente y te genera atención. El radicalismo es una forma de polarizar. En Venezuela se sataniza todo tipo de negociación, se entiende como traición, y la negociación es necesaria. Si alguien está secuestrado por un delincuente, alguien tiene que venir desde afuera a negociar la salida; no puede ser «sal, que te voy a matar», sino llegar a un consenso. Parte de la coexistencia es aprender también que debe existir el diálogo, y la negociación no es mala, es parte de la vida de las naciones.
Cuando «te pongo un mote, te pongo una etiqueta, es el equivalente a lo que hizo Hitler al poner una estrella amarilla, porque las etiquetas despersonalizan, las etiquetas deshumanizan. Cuando un discurso público arranca desde la etiqueta, debes tener cuidado, decir ‘ya va’. El discurso puede llevar a la despersonalización». Cita el caso Ruanda, y cómo un grupo se refirió a otro como cucarachas que había que exterminar. «Esos discursos hay que pararlos en seco. En cualquier contexto es difícil, porque es muy fácil el odio. Cuando te sientas y miras los ojos de una persona, ves a una persona; el problema es cuando pasas y miras de soslayo, porque no quieres ver la humanidad. No te tiene que caer bien todo el mundo, pero no puedo, porque que me caigas mal, caerte a palos, o hacerlo porque representes algo que me cae mal».
-¿Cuál es la responsabilidad de la dirigencia política?
-Evitar el discurso de odio. Es una tendencia que te da muchos aplausos; es como la pornografía: genera like, llama la atención pero no es éticamente aceptable porque implica la despersonalización de alguien o de algo.
Garrido cita una canción muy popular entre sectores progresistas y de izquierda: La canción del elegido, que afirma «iba matando canallas/con su cañón de futuro». Y se pregunta quiénes son los canallas, qué cañón es ese, a quiénes se «mata».
Más que nuevas leyes, el comunicador insiste en que se cumplan las existentes, y recuerda que en la Constitución está todo: no discriminar por raza ni por sexo.
Cotidianamente hay mucho por hacer en pro de la coexistencia. «La mejor práctica que yo veo es, antes de dar like a cualquier discurso, piénsalo dos veces», propone.
-¿Cuál es el ejercicio para devolverle a la persona su condición de persona?
-Mirar a los ojos. Para no perderla. Tú cuando miras a la persona a los ojos, y ves a una persona y ves que se emociona, que llora, que tiene problemas, que come, que va al baño igual que tú, no tienes por qué pensar que eres superior a ella, ni inferior tampoco, porque también el racismo puede ser, hasta cuando uno se ve en el espejo, puede ser endorracismo. Si tienes algún prejuicio ese prejuicio es una percepción, y tienes que trabajarlo. La literatura, el arte, ayudan mucho.
«La literatura te ayuda a entender cosas, porque te obliga a ponerte en los zapatos del otro. Si te pones en los zapatos del otro empiezas a ver las cosas desde otro punto de vista. Yo lo llamo mirar a los ojos, otros lo llaman ponerse en los zapatos del otro. ¿Qué harías tú si estuvieses en su lugar?», sugiere.
-¿Qué implica la valentía moral?
-Levantar la voz cuando hay una injusticia, venga de donde venga. ¿Cuando le pasa algo al del otro grupo, me quedo callado; cuando le pasa algo al de mi grupo, actúo? No debe ser así.
