Convocada por el equipo nacional en 1939, la reina de la gimnasia logró su primer título en Hungría un año después. Pero no tardó en verse privada de toda actividad deportiva por sus orígenes judíos
La campeona olímpica de más edad entre las que están vivas, la gimnasta húngara Agnes Keleti, celebrará el sábado su 100 cumpleaños en su país natal con una sorprendente vitalidad, luego de una vida de éxodo marcada por el Holocausto y la gloria de los podios.
«Me siento bien: el truco es que no hay que mirarse en el espejo», ironizaba la venerable Keleti, nacida el 9 de febrero de 1921, al recibir a la AFP en su apartamento de Budapest el pasado mes de noviembre.
«Es así como me he conservado joven», explica en tono bromista esta exmedallista de oro mientras que pasa la mano por su melena canosa.
Aunque su edad afecta a su memoria más cercana, Agnes Keleti conserva la lucidez y se mueve con paso seguro, dibujando una coreografía al moverse en medio de las fotos y de los recuerdos de sus numerosos viajes.
«Ya no me dejan hacer el ejercicio de apertura de piernas», bromea enfundada en su blusa con motivos florales.
«Mi enfermero cree que es pedir mucho a mi edad», afirma en tono confidencial.
Agnes muestra con orgullo un nuevo libro, publicado con ocasión de sus 100 años, una vida que podría ser de película.
Agnes Keleti conquistó diez medallas en gimnasia, la mayoría luego de haber alcanzado los 30 años de edad ante adversarios adolescentes. Cinco de ellas oros olímpicos en Helsinki (1952) y en Melbourne (1956).
«Practicaba deporte no porque me hiciese bien, sino para ver el mundo», explicaba en 2016 a la AFP.
Convocada por el equipo nacional en 1939, la reina de la gimnasia logró su primer título en Hungría un año después. Pero no tardó en verse privada de toda actividad deportiva por sus orígenes judíos.
Tras la ocupación de Hungría por la Alemania nazi en marzo de 1944, escapó a la deportación hacia un campo de concentración al conseguir documentación falsa y hacerse pasar por una joven mujer de la limpieza cristiana, Piroska Juhasz.
«Seguí viva gracias a Piroska, con la que intercambié la ropa y papeles, e imitando su forma de hablar», detalló Keleti, que corría a menudo para mantenerse en forma en el campo donde se escondía.