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martes, 23 abril, 2024
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Paola Bautista de Alemán: Sobre la Cota 905 vemos declaraciones que no honran la verdad de los hechos y buscan chivos expiatorios

Texto: Vanessa Davies

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«La Constitución de 1999, en su versión original, es un documento que nos puede ayudar a caminar hacia la democracia», subraya la periodista y doctora en ciencias políticas. Acaba de presentar su libro más reciente, «El fin de las democracias pactadas. Venezuela, España y Chile», publicado por Editorial Dahbar

Escribe, que algo queda, parece ser la frase detrás del empeño de Paola Bautista de Alemán, periodista y doctorada en ciencias políticas por la Universidad de Rostock, por documentar las experiencias de Venezuela y otros países. Acaba de presentar su libro más reciente, editado por Editorial Dahbar: «El fin de las democracias pactadas. Venezuela, España y Chile». Esta entrevista se realiza, vía zoom, con las balaceras en la Cota 905 y otras zonas de Caracas como telón de fondo. Por eso, aunque el tema inicial era su hijo intelectual, inevitablemente la conversación se desvía hacia esta violencia.

Estima que lo sucedido en Caracas evidencia «lo que he llamado el Estado gangsteril, un Estado que muta de su versión democrática y liberal a una versión en la que los criminales son una fuerza importante en el manejo de poder, y donde el Estado a ratos funciona como cómplice y a ratos quiere poner orden, pero no lo hace».

Lo de Venezuela «no es una autocracia militar tradicional, sino una autocracia con muchísimos componentes, y entre sus componentes es militarista, pero no militar».

En los últimos 20 años del llamado Puntofijismo el Estado se debilitó, y en 1999, con el llamado a refundar el Estado se generó más inestabilidad. La crisis se profundizó aún más, y después del golpe de Estado del 11 de abril de 2002 «se dan unos acercamientos entre el Estado y fuerzas irregulares, y este acercamiento no solo es de ceder territorios a cambio de fidelidad política, sino que también tiene implicaciones económicas, tráfico de armas, narcotráfico, delincuencia organizada».

Desde que Nicolás Maduro asume el poder, evalúa, «viene un proceso de degradación tal, que hay sectores del país donde vemos características de Estado fallido, y eso es muy complejo. Un Estado fallido quiere decir que el Estado está ausente, que el Estado no cumple ni con sus labores administrativas ni con sus labores coercitivas». Las mujeres que salieron a defender a El Koki no la sorprenden, porque «cuando no hay Estado surgen estas figuras».

En el caso venezolano «este tipo de personajes nacieron con la complicidad del Estado, porque en un principio nacen para garantizar fidelidad política». Cuando el Estado actúa vienen las violaciones de DDHH, es «una cicatriz en nuestra alma de pueblo».

Para que haya un avance de la democracia «tiene que haber un Estado que la soporte; no hay democracia si no hay Estado», pero «quien ahora quiere restituir las capacidades coercitivas del Estado en estos territorios fueron los que contribuyeron a su destrucción, y no solamente lo que contribuyeron a su destrucción, sino que en esta tarea de reconstrucción, de poner orden, vemos declaraciones que no honran la verdad de los hechos y la búsqueda de chivos expiatorios». Es una «muy mala señal para el país, es una muy mala señal para la comunidad internacional que quien quiere recomponer fue quien destruyó, y en ese camino de recomposición quiera utilizar recursos para instrumentalizar políticamente y aumentar la represión».

Esta es «una situación difícil, son horas de prudencia», reitera.

Pactos que fallecieron

El libro «El fin de las democracias pactadas» estudia los pactos que hicieron posible el surgimiento de la democracia, En el caso de Venezuela, recuerda que no fue solo el Pacto de Punto Fijo, y se refiere a la Constitución de 1961, a los acuerdos obrero-patronales y eclesiásticos. Esos pactos «lo mejor que tuvieron es que fueron posibles», destaca, porque «lograron representar lo que la sociedad venezolana quería, y por eso la sociedad respetó los pactos». Fueron «lo suficientemente inclusivos como para mantener actores leales a la democracia», tanto así que la Carta Magna la suscriben todas las fuerzas políticas.

Pero algo pasó, y para Bautista la falla estuvo en «la capacidad de reforma y la actualización de los pactos», ya que a medida que pasó el tiempo «la sociedad le exigía al sistema democrático mecanismos de actualización, apertura y reforma, y por diversas razones, eso no fue posible, y lo que no se reformó lamentablemente terminó en un quiebre».

Según el libro, 15 años después del pacto ya había descontento, un descontento que la investigadora califica como sistémico (no solo el político, no solo el partido). ¿Hubo una falla de origen? Los acuerdos «fueron lo posible en ese momento, y en ese sentido fue lo mejor». La transición venezolana en 1958 «fue ejemplar», ideal, pero «con el transcurrir del tiempo no tuvo la capacidad, ni la sociedad, ni el liderazgo, de actualizarla». Aunque hubo intentos de reforma «eso no pudo avanzar, y los mayores responsables frente a la incapacidad de reformas son los que estaban en el poder. La mayor responsabilidad recae sobre quienes tienen el poder de hacer las cosas, y por diversas razones no las hacen».

El proceso político que se inició en 1958 siguió a una dictadura militar tradicional, con actores políticos que «venían curtidos por el dolor» que al llegar al poder quieren «que la democracia sea algo posible». En 1998 el país vivía «una democracia erosionada, con problemas institucionales y de corrupción, con una crisis profunda», y la Constitución de 1999 «llega del descontento democrático». La de 1961 «nace de las ansias de la democracia; la de 1999 sale del descontento democrático y de una nueva propuesta» liderada por Hugo Chávez Frías, con nuevas propuestas. «El caso venezolano es pionero en el ascenso de los populismos en el siglo XXI».

Si hay un punto común entre la Venezuela de 1958, el Chile de 1988 y la España de 1978 «es que los tres países venían superando unas dictaduras militares tradicionales». En Chile y en España «hubo capacidad de reforma interna de la dictadura», pero en Venezuela Marcos Pérez Jiménez tomó el avión y se marchó. Eran dictaduras «que pudieron ser reformadas desde adentro hacia afuera hacia la democracia». España tuvo, además, «el muro de contención de la Unión Europea».

-¿La Constitución de 1999 no dio pie a un proyecto democrático? ¿O nació autoritaria desde el primer momento?

-La verdad es que no autoritaria, pero sí, arbitraria. No hay que perder de vista que la Constitución de 1961 no contemplaba un proceso constituyente. Se abren las puertas a una constituyente a partir de una sentencia de la Corte Suprema de Justicia, que decía que frente a lo que está escrito en la Constitución de 1961 tiene que ser superior la voluntad del pueblo en un sentido plebiscitario. Diría que nace con una vocación autocrática, en un proceso muy complejo, arbitrario desde el punto de vista jurídico y constitucional. Eso hace que sea un documento que puede tener en el origen visos de república que pueden caminar hacia la democracia. La Constitución de 1999 es una Constitución que tiene deficiencias republicanas, que trae muchísima historia, que ahorita tiene una versión reformada que es muy compleja, con unas reformas con un déficit democrático importante, pero esas páginas recogen el espíritu histórico y cultural de nuestro país en los últimos 30 años y los por lo tanto es sumamente valiosa. Ahí están los insumos, el pacto fundamental para que todos podamos volver a la democracia.

-¿Necesitamos una nueva Constitución para volver a la democracia, o con la Constitución de 1999 podemos avanzar?

-La Constitución de 1999, en su versión original, es un documento que nos puede ayudar a caminar hacia la democracia. Voy un poco más: un proceso constituyente genera unas tensiones, unas debilidades, una inestabilidad absolutamente inconveniente en un proceso de cambio político. Una vez que vayamos avanzando esa Constitución puede ser susceptible de reformas. El país debería crecer en la capacidad de crecer sobre lo que tenemos y no destruir para intentar volver a construir sobre las ruinas, donde al final lo que tenemos es una torre de ruinas.

¿Necesitamos un nuevo pacto? «Si logramos refrendar el pacto que tenemos» y que cada actor «asuma la Constitución, no como letra muerta, sino como modo de vida, como un principio republicano fundamental para que el país funcione, podremos caminar a la democracia», replica. Se necesitan, también, acuerdos confiables, pero para que sea así «tiene que haber actores políticos que honren su palabra».

Hoy hay en Venezuela «una autocracia compleja» en la que no solo hay políticos, sino personas que «forman parte de unas redes de poder económico ilícito». Considera que el chavismo es, ahora, «una cosa muy opaca, y es «difícil distinguir cuáles son los verdaderos intereses».

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