Gerry Weil vuelve a rapear sin dejar a Bach

Tiene 80 años y se alimenta de la energía vital de la buena música. Abrió las puertas de su casa a Contrapunto, queríamos entrevistarlo y vean lo que pasó

Texto: José Gregorio Yépez / Vanessa Davies
Fotos: Ernesto García. 
Video: Miguel «Cuchicuchi» Romero

Sus pasos son largos, como larga es la lista de músicos que han pasado por sus manos y han bebido de su sabiduría. Largos como los 80 años que carga encima y los 63 de enamoramiento de esta tierra llamada Venezuela.

Allí en la Sabana Grande donde le sacaron el teléfono de su guayabera dice que vive feliz y que no se quiere ir. «Se ha ido mucha gente. ¿Si todos nos vamos… entonces?». Se dice satisfecho con la música, con sus alumnos, con sus amigos, con su bajar a la playa todos los fines de semana.

Después de abrir la puerta del estacionamiento nos recibe con su sonrisa cálida. «Hay que subir tres pisos, el ascensor está dañado».

Jovial nos lleva hasta su apartamento. Su casa nos saluda con una biblioteca amplia donde llaman la atención unos libros muy grandes sobre el kárate, que se vuelven diminutos al girar la vista hacia la derecha.

Allí está el piano del maestro.

Color madera, colocado hacia el rincón de la sala, suponemos que buscando sacar provecho a la acústica. Al frente su poltrona donde, después de invitar a sentarnos, se acomoda para atendernos.

Nos preparamos para hacer la entrevista.

Fue imposible.

Gerry Weil comienza conversar y nos sacó del oficio. Terminamos siendo unos fanáticos de la música y admiradores de su obra tratando de descubrir en cada gesto, de tocar en cada palabra, esa magia que envuelve a uno de los músicos que más le ha aportado al país.

Allí estuvimos parte de la tarde del 24 de septiembre bebiendo de la sabiduría de un hombre de 80 años que no deja de crear y poner sus manos sobre la música que asegura «es la forma en la Dios nos habla».

Que nos perdone el oficio este desliz. Pretendía ser una entrevista. Aquí les dejamos buena parte de este encuentro con el maestro Gerry Weil.

No deja de crear, el entusiasmo con el que habla hace parecer que es un muchacho que decidió disfrazarse de un hombre de 80 años. Habla de cuatro proyectos que está adelantando como si se tratase del primer disco.

Ahora, después de trabajar con bandas numerosas, con programadores midi, se aventura a trabajar con cuerdas desde la más profunda raíz venezolana: Simón Díaz.

Nos cuenta que descubrió su amor por la música por allá en 1945, recién finalizada la guerra en una Viena dividida en cuatro partes. Solo tuvo un profesor de piano durante un año.

Aunque suene increíble fue rechazado en el conservatorio. «No tenía talento», relata y tuvo estudiar pastelería.

El maestro recuerda que fue portero en el Club Puerto Azul y «como era blanquito, pasaba como socio y me dejaban estudiar en un piano de cola que habían comprado».

Defiende con pasión la disciplina, el rigor y la dedicación «a lo que te gusta». Asegura que es la fórmula para triunfar y estar satisfecho.


Entra a hablar de su filosofía de vida y señala que «la felicidad es un camino de resta y no de suma». Recuerda con cariño su amistad con la recientemente fallecida María Rivas, la producción de su primer disco y su participación en los conciertos de Navijazz.

Cuando se refiere a Venezuela le brillan sus ojos. Habla desde el corazón. Cuenta que hace poco estuvo en Austria «que es una de los países con mejor calidad de vida para sus habitantes, pero yo me quiero quedar aquí».

Evade el tema político, pero lo que no puede callar es su descontento con cosas que considera injustas: «No me gustan las mujeres con los niños revisando la basura».

Vuelve a conectarse con temas espirituales y sentencia: «Cuando entra el coro en el Requiem de Mozart, en el primer acorde, a mi se me sale una lágrima. Esa puede ser una definición de Dios».

Conoció a su esposa en el Hipocampo, un sitio nocturno legendario de Caracas. No estaba tocando, pero luego ella fue a algunos de sus conciertos.

«Me cayó de cielo para acompañarme estos 50 años, porque acabamos de cumplir las bodas de oro», dice con alegría.

En cada uno de los videos se escucha «La revuelta de Don Fulgencio», tocada por el maestro en esta visita y así llegamos al final de este encuentro con un hombre que asegura que «aquí hay tumba’o».