Las incongruencias en el mensaje sobre el valor del voto, así como la dispersión de la oferta electoral atentan contra los candidatos que adversan al oficialismo
«¿Tú vas a votar?», le pregunta un muchacho a una muchacha en una oficina en Caracas. Ella lo mira, le dice que todavía no sabe, que todos los políticos son iguales. Él le responde algo parecido. Ambos son opositores al gobierno de Nicolás Maduro, pero no creen que sus votos sirvan para cambiar la situación del país.
«La mesa está servida. Queda de parte del electorado y de lo poco que se pueda hacer en estos días de campaña para motivar y convencer a la gente para que salga a votar», enfatiza Daniel Santolo, analista político, profesor universitario y dirigente del partido Avanzada Progresista. Y agrega: «Ya quedará en manos de los candidatos y de las diferentes fuerzas políticas tratar de conquistar a un electorado que ha sido casi separado del acto electoral como si eso fuese una cosa fea, pecaminosa».
Santolo, muy crítico con los factores de oposición que han cuestionado el voto como herramienta de cambio, asegura que «quisieron convertir el voto en algo pecaminoso, en algo feo» y así «no es sencillo, en tan poco tiempo, echar para atrás todo eso que se hizo».
No quisiera votar, pero si uno no lo hace, le deja el espacio a este bodrio que vivimos con Maduro, opina Miriam, residente de una de las parroquias de Caracas más afectadas por la falta de agua y de luz. Miriam, exchavista, no entiende las divisiones de quienes se oponen a Maduro. Mientras espera que le pongan los 20 minutos de agua de la semana, comenta que votará por quien se oponga al PSUV, llámese Ecarri o Guanipa.
Viejas y nuevas heridas, rencillas, ambiciones de poder y proyectos personales parecen marcar la pauta. También, la ausencia de condiciones electorales y políticas, la inhabilitación de líderes, la existencia de presos políticos.
Las divisiones también desalientan a los votantes. Caso emblemático, el del estado Miranda, donde los dos candidatos que aparentemente tienen más fuerza -Carlos Ocariz por la MUD y David Uzcátegui por Fuerza Vecinal- no logran ponerse de acuerdo. Un tercer abanderado -Juan Carlos Alvarado, del partido Copei y apoyado por la Alianza Democrática- podría convertirse en la salida salomónica, como lo plantea el dirigente político Enrique Mendoza. Y todavía hay más aspirantes: Olga Morey, de Compa, y Christian Chirinos, de Soluciones.
«Los votos que no sirven para derrotar, sirven para legitimar», asegura Benigno Alarcón, profesor universitario y director del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB. «El escenario ideal para el oficialismo es tener una elección donde participe mucha gente, donde vote mucha gente y donde el gobierno gane. Y lo que el gobierno necesita para ganar en una elección en la que vota mucha gente es que el voto opositor se disperse».
Alarcón asevera que, sin lugar a dudas, «la mayoría de los votos van a ser opositores; en cualquier lugar donde haya una votación elevada la mayoría de los votos van a ser de la oposición, no van a ser del oficialismo. Esa es una realidad».
El investigador estima que el oficialismo obtendrá 30% de los votos «en el mejor de los casos», y algunas encuestas que han circulado en el contexto de la campaña electoral parecen darle la razón. «El resto de los votos van a ser de la oposición, pero el problema es que si picas los votos de la oposición en dos, tres, cuatro o cinco toletes no hay manera de poder ganar».
El municipio Libertador es otro ejemplo de las fracturas. Tomás Guanipa, dirigente de Primero Justicia, va por la MUD. Antonio Ecarri, conocido popularmente como «el lápiz», va por otra alianza de partidos. La candidata oficialista, Carmen Meléndez, puede imponerse por la fragmentación de los votos de quienes la adversan.
La solución que ve Alarcón es que las oposiciones «se pudieran sentar en una mesa y decir ‘vamos a ser honestos: ¿quién es el candidato que tiene las posibilidades reales de ganar en este lugar?’. Y todos los demás, sobran». La libertad, insiste, «hay que ejercerla con responsabilidad» y la realidad es que un elector «no hace nada dándole el voto a alguien que no tiene ninguna posibilidad de ganar, y negándosela a aquel que tiene posibilidad».
En su análisis, remarca que lo normal, en una democracia, «no es que tengas oposición, sino oposiciones», y alianzas circunstanciales para enfrentar una coyuntura y un adversario determinado. Ese, reitera, no es el caso venezolano.
En situaciones como las de Venezuela «unes a las oposiciones que son de izquierda, de derecha, que tienen diferencias de todo tipo porque el adversario que tienen al frente es demasiado grande. ¿Y se unen por qué? Porque necesitan actuar responsablemente para vencer al adversario».
Miriam piensa votar por un candidato opositor en Caracas. Uno le simpatiza, pero lo mira con sospecha. Otro es, para ella, una persona antipática, pero por él sufragará, aunque sin mucha convicción.
