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viernes, 26 julio, 2024
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En la avenida Baralt el coronavirus sale al mediodía

Texto y fotos: José Gregorio Yépez y Vanessa Davies

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En la semana de cuarentena radical una de las avenidas más transitadas de Caracas se mantiene activa hasta las 12. Después, como si viniera una avanzada de vampiros, los comercios empiezan el ritual de bajar las santamarías

La avenida Baralt con coronavirus y en semana de cuarentena radical es la misma avenida Baralt de siempre… Hasta el mediodía. Un camioncito de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) se encarga de recordarlo, poco antes de las 12, cerca de la sede del Saime (cerrada a cal y canto). “La vendedora de cigarrillos debe recoger”, dicen los funcionarios por los altavoces. “El comercio informal debe retirarse”, prosiguen. La vendedora los mira, indecisa entre levantarse y cumplir la orden o quedarse unos minutos extra para vender –a lo sumo- un cigarrillo más y exponerse a las sanciones.

A partir de la plaza Miranda, cerca de El Silencio, comienzan las alcabalas de la PNB y de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Las motos pasan por ellas y siguen de largo, porque conducir una moto en Caracas es garantía de que te puedes escurrir por donde otros no pasan. Los carros, en cambio, se detienen a dar explicaciones.

Pronto serán las 12 y la agitación que hay en los comercios con la santamaría a medio abrir se parece a la de quienes deben esconderse al anochecer, porque viene una oleada de vampiros. Tiendas que venden productos de belleza tienen colas de gente que espera entrar. También se juntan personas en la puerta de los comercios que ofrecen alimentos (pollo a 590 el kilo), con tapabocas puesto, pero sin distanciamiento físico. Los comercios de productos de santería no tienen dioses que los protejan del paso del tiempo, ni de la cuarentena radical, así que están cerrados.

-Dos kilos de papa, un dólar, mi pueblo- vocea uno de los vendedores.

«Todo a dólar» parece ser la consigna. El polvo para lavar. Los huevos. Al bolívar le mandaron saludos. La población fue imponiendo la divisa ante una moneda oficial derrotada.

Todavía está el famoso “chino de la Baralt” en la esquina de Bucare. En realidad, el restaurante se llama Nueva casa de los chinos, pero por ese nombre es difícil recordarlo. Trabajan como pueden, explica uno de los cocineros. Redujeron su menú a poco más de 10 platos (con precios en dólares o su equivalente en bolívares) en el que sobreviven sus famosas berenjenas con camarones “picante”. Todo lo preparan al momento. En este local, había que esperar mesa hace unos 15 años atrás, pero este jueves 17 de septiembre, nadie tocaba a su puerta.

Un poco más allá en un carrito de mercado se exhiben plantas curativas, y contra todo pronóstico, el cartelito informa: “Hay punto”. Es decir, la cola de caballo o el malhojillo se pueden pagar con tarjeta de débito.

En el canal de subida de la avenida varias filas de sillas blancas, de plástico, ocupan todos los canales. El coronavirus ha impuesto una suerte de estado de sitio en el que una vía del tránsito de la Baralt se da el lujo de cortarse como quien le da un machetazo a una arteria. No hay paso en vehículo. En esas sillas la GNB sienta a quienes infringen las normas de la epidemia, para recibir la charla de rigor.

A las 12 el mercado de Quinta Crespo ya terminó su jornada, pero el reloj del comercio no se detiene: la vida continúa en las calles cercanas donde se ofrecen aguacates, huevos, leche en polvo, plátanos. La avenida oeste 18 se parece al «faltan cinco pa’ las 12» del Año Viejo: a correr para buscar lo que falte.

Todo se agita en los minutos siguientes. Las motos de la GNB pasan para dar por terminadas las operaciones. Es evidente que han tenido que negociar su autoridad con la pobreza del día a día. Podrá ser fácil decirle a una mujer en Suiza que se vaya a su casa, donde seguramente no le faltan la comida, el agua ni la luz; pero darle la misma orden a la señora que vende unas fresas en una caja, ella sudorosa y sucia, es tener el corazón en las botas.

Por eso en ciertas zonas populares de Caracas se establece una dinámica en la que la cuerda se estira y se encoge. Mano dura, mano blanda. Ante los niños que buscan algo para comer en la basura los policías solo pueden mirar hacia otro lado. El hambre, hasta hoy, no es delito.  

Cerca del muchacho que mostraba varios medios cartones de huevos (a cambio de un dólar o dispuesto al trueque) dos funcionarios detuvieron la moto sobre el puente Casacoima, que pasa sobre la quebrada. Uno de ellos alzó la voz.

-Te voy a llevar al comando- le advirtió a una vendedora sentada sobre una caja.

-Ya me voy, ya me voy- respondió ella, mientras intentaba cerrar una transacción de último minuto.

-¿Te vas a ir cuando te voy a llevar?- replicó el uniformado. Se echó a reír, aceleró la moto y se marchó.

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