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miércoles, 08 mayo, 2024
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El historiador Andrés Eloy Burgos demostró que la Independencia de Venezuela también tuvo sus James Bond y sus Mata Hari

Texto y videos: Vanessa Davies. Fotos: Marco Arango

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Curas, mujeres, comerciantes buscaban información para patriotas y realistas. La mayoría, a cambio de dinero. Por su investigación «La Guerra Invisible: espías y espionaje en la guerra de independencia venezolana 1810-1821» Andrés Eloy Burgos ganó el premio Rafael María Baralt 2022-2023

Cuántas tropas estaban listas para una batalla. Por cuál camino se marcharía el líder. ¿Había suficientes alimentos para la tropa? ¿De verdad tenían tantas armas como decían? Mujeres, comerciantes y sacerdotes, entre otros, eran los encargados de «pescar» esta información para los patriotas y para los realistas. Espiaban por dinero, pero también, por defender sus ideas. Eran la versión del siglo XIX de James Bond y la Mata Hari.

«Los espías me atraparon a mí», cuenta el historiador Andrés Eloy Burgos, ganador del Premio Rafael María Baralt 2022-2023 por su trabajo «La Guerra Invisible: espías y espionaje en la guerra de independencia venezolana 1810-1821». Lo que comenzó como su tesis de maestría terminó en una investigación que tiene un largo camino por recorrer.

Burgos cuenta que ningún tema lo había atrapado del todo. Sus amigos le recomendaron sumergirse en la fuente, y él les tomó la palabra. «Fui un día de abril al Archivo General de la Nación, me sumergí en los papeles y encontré los primeros casos, los casos explícitos de espionaje», refiere. También halló los casos no evidentes. En la primera revisión se encontró casi 20 reportes, y aunque parezca sorprendente, no había en Venezuela un libro o una tesis sobre este tema.

«Hubo espionaje en la Guerra de Independencia, en todo el territorio venezolano. Pude descubrir la participación de amplios sectores de la sociedad venezolana de aquella época». Documentó más de un centenar de casos; al menos 50 de ellos los «pescó» en el Archivo del Libertador Simón Bolívar.

El pueblo se involucró en estas actividades. «Pude ver de manera más detallada cómo se involucraron las mujeres en la Guerra de Independencia. Conseguí mujeres que participaron en la búsqueda y transmisión de información reservada y en conspiraciones. Fueron arriesgadas, valientes y comprometidas con sus respectivas causas». Igualmente hubo curas espías, y desde la iglesia se tejió una amplia red de espionaje que cubrió gran parte de Venezuela, para los realistas y para los patriotas», confirma. El arzobispo de Caracas, Narciso Coll y Prat, «era un maestro de espías, que llegó a coordinar una red».

Para Burgos era importante recoger «una historia social del espionaje. No es una historia militar, de órdenes y contraórdenes de estados mayores, coroneles, generales. Lo trabajo, pero no lo hago de forma exclusiva. En la revisión de archivo busqué fuentes alternas que hablaran de la sociedad en general, de cómo las actividades de espionaje afectaron a la sociedad». Cirqueros que transitaban por los llanos, por ejemplo, le pasaron información a José Antonio Páez. «Vemos una guerra de seres de carne y hueso».

La junta del 19 de Abril de 1810 recurrió al espionaje para protegerse de los alzamientos y conspiraciones. El español Pablo Morillo desplegó su red de espías para saber en qué andaba su enemigo y para conocer las opiniones de la gente. Simón Bolívar puso en marcha sus informantes cuando logra establecerse en Angostura.

«La guerra es dinero más información; la información cumple un rol central en la guerra. Vemos el interés que altos conductores de la guerra tuvieron en este asunto: dedicaron recursos, había partidas para satisfacer el trabajo de los espías. Se formó una estructura del estado mayor del ejército para que funcionara todo esto», explica el historiador. «Funcionó el ciclo de la inteligencia, que consiste en que todas las partes que se conectan. Lo que cuenta el espía en el campo de batalla se convierte en un informe de inteligencia y lo transmite al estado mayor general. Convierte lo que vio o escuchó en un informe útil para la toma de decisiones».

La información se transmitía de forma verbal, recuerda Burgos. El espía daba los datos, pero de una vez el edecán los convertía en una carta que hacían llegar a Bolívar si se trataba de los patriotas. Antes de las batallas, como la Batalla de Carabobo, hubo una intensa actividad de espionaje; ambos bandos querían saber cómo se preparaba el adversario.

Quien era descubierto lo pagaba con la vida, la prisión o el destierro. «Los daños que causaba el espionaje eran más grandes que los causados por las armas. Un espionaje podía desmontar una estrategia militar».

Claro que hubo una guerra invisible, protagonizada por personajes que no querían ser vistos; que se ocultaban, se disfrazaban, cobraban en oro. «Ha sido invisible en al menos dos sentidos: los personajes evitan ser vistos, evitan ser detectados; y también fue invisible para la historiografía, no se había trabajado, los historiadores no se tomaron el trabajo de investigar sobre este tema específico». Burgos sí lo hizo, y para eso revisó cientos de documentos, consultó archivos, observó la Real Academia de la Historia de España, accedió a documentos certificados.

El espionaje no era únicamente para las batallas. También se usó para funciones de orden público. «Obligaban a los celadores a estar vigilantes y solicitaban la información de importancia. Obligaban al dueño de una posada a que reportara, en pocas horas, si llegaba un forastero. Si había alguien sospechoso tenía que indicar, y si no lo hacía, se sometía a algún castigo. Esas ordenanzas de policía las usaron patriotas y realistas en varias ciudades».

Las mujeres recurrían al arma no tan secreta de la seducción. «Teresa Heredia era una mujer muy bella, que sedujo a un gobernador militar que dejó Boves en Valencia. Ella se introdujo en sus aposentos, se aprovechó de esa situación para extraer información y enviarla a los patriotas. Su caso es famoso. Ese gobernador ordena cortarle el cabello, desnudarla, que le echaran miel en el cuerpo, le lanzaran plumas de gallina y la hicieran desfilar en la calle. Le abrieron causa de infidencia, por lo que debía ser fusilada o desterrada, pero no ocurrió».

Los sacerdotes «seguramente se aprovecharon del secreto de confesión, sabían cómo pensaba la gente. El miedo paraliza o activa las piernas o la lengua», plantea. Los comerciantes espías pasaban de un lado a otro con mercancía y observaban lo que veían en el campo enemigo.

Burgos, egresado del Instituto Pedagógico de Caracas como profesor de geografía e historia, sabe que su trabajo abre una línea de investigación de largo aliento. «El espionaje nos puede dar muchos elementos para la comprensión de nuestro proceso histórico. Son actividades que tienen un efecto real. Es un tema que nos habla más de nuestra actualidad de lo que muchos imaginan. Estas actividades nos tocan de cerca: Panama papers, Snowden. Es algo que se sigue usando», destaca.

La entrega del premio Baralt se hará en los próximos meses. El libro lo van a editar Bancaribe y la Academia Nacional de la Historia.

«Destaco el valor que tiene que este premio se mantenga. Tiene mucho valor que esa iniciativa privada y con una institución del Estado se mantenga; es un incentivo para la gente que está haciendo su esfuerzo para estudiar, para proponer algo en el área de la cultura, la educación y las ciencias sociales», reflexiona.

El premio es, para este historiador, una gran responsabilidad. «La figura de Baralt tiene mucho peso en nuestra historia y nuestra cultura, es un legado que como venezolano debo saber honrar».

Es, además, «una inspiración para mis hijos, para mi familia y para mi comunidad, la Cota 905: uno puede soñar cosas, luchar por eso y avanzar; proponer algo, decir algo. Quiero qe los chamos de comunidad sepan que hay una alternativa,. Todo ese estigma que cayó sobre nosotros, según el cual todos los que venimos de la Cota 905 tenemos un destino marcado hacia la delincuencia y las cosas malas, me gustaría que el premio aportara para tratar de quitarnos ese signo. Me gustaría que la gente busque #Cota 905 y encuentre que hay un premio nacional de historia de allí, Dj’s, deportistas, músicos. Me gustaría inspirar un poquito, que la gente vea que hay opciones y alternativas».

Andrés Eloy Burgos, padre de dos hijos (Aixa, de 20 años, y Andrés Eloy, de 8) está dedicado a la investigación como freelance. «Me vi obligado a renunciar a la Escuela de Educación de la UCV en 2810 porque estaba pagando por trabajar. Hago edición de libros dentro y fuera de Venezuela. Sigo como investigador del Centro Nacional de Estudios Históricos. Y si el premio ayuda a tender puentes en el sector de los historiadores, bienvenido».

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