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martes, 16 abril, 2024
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Talas a capricho, podas a machetazos y cambio climático: Lo que las alcaldías venezolanas deben recordar en el Día del Árbol

Texto y fotos: Vanessa Davies

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Los árboles pueden reducir la temperatura de las ciudades en casi 10 grados, explica Antonio De Lisio, geógrafo, profesor universitario y ecologista. Pero en Venezuela están indefesos «porque quienes están llamados a defenderlos no lo están haciendo, y esto es grave», subraya Hildebrando Arangú, profesor de la Universidad Centro-Occidental Lisandro Alvarado y experto en derecho ambiental y desarrollo sostenible

Cualquier persona que camine por Caracas nota la diferencia: debajo de un árbol frondoso todo el furor del sol se aplaca; pero cuando el arbolito fue mal podado o, peor aún, fue talado, el infierno entero cae sobre la cabeza. Esa sensación se apoya en los datos: donde hay arbolado la temperatura puede reducirse en cinco grados centígrados o más, señala Antonio De Lisio, geógrafo, profesor universitario y ecologista. Este es un dato clave para un planeta que verá elevar su temperatura «hasta límites desconocidos», como lo alertó recientemente la Organización Meteorológica Mundial.

«En tiempos de cambio climático, cuando la temperatura del país puede ser en promedio dos o tres grados superior, en las ciudades, donde se concentra la mayor parte de la población, los árboles pueden disminuir hasta 10 grados esa temperatura», afirma De Lisio en conversación con contrapunto.com. Incluso, cita a una investigadora que ha encontrado en la capital del país una diferencia de temperatura, entre las zonas arborizadas y las no arborizadas, «hasta de ocho o nueve grados».

Un árbol regula la temperatura global; logra convertir una ciudad en un espacio sustentable, o lo que es lo mismo, «que tiene una temperatura que lo hace habitable, porque no vamos a tener aire acondicionado en calles y avenidas», indica Hildebrando Arangú, profesor de la Universidad Centro-Occidental Lisandro Alvarado y experto en derecho ambiental y desarrollo sostenible.

Además, ese árbol «contribuye con la estabilidad de los suelos, con la regulación hídrica (lo que disminuye las posibilidades de erosión de la capa superficial de los suelos», y por si fuera poco un paisaje verde «transmite tranquilidad, serenidad». Consultado por contrapunto.com, Arangú subrayó que incluso se ha encontrado «un vínculo intrínseco entre violencia y carencia ambiental; eso lo han estudiado los sociólogos» y se relaciona con la presencia o ausencia de lo verde. «Una persona que atente contra el árbol puede tener, en su psique, algún trastorno». Si un sujeto que maltrata a un animal puede perjudicar después a un ser humano, lo mismo puede ocurrir con aquel que vulnera a un árbol.

Este domingo se celebra el Día del Árbol en Venezuela, oportunidad para recordar a las alcaldías y gobernaciones del país que mientras más árboles siembren y más esfuerzos hagan para preservar con buena salud los que ya existen, mejor calidad de vida ofrecerán a sus habitantes (y electores). De Lisio pone el énfasis en las alcaldía y concejos municipales porque defender los árboles es su responsabilidad inmediata.

«Existen razones de naturaleza ecológica, ética y estética que nos obligan a proteger a los árboles, y razones inmersas en las profundidades de la psique humana», expone Arangú. En la superficie de un árbol se desarrollan relaciones de interacción, relación e interdependencia. «Sirve de soporte a otras formas de vida», y es «una forma de vida compleja que a su vez integra a otras formas de vida». Los seres humanos, «como especie que se ubica en la parte superior de la pirámide evolutiva», tienen el compromiso de cuidar a los árboles, que es proteger a todas las especies que en ellos habitan.

«Machetearon» el árbol es una frase lamentablemente común en el país. La poda y la tala mal hechas implican la pérdida del patrimonio vegetal y de calidad de ambiente, y «responden a la carencia de una planificación. En Venezuela no existe la planificación para el mantenimiento de las áreas verdes», critica el ambientalista. «Parece que los funcionarios a cargo de esas unidades no están vinculados» con eso; colocan árboles por aquí y por allá «por cumplir con un requisito, pero no se está viendo la trascendencia de ese arbolado».

En lo formal «lo que hay es protección, y hay especies protegidas que no se pueden tocar; no hay nada en la legislación venezolana que permita maltratar un árbol», aclara De Lisio. Sin embargo, las ordenanzas están atrasadas, y la mejor muestra de ello «es que seguimos talando y podando de manera salvaje».

Más que existir políticas antiárbol «lo que vemos es una actitud irresponsable, negligente, propia de la incapacidad de los funcionarios de velar por el interés superior de la sociedad», deplora Arangú. También se observa «una flexibilización de los marcos regulatorios» y la discrecionalidad en su aplicación para favorecer intereses.

El caso del samán de El Cigarral, podado y supuestamente trasplantado para no entorpecer un local comercial, lo considera como un crimen ambiental «y un agravio a la memoria histórica del país» por tratarse de la especie bajo la cual descansaron el Libertador Simón Bolívar y sus tropas en la Guerra de Independencia. Analiza que varias cosas se hicieron mal, y una de ellas fue «no haber priorizado su protección absoluta, dado el valor que tiene como especie biológica y la trascendencia histórica y científica».

Tampoco «hubo un estudio de las variables ecológicas ambientales de la especie previos a la toma de decisiones, a los fines de determinar cuáles serían las acciones más idóneas en términos de garantizar la protección máxima y la salud del árbol durante la maniobra de extracción y traslado». Mucho menos se cumplió con «un procedimiento de control fitosanitario previo a los cortes», que debió incluir la aplicación de fungicidas «directamente en cada rama cortada a la fines de evitar la entrada y proliferación de agentes patógenos que puedan atentar contra la salud del árbol».

A la lista de errores el experto agrega que no se garantizó la protección de las raíces de los rayos solares; tampoco se consideraron «las fases lunares del momento para llevar a cabo las maniobras de derramado, extracción y traslado, toda vez que la literatura nos dice que esos procesos deben llevarse a cabo en las fases de luna creciente y menguante y esa actividad se realizó en fase de luna nueva». Se irrespetó, por otra parte, «la relación espacial del árbol en relación con los puntos cardinales; es decir, era necesario haber marcado el lado Norte como referente para, una vez introducido en el nuevo destino, girarlo y colocarlo en la misma posición». Y no se estimó «el tamaño del pilón que debía acompañar en todo momento a las raíces».

Uno de los avances del Ministerio Público, a partir de la Constitución de 1999, fue la creación de la dirección de ambiente y las fiscalías con competencia para delitos ambientales, pero en este momento eso es «una unidad muerta, indolente, completamente aislada del inmenso compromiso que tiene», condena.

-¿Están los árboles indefensos?

-Tristemente, sí, porque quienes están llamados a defenderlos no lo están haciendo, y esto es grave. Tenemos una institucionalidad ambiental que debe velar por el ambiente, por el mantenimiento del arbolado urbano como estrategia local para la mitigación de los efectos del cambio climático. Atentar contra el arbolado es atentar contra los derechos difusos o colectivos- replica el ambientalista.

Los árboles demandan otro trato. Las podas radicales, por ejemplo, «hay que eliminarlas», responde De Lisio de manera tajante. «Hay que podar lo que debes podar» y en las circunstancias permitidas. Por el contrario, «hay que arborizar las ciudades, y con árboles que sean de fácil mantenimiento. Vamos a tener cambio climático, vamos a tener menos agua; necesitamos especies que se adapten al trópico». Propone que cada alcaldía haga su inventario de árboles (en Chacao documentaron 12 mil en el año 2016) para saber cómo atenderlos correctamente. «Ni el guatepajarito, ni la tiña justifican talar un árbol», remarca. «El guatepajarito no es una enfermedad; es una planta parásita que se puede controlar», apunta Arangú, y lo compara con una persona con piojos.

¿Soluciones? En el ámbito municipal, concreta De Lisio, «tiene que haber un manual de podas», y el compromiso de sembrar en las ventanas vacías. «A los institutos municipales del ambiente tenemos que exigirles; no puede ser que solo se dediquen a entregar concesiones de agua o basura». Cuando hay conflictos entre árboles y obras Arangú siempre pone las manos al fuego por los primeros, y rememora que en Lara trasplantaron 39 árboles para darle paso a un elevado en Cabudare.

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