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jueves, 18 abril, 2024
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El Instituto de Medicina Tropical pide ayuda para protegerse del vandalismo, vacunar a sus trabajadores y traer de nuevo a sus serpientes

Texto y fotos: Vanessa Davies

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Desde el año 2016 el centro de investigación de la UCV ha sido objeto de 84 vandalizaciones, explica su directora, Belkisyolé Alarcón. De sus 60 trabajadores solo ocho han sido inmunizados contra el coronavirus SARS-CoV-2. Ni la cuarentena ha detenido sus labores: se siguen atendiendo pacientes y recibiendo chipos

La criminalidad convirtió en un horno la sección de entomología médica del Instituto de Medicina Tropical de la UCV, donde la ciencia buscaba probar la efectividad de insecticidas, hacerles seguimiento a los chipos que llevan los caraqueños y mirandinos. Iván Salvi, integrante del equipo, muestra los huecos, las cicatrices que dejaron los delincuentes en las oficinas.

Este es el retrato del primero problema de este emblemático centro de investigación y atención de pacientes: los reiterados robos. Belkisyolé Alarcón, directora del IMT, cuenta 84 vandalizaciones desde el año 2016. Unas peores que otras, claro. “Los años más fuertes fueron 2016 y 2017, pero en 2020 tuvimos dos incursiones muy dramáticas”.

Varios integrantes del IMT se han contagiado con el coronavirus SARS-CoV-2. Un espacio de salud en el que se reciben pacientes difícilmente se mantendrá al margen de contagios. Alarcón explica que cinco personas se contagiaron, lo que obligó a suspender momentáneamente las consultas de cardiología y micología. Este es el dibujo del segundo problema: la necesidad de vacunación contra la COVID-19 de 60 trabajadores.

Las consultas –que no se han paralizado ni en cuarentena- permiten por ejemplo, a mujeres embarazadas, el despistaje Torch (toxoplasmosis, rubeola, citomegalovirus y herpes). Este descarte cuesta 45 dólares o su equivalente. Alarcón subraya que, para el equipo del instituto, es muy antipático tener que cobrar por los servicios que presta, pero el exiguo presupuesto que entrega el Estado no deja otro camino. Esta es la muestra del tercer problema: la necesidad de conseguir recursos para proseguir con la investigación y con la asistencia a una población urgida de ayuda.

Clamor por las vacunas

A pesar de las dificultades financieras y de la pandemia la mano de Alarcón, mano de mujer luchadora, se nota en los detalles: un vasito con café negro, pisos muy limpios, vigilantes acostumbrados a escuchar frases como “vengo a traer este chipo”.

En el año 2020 el instituto “trabajó a un cuarto de máquina: se recibieron pacientes, se recibieron las personas con diagnóstico de toxoplasmosis y chagas y se recibieron los insectos para su identificación”, explica la doctora. Ya en 2021 “arrancamos con las consultas de cardiología, infectología, micología e inmunología de chagas y toxoplasmosis”. Decidieron retomarlas por la desesperación de los pacientes. Se recibieron unos cinco pacientes por cada consulta.

“¿Pero qué pasó? Algunas personas se infectaron”, relata. Por eso “tenemos cerradas las de cardiología y la de micología”. Esto evidencia “la necesidad de vacunas que tenemos a todo nivel”, insiste.

Solo se han vacunado ocho trabajadores de 60. Tres de los que pudieron inmunizarse lo hicieron gracias al apoyo del servicio de infectología del Hospital Universitario de Caracas y a su jefa, María Eugenia Landaeta. Los otros cinco, porque vacunaron a personal del HUC y pudieron incorporarse. Todos recibieron las dos dosis de la Sputnik V.

“No ha habido un plan para nosotros”, remarca. En este momento “el clamor es por vacunas”, con un plan que debe ser resuelto por el Ministerio de Salud.

Vándalos tropicales

Todas las vandalizaciones dejaron su huella, pero la que más recuerda Alarcón es la de marzo de 2020. “Como ya no hay equipos en la parte de atrás que llevarse, ¿sabes lo que se llevaron? La reja del laboratorio y cuatro puertas de madera internas; despegaron los estantes de fórmica, los arrancaron y se los llevaron”.

Aumentaron el número de vigilantes, y a veces se asoma la Guardia Nacional Bolivariana (porque la parte de atrás del IMT da hacia uno de los barrios caraqueños), pero no es suficiente. “Nosotros estamos pegados de la montaña y nadie ve cuándo se llevan las cosas”.

Entre tantas cosas de las que ha sido despojado el instituto se cuenta el cableado de aire acondicionado. “La parte de atrás está sin electricidad y sin agua”, comenta. En ese lugar funcionaba también el laboratorio de síntesis de péptidos: “Era el lugar ideal”, era “una tacita de oro” pero le quitaron todo. “Da ganas de llorar ver eso”.

Hasta las serpientes fueron mudadas de lugar. “Tuvimos que llevarnos las serpientes para otra dependencia fuera de la UCV, y se acabó. El serpentario ya no existe más. Hasta que no tengamos la logística no las podemos traer”.

Una de las grandes diferencias entre un instituto de medicina tropical de Europa y el instituto venezolano, destaca, es que “tenemos nuestras especies, nuestros insectos, nuestros animales. Este ha sido un golpe muy bajo”.

Chipos y torch sin cuarentena

Que una persona llegue con un chipo en un frasco es algo que causaría sorpresa en cualquier lugar. No es el caso del Instituto. En cuarentena radical o en flexibilización aquí son bien recibidos los chipos que cualquier vecino puede llevar para descartar el parásito causante del chagas. “En la sección de epidemiología molecular los reciben y les dan su informe”.

Los pacientes con toxoplasmosis o chagas también encuentran las puertas abiertas. “Semanalmente tenemos unos 20. Antes recibíamos 20, 30 y hasta 60 por día”, apunta, pero la población no tiene cómo movilizarse.

Hoy las embarazadas pueden hacerse el torch (de lunes a viernes a partir de las 8 de la mañana), y próximamente se extenderá el servicio a todo público. Belkisyolé Alarcón espera poder ofrecer a las gestantes otros exámenes, como hematología, hepatitis y chagas.

El torch cuesta 45 dólares o su equivalente en bolívares. “Para nosotros es hiper antipático tener que cobrar, pero lamentablemente no podemos” no hacerlo. “Antes recibíamos financiamiento del Fonacit, del CDCH” y se podían hacer gratuitamente.

En el IMT se realizan exámenes de heces para detectar parasitosis intestinales en niños, guardias, amibiasis, strongiloides. En el repertorio de pruebas hay que incluir las de micología.

Kits para diagnóstico

En la mirada clara del doctor Oscar Noya hay una palabra escrita: malaria. Y muchas otras que huelen a trópico. En el laboratorio de péptidos sintéticos, que dirige Noya, trabajan “a toda máquina” para conseguir herramientas para el diagnóstico de enfermedades. “Tenemos buenos productos para hepatitis A, hepatitis C y VIH” que ya concluyeron la investigación básica.

“Queremos ver el costo-beneficio para tratar de ofrecerlo a un precio muy bajo”, adelanta. “Lo que necesitamos es tiempo y manos”.

“Ayúdanos para seguir ayudando”

“El Instituto de Medicina Tropical es de todos y todos tenemos que defenderlo”, enfatiza la doctora. “Nosotros nos resistimos a ofrecer servicios de mala calidad”. Mientras Alarcón atendía a contrapunto.com este miércoles 14 de abril, la investigadora Raiza Ruiz lideraba “el curso de las pasantías de los infectólogos, a pesar de la pandemia, a pesar de la gasolina”. Oscar Noya, al mismo tiempo, atendía a la empresa de seguridad que estudia cómo frenar la criminalidad. Y Alarcón se preparaba para ingresar a un consejo directivo.

Con el apoyo de Unión Radio el instituto adelanta la campaña Ayúdanos para seguir ayudando, destinada a “recaudar fondos para cubrir una parte de la seguridad; una vez que resolvamos el problema de inseguridad lo demás va viniendo poco a poco”. La campaña la inició Carolina Jaimes Branger el sábado 20 de marzo en la emisora Éxitos (del Circuito Unión Radio). La meta es conseguir 5 mil dólares. Con los recursos se garantizarán luces, rejas, cámaras, sensores de movimiento.

Los recursos van a la Asociación de Egresados de la UCV, dirigido por Irene Bosch, que también acoge campañas de apoyo para las facultades de arquitectura y de agronomía. “Por eso deben decir que es para Medicina Tropical. Desde un dólar, hasta lo que sea”. Alarcón espera que la cooperación sea permanente, para poder disponer de un pote con el cual pagar por los servicios. “¿De dónde vamos a sacar para pagarle a un jardinero 10 dólares diarios, si no los ganamos ni nosotros?”, se pregunta.

“Nosotros no tocamos un dólar” de lo que la gente aporte, aclara. Todo va a la Asociación de Egresados y ellos pagan. Esto es una bocanada para un centro de investigación en el cual, por el presupuesto de la universidad, “llegan el equivalente a dos botellas de cloro mensuales”.

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