El 7 de marzo de 2019, pasadas las 4:00 pm, comenzó una pesadilla que superó los cinco días. La capacidad de generación actual es de unos 10 mil megavatios, y si el consumo estimado es de 13 mil megavatios «hay 3 mil megavatios que no se están generando, y esa es la razón del racionamiento tan profundo a escala nacional», explica el ingeniero Juan Carlos Rodríguez. El país necesita unos 35 mil megavatios para la reactivación económica, calcula el economista Raúl Córdoba
«Quedamos completamente incomunicados». Estas tres palabras se hacen cuerpo en Mirtha al recordar el primero de los varios apagones que, tal día como hoy hace cinco años, sumieron a Venezuela en la incertidumbre. «Era una incomunicación, en esa oscuridad, sin poder cargar celulares», describe Mirtha, habitante de una zona popular de Caracas. Marlene, residente de una urbanización del este caraqueño, trae al presente los días de ese pasado no tan lejano: baños sin agua, excremento sobre excremento de cada miembro de la familia. El 7 de marzo de 2019 las advertencias de ingenieros eléctricos se materializaron en cada hogar del país, y venezolanas y venezolanos vivieron las horas -literalmente- más oscuras de su generación: más de cinco días continuos sin servicio de electricidad.
Dos versiones circularon para explicar lo sucedido el 7 de marzo de 2019 pasadas las 4:00 pm: la del gobierno venezolano, que aseguró que se trató de un sabotaje de factores externos; y la de expertos de la UCV, que lo atribuyeron a un incendio forestal que desestabilizó el sistema de generación, explica el ingeniero Juan Carlos Rodríguez, ingeniero electromecánico especialista en energía de respaldo y transición energética. «Se entiende que se afectó una línea de transmisión de 765 mil voltios, que es la autopista más grande de transporte de energía que tiene el Sistema Interconectado Nacional».
La mayor parte de la energía eléctrica que se consume en la nación es producida por el río Caroní, al sur de Venezuela, porque las plantas termoeléctricas apenas funcionan. El embalse de Guri (Bolívar) sostiene la luz del país. De allí, salen las líneas de transmisión que van iluminando los estados. «El tramo Guri-subestación Malena, y el tramo Malena-San Gerónimo son la autopista más grande. Cualquier cosa que allí suceda desestabiliza todo», refiere Rodríguez en entrevista con contrapunto.com.
Aun cuando Corpoelec no refutó la tesis de la UCV, señala Rodríguez, tampoco se crearon comisiones de investigación abiertas para determinar la verdadera causa de la falla. «Sí quedó claro que el parque termoeléctrico, que supone 52% de la generación eléctrica instalada, no está disponible».
El 7 de marzo de 2019 comenzó una tanda de apagones que se repitió el 25 y 29 de marzo, y también, el 9 de abril. «Quedó claro que si pasa algo en Guayana, o pasa algo con el sistema de transmisión desde Guri, las plantas termoeléctricas como Tacoa, Planta Centro y Termozulia están prácticamente apagadas».
El primer apagón de 2019, del que se cumplen cinco años este jueves 7 de marzo, «parte de la deficiencia del parque térmico», afirma el economista Raúl Córdoba, coordinador del Monitor de Servicios Básicos de Cedice Libertad. La falta de mantenimiento de los sistemas, el crecimiento poblacional informal, las inversiones mal ejecutadas y una gestión eléctrica deficiente «generaron el primer gran apagón», y la crisis ha continuado por sequía, por cambio climático y por cortes mal ejecutados, destaca Córdoba en conversación con contrapunto.com.
«Nosotros estuvimos a oscuras. Usamos velas. Estábamos en la incertidumbre: ¿Cuánto tiempo vamos a pasar?, nos preguntamos. No había información; con los teléfonos descargados, ¿cómo te comunicabas con los demás? Fue una semana de incertidumbre y de preguntarnos ¿hasta cuándo vamos a estar así?», refresca Mirtha. «Pensamos que la comida se iba a dañar, pero no ocurrió, gracias a dios. Cocinamos lo que teníamos, y lo demás era comida seca. Pero al prolongarse por una semana tú piensas que se va a dañar todo, que se va a descongelar lo que tienes guardado».
Parque térmico apagado
La matriz energética de Venezuela cuenta con 36 mil megavatios de generación instalada: 19 mil megavatios procedentes de las plantas termoeléctricas y 17 mil megavatios de generación hidroeléctrica. Menos de 1% proviene de los parques eólicos de la Guajira, resume Rodríguez.
«La demanda actual es de unos 13 mil megavatios, por lo que se supone que con los 19 mil térmicos y los 17 mil hidráulicos debería sobrar energía para las necesidades del país. Pero al haber un problema con la generación termoeléctrica el país quedó a oscuras, y quedó claro que el parque termoeléctrico estaba fuera de servicio», puntualiza el ingeniero. Es decir, que Venezuela depende de la generación hidráulica del río Caroní y de las centrales hidroeléctricas allí instaladas, y está sujeta a la capacidad de los sistemas de transmisión para llevar la energía desde Guayana al resto de la nación.
Sin duda que el apagón del 7 de marzo de 2019 fue un punto de inflexión, sostiene Córdoba. «Las circunstancias que rodearon los apagones no son las mismas del presente. Si bien es cierto que se han atendido algunos procesos, y que algunos esquemas de mantenimiento se han retomado, es tan grande y tan complejo el sistema, y es acaparado por un solo sector que a la vez tiene la responsabilidad de todos los sectores, que puede ocurrir una situación parecida a la de 2019».
En octubre de 2023 el Colegio de Ingenieros de Venezuela (CIV), como lo cita Rodríguez, estimó que de los 17 mil megavatios instalados de hidroelectricidad solamente están disponibles 7.500, porque algo pasó en el sistema hidroléctrico desde 2019. Y el CIV dijo que de los 19 mil megavatios instalados en las plantas termoeléctricas únicamente hay 2.500 megavatios disponibles. La capacidad de generación actual es de unos 10 mil megavatios, y si el consumo estimado es de 13 mil megavatios «hay 3 mil megavatios que no se están generando, y esa es la razón del racionamiento tan profundo a escala nacional».
Además, con esa generación eléctrica «el país continuará en una crisis económica importante», porque «para tener una economía similar a la de 2013 necesitaríamos entre 18 mil y 20 mil megavatios disponibles. Si con 10 mil megavatios la población sufre restricciones de energía importantes, imagina si comienza un proceso de impulso a la economía que necesitará más energía».
Cinco años después… el problema sigue
¿Cómo han sido estos cinco años? El fallecimiento -en julio de 2023- de la presidenta del Comité de Afectados por los Apagones, la dirigente Aixa López, dejó a Venezuela con una fuente menos para registrar las continuas fallas en el servicio. López contó 85.959 fallas eléctricas en el año 2019 y 174.900 en el año 2020. Según una nota de Unión Radio el año 2021 cerró con 190 mil cortes en el servicio y en 2022 hubo más de 233 mil interrupciones.
«Las interrupciones frecuentes y prolongadas se incrementaron, de 26,4% a 58,6%, entre junio 2021 y agosto 2023», recoge el informe comunitario de HumVenezuela de agosto de 2023.
La pandemia de COVID-19 generó el espacio para que Corpoelec estabilizara el servicio, aunque de manera precaria, analiza Rodríguez. «Los años 2020, 2021 y 2022 fueron de baja demanda: solo tenías la carga residencial, poca carga comercial y casi ninguna industrial». Pero al volver a la «normalidad» comenzaron a sentirse «las fallas, las fluctuaciones y el racionamiento».
El Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, que mide la situación en 12 estados de Venezuela mediante unas 8 mil encuestas, muestra la valoración negativa del servicio por parte de la población: 77%. Ese porcentaje aumenta en ciudades como Maracaibo, Mérida, Barinas, San Cristóbal y San Fernando de Apure, ya que los apagones se convirtieron en un karma diario. También aumentó la duración de los apagones: siete de cada 10 encuestados reportan estar sin luz entre dos y seis horas al día. Casi 9% refiere padecer apagones de seis a 12 horas, y en ciudades como San Cristóbal y Mérida puede pasar de 24 horas.
Los problemas generales tienen que ver con la generación y la transmisión. «Las fluctuaciones de voltaje reflejan el estrés del Sistema Interconectado», reitera el ingeniero. Las fallas locales, de acuerdo con su análisis, tienen que ver con la distribución: «El sistema falla porque no sustituyes equipos, necesitas mantenimiento frecuente y no lo garantizas. Hay canibalismo de equipos. Si los equipos no se reponen, se va dejando sin holgura operacional el sistema de distribución».
Se presentan fallas a gran escala, y también, en el pequeño mundo de las comunidades. Hay un sector en el estado Anzoátegui, refiere Córdoba, que tiene «año y medio esperando por un transformador». Son «los detalles en el sistema» que van generando dificultades. «El problema es complejo».
Cinco años después del primer gran apagón lo que Juan Carlos Rodríguez puede prever es que continuarán y se incrementarán los racionamientos: «Se va a incrementar la duración y frecuencia de las fallas debido al aumento de la temperatura por el fenómeno de El Niño, ya que esto dispara la demanda y profundiza más la diferencia entre generación y demanda. Es esperable que en los próximos meses, en la época caliente, se profundicen las fallas y sea necesario racionar más».
Otro riesgo importante, alerta, es la falta de agua en los embalses, punto que depende de las condiciones climatológicas. «Con el fenómeno de El Niño puede haber descenso en el agua de los embalses, y en este momento, que dependemos entre 80% y 85% de la energía de las represas, se complicaría muchísimo el escenario, porque no tenemos plantas termoeléctricas que asuman esa carga». Se puede romper, en cualquier momento, el equilibrio precario del presente.
«Como estamos no podemos seguir», sentencia Rodríguez. «El gobierno que venga tiene que darles prioridad a los servicios públicos; sobre todo, a la electricidad y el agua, que es donde más problemas hay». Superar la crisis eléctrica es condición indispensable para que cualquier plan de recuperación económica tenga posibilidades de éxito, «sea el gobierno que sea». En estas condiciones no hay empresario ni comerciante que se pueda organizar, ni ciudadanos que puedan tener buen ánimo.
Se ha hablado de 15 mil a 20 mil millones de dólares de inversión necesaria en cinco años, «distribuidos en la ampliación de proyectos, la continuación de proyectos inconclusos y el resideño de los esquemas de mantenimiento, monitoreo y prevención», describe Córdoba. Se necesitan cambios legales, nuevos esquemas tarifarios y la reconstitución del nuevo talento. «Es la reinstitucionalización de la empresa prestadora» y la cultura de la población. La reactivación económica del país precisará unos 35 mil megavatios, dependiendo del sector que se privilegie para el crecimiento del PIB. En todo caso, de nuevo será imprescindible contar con electricidad «desde las 12 de la noche hasta las 12 de la noche».
«Con arreglar aparatos no será suficiente» porque los problemas estructurales «requieren de un cambio de modelo». La estatización trajo consecuencias, argumenta el ingeniero, «y este experimento ya no da para más». A su juicio, se debe revertir lo que se hizo desde 2007, y gerenciar el servicio mediante concesiones, asociaciones y otras figuras. «No vas a privatizar la generación hidroeléctrica, porque eso involucra la cuenca del río Caroní, pero puedes dar una concesión en Barquisimeto o entregar Tacoa a una empresa especializada. Se trata de la reparetura de todo el sector, dando cabida al sector privado nacional e internacional». Y, por supuesto, desarrollar otras fuentes de energía.
En marzo de 2019 Mirtha tenía miedo de una crisis peor por la falta de agua, la descomposición de los alimentos. El temor se mantiene en ella y en su familia cinco años después: «Es preocupante, porque todavía se dice que estamos a las puertas de otro apagón. Es para preocuparse».