En la única referencia a América Latina, indicó: «Haz que en los corazones de los pueblos del continente americano prevalezcan los valores de la solidaridad, la reconciliación y la pacífica convivencia, a través del diálogo, el respeto recíproco y el reconocimiento de los derechos y los valores culturales de todos los seres humanos
De nuevo asomado a la logia central de la basílica de San Pedro, tras la ausencia del año pasado por la pandemia, el Papa Francisco golpeó de nuevo las conciencias con un mensaje de Navidad en el que aseguró que «nos hemos habituado a que las inmensas tragedias se pasen por alto» y que «corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas».
Rogó para que no seamos «indiferentes ante el drama de los emigrantes, de los desplazados y de los refugiados. Sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas».
En la única referencia a América Latina, indicó: «Haz que en los corazones de los pueblos del continente americano prevalezcan los valores de la solidaridad, la reconciliación y la pacífica convivencia, a través del diálogo, el respeto recíproco y el reconocimiento de los derechos y los valores culturales de todos los seres humanos».
Ante miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro, a pesar de la situación epidemiológica en Italia, Francisco afirmó que en este tiempo de pandemia «se refuerza la tendencia a cerrarse, a valerse por uno mismo, a renunciar a salir, a encontrarse, a colaborar».
Pero lamentó que esto también se observa «en el ámbito internacional» donde «existe el riesgo de no querer dialogar, el riesgo de que la complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más lentos del diálogo; pero son estos, en realidad, los únicos que conducen a la solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos».
Subrayó el Sumo Pontífice que todavía existen «muchos conflictos, crisis y contradicciones. Parece que no terminan nunca y casi pasan desapercibidos». A su juicio «nos hemos habituado de tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas».