Cargan agua, cocinan sin gas, estudian sin luz, se las ingenian para alimentar a su familia sin dinero y hacen magia todos los días
Lo dice como si estuviera en una reunión de Alcohólicos Anónimos: «Soy Aura Sarmiento, soy de La Pastora y le cuento que nosotros pasamos cuatro años sin una gota de agua». En esos cuatro años se las ingenió para llevar el agua de una calle a otra. «Somos unas 400 familias, un sector completo… Cuatro años sin agua. Suponemos que es por falta de mantenimiento de las bombas que deben bombear el agua». Este 8 de marzo es el Día de la Mujer y las palabras de Aura repican como campanas.
El líquido llegaba hasta una sitio determinado. El paso siguiente era «llenar uno los pipotes, y bajarlos a casa de los familiares o amigos», o, en el peor de los casos, esperar «que mandaran una cisterna». Así estuvo entre 2016 y 2021, calcula. Es decir, los años más difíciles de la emergencia humanitaria compleja. Ahora «está llegando un poquito más», una vez a la semana: «Tenemos agua unas 24 horas, y hasta menos».
Las mujeres son el planeta central de la vida cotidiana. Con agua o sin agua las mujeres -o es lo que abierta o silenciosamente se espera de ellas- limpian, lavan ropa, preparan comida. Con gas o sin él las mujeres cocinan. Con electricidad o sin ella las mujeres ayudan a hacer tareas, se encargan de los enfermos. «Mujer es mujer y su apellido es resuelve», parece ser la frase adecuada para retratarlas. En países en crisis, como Venezuela, ellas están más cargadas, porque las tareas diarias son más difíciles. «Imagínate para la limpieza de la casa, para el aseo personal…Imagínate con el periodo, que gastas más agua, y era muy difícil», confía Aura. «Yo sacaba el agua de botellitas. Más de 500 botellas tenía yo en la casa, porque cuando llegaba el agua uno tenía que llenar botellitas, o cargar potes de agua desde otros sitios».
La Alianza por Ellas publicó un informe en 2021 en el cual aseguraba que «las niñas, adolescentes y mujeres venezolanas viven la crisis con mayores obstáculos». En 2020 «el estándar del derecho a la salud más vulnerado en las mujeres fue el de
disponibilidad (35%) de bienes y servicios de salud, especialmente, los relacionados
con salud sexual y reproductiva», recoge el documento.
Jesús Armas, ingeniero y dirigente de Ciudadanía sin Límites, señala que las niñas pueden dejar de ir a la escuela si tienen la menstruación y falta el agua. Esto fomenta la desigualdad de género porque «más niñas pierden días de clases que los que pierden los varones». Cuando escasea el gas son las mujeres las que tienen que cocinar con leña «y son las principalmente afectadas por los gases tóxicos que se producen por cocinar a leña o con otros combustibles».
La falta de servicios públicos, subraya Armas, «daña fundamentalmente a las mujeres del país».
La menstruación, un elemento de la fisiología femenina, es difícil de sobrellevar en el presente venezolano. «Una mujer que vive en la Dolorita pasa inexorablemente por la pobreza menstrual,
y al no poder comprar los insumos de higiene, la opción es improvisarlos recortando
ropa usada para cubrir bolsas plásticas rellenas de hojas secas», describe la Alianza por Ellas.
Para 2022, según las organizaciones de la sociedad civil, había 18 millones de personas con necesidades humanitarias: la mitad de ellas, niñas, adolescentes y mujeres.
Las venezolanas lidian con las dificultades para la alimentación familiar. El informe Con ellas, del año 2022 indica: «Entre las estrategias más empleadas, las encuestadas señalan que emplean una o varias de las siguientes: Comprar alimentos a crédito (36%), gastar ahorros en la compra de alimentos (54.71%), pedir comida prestada o ayuda a otros (40%), pedir dinero prestado para comprar alimentos (42.78), reducir el tamaño de las porciones en las comidas (64,68%), reducir la cantidad de comidas al día (43,63%) o reducir los gastos de salud, educación u otros (39,66%)».
La perspectiva de género puede cambiar la orientación de las políticas públicas. Jesús Vásquez, director de Monitor Ciudad, cita el caso de un país africano en el que nombraron ministra a una mujer, y ella mejoró la cobertura del servicio de agua. ¿Qué pasó? «Los tomadores de decisiones no estaban cargando agua todo el día», pero la mujer, sí.
Este artículo fue hecho en el marco de las Mentorías Editoriales del Semillero Violeta de la Red de Periodistas Venezolanas.