Músico de calle, Sergio Méndez recibe dinero, comida o lo que le den a cambio de un rato de goce
A Sergio Méndez, el saxofón le salva la vida. En pasado y en presente. Se la ha protegido de varias formas: porque tocarlo le ha permitido comer, y porque venderlo lo ha ayudado a pagar deudas. Hoy, con la economía deprimida y en cuarentena, Sergio se alimenta de lo que le dan en la calle a cambio de un poco de música.
Aunque sopla en las calles de Caracas desde hace 18 años, se ríe al comentar dónde aprendió a tocar: «Si te digo la verdad, no me lo crees… En mi casa. A los 46 años compré mi primer libro de teoría y solfeo. No sabía nada de música».
Antes del pentagrama era «un todero», explica. Un poco de albañil, un poco de panadero, un poco de teatro, un poco de docente. Pero sus raíces en San Agustín terminaron por imponerse.
Tuvo su primer saxo a los 50 años. También le gustaban la trompeta y el trombón, pero solo había saxo. Se convirtió en su gran compañero. «He vivido de él. Saqué una carrera, Artes, en la UCV. Todo con el saxofón». Ha tenido varios instrumentos. El que usa hoy se llama arcoíris.
Con la cuarentena le ha tocado guapear. Le han llevado comida, se lo han llevado a comer. De los tres días a la semana que tocaba, se vio obligado a reducirlo a uno. Para cumplir con el confinamiento necesita alimentos, afirma. Con la pensión del IVSS paga muy poco, «solo el alquiler dónde vivo». Por eso «salgo a sonar».
El coronavirus bajó santamarías, y también cerró las puertas de matrimonios y cumpleaños que le daban de comer a Sergio. Sin embargo, dice estar presto para llevar música a quien lo necesite: la música es para toda la humanidad.