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martes, 19 marzo, 2024
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Tres meses de cuarentena: Cómo el coronavirus cambió nuestras vidas

Texto y fotos: Vanessa Davies

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Tapabocas, guantes, gel, alcohol, distanciamiento físico, pistolas para medir la temperatura… La COVID-19 ha implicado cambios que van más allá de la incorporación de nuevos objetos a la rutina diaria. Este martes 16 de junio se cumplieron tres meses de la cuarentena parcial, que un día después sería nacional, decretada por el ejecutivo de Nicolás Maduro

Cuando la directora de la Unidad Educativa Santa Bárbara, en Caracas, salió del colegio el viernes 13 de marzo, no podría imaginar que no regresaría hasta dos meses después. Tampoco los profesores, y mucho menos, los estudiantes. Una docente con más de 40 años de experiencia, acostumbrada a la tiza y al pizarrón, tuvo que aprender a organizar grupos de Whatsapp y a organizar actividades académicas no presenciales.

Este martes 16 de junio se cumplieron tres meses de la cuarentena parcial decretada por el gobierno de Nicolás Maduro. Dos días antes del 13 de marzo la Organización Panamericana de la Salud (OPS) dictó un taller para periodistas en el cual la pregunta de rigor era si ya teníamos casos en el país. Los representantes del organismo siempre insistieron en que esa información debía ser suministrada por las autoridades venezolanas, y se concentraron en comunicar el esfuerzo que habían hecho para apoyar la atención de la epidemia en Venezuela.

En estos tres meses ha pasado de todo en Venezuela: escasez de gasolina, protestas por fallas en los servicios públicos, apagones, cortes de agua… la lista es larga. Y mientras las autoridades llamaban a la cuarentena «radical», centenares de personas tuvieron que dejar sus hogares para lanzarse a buscar combustible o agua.

El cambio en el esquema de precios de la gasolina generó dos grupos de estaciones de servicio en Caracas: las que ofrecen combustible a precios subsidiados y las que lo comercializan a 0,50 dólares el litro.

Del abrazo y el beso que nos prodigábamos como buenos caribeños, tuvimos que pasar a saludarnos con el puño o el codo. Las iglesias de todas las confesiones, lugar de encuentro de las familias y los amigos, también entraron en cuarentena y cerraron sus puertas. Los ritos se celebran, ahora, por Zoom y por Whatsapp.

El tapabocas, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirmaba que no era de uso obligatorio, se convirtió en un requisito para estar en la calle. Nuestra vida, ahora, ocurre con la boca cerrada, con gel en las manos y guantes.

Una consulta médica es, ahora, como una visita a la NASA. En el Instituto Médico La Floresta te toman la temperatura en la entrada y los trabajadores llevan puesto un gorro, guantes, bata y máscara que les cubre hasta los ojos.

Para atender a cada paciente, la doctora Elda Giansante, reconocida dermatóloga de La Floresta, debe colocarse un traje especial. Cabello recogido, guantes, una máscara especial.

Esta es la «nueva normalidad» que nos llegó a la vida. Nada parece exagerado. Podría parecer hilarante que una paciente desinfecte la silla en la que se va a sentar en la sala de espera. ¿Lo es? Cualquier precaución parece poca.

Ahora hay que guardar el distanciamiento físico para evitar el contagio. Las restricciones para el uso de los ascensores se convirtieron en norma.

El suelo de los comercios y edificaciones, las aceras se llenaron de marcas: el metro o metro y medio que debe separar a una persona de otra,

Las clases en línea y las teleconsultas médicas también forman parte de la «nueva normalidad». Hasta las entrevistas y ruedas de prensa se hacen en línea.

En los días duros de la cuarentena florecieron los delivery. Los comercios que no podían abrir sus puertas por no formar parte de los sectores considerados prioritarios también se inventaron sus estrategias para sobrevivir.

En nosotros se ha instalado el temor: el miedo a la enfermedad, el miedo a la muerte. Si alguien tose, si alguien estornuda, los demás se apartan. Si alguien pronuncia la palabra fiebre se agitan las aguas del pánico.

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