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jueves, 18 abril, 2024
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Ángel Álvarez: Si los políticos venezolanos quisieran estudiar un proceso de transición deberían fijarse más en México que en Chile

Texto: Vanessa Davies

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«Los venezolanos deberían tomar en consideración que en Venezuela se ha construido, durante la vida de Chávez pero especialmente después de la desaparición física de Chávez, una organización que reduce los conflictos dentro de la élite dirigente, y eso mantiene la estabilidad del orden político; eso es clave para entender cualquier proceso de cambio que se pueda plantear», subraya el politólogo y profesor de la Universidad de Ottawa

México debería ser no solo el sitio en el que se sientan a conversar los representantes del gobierno de Nicolás Maduro y los de la oposición liderada por Juan Guaidó y el llamado G4. Es el ejemplo mexicano una cantera de la cual los dirigentes políticos venezolanos pueden aprender, señala Ángel Álvarez, politólogo y profesor de la Universidad de Ottawa.

«Si las élites políticas venezolanas quisieran estudiar un proceso de transición en América Latina deberían dejarse de fijar tanto en Chile y deberían fijarse mucho más en México. Creo que el proceso mexicano se parece bastante más que el chileno, especialmente después de la muerte de Chávez, a lo que ocurre en Venezuela», asegura.

«Después de la muerte de Chávez queda bien claro que el liderazgo del proceso político venezolano no es personalista, sino que hay una organización que es partido cívico-militar. Ese es un hecho político innegable que le da una gran estabilidad al orden político venezolano actual y que la oposición no sé si lo entiende claramente», añade en conversación con contrapunto.com.

Ese orden político «se parece mucho al orden que construyó el PRI con mucha más eficacia. El PRI fue mucho más eficaz para organizar a las élites en el poder, reducir el conflicto y lograr movilización social y apoyo popular para esa élite».

Aunque son procesos distintos, acota, «los venezolanos deberían tomar en consideración que en Venezuela se ha construido, durante la vida de Chávez pero especialmente después de la desaparición física de Chávez, una organización que reduce los conflictos dentro de la élite dirigente, y eso mantiene la estabilidad del orden político; eso es clave para entender cualquier proceso de cambio que se pueda plantear. La oposición venezolana tiene que entender que hay una realidad política de un partido que es bastante disciplinado, que toma decisiones, que no está exento de contradicciones porque la política está llena de contradicciones pero tiene mecanismos para llegar a acuerdos que pueden ser mandatorios para todos los miembros de esa organización. Eso es clave. Los venezolanos deberían ver el caso mexicano para entender un poco más su propia realidad».

CIUDAD DE MÉXICO (MÉXICO), 13/08/2021.- Un integrantes de la inauguración del proceso de negociación y diálogo, y firma de un memorando de entendimiento de Venezuela. El jefe de la Plataforma unitaria de Venezuela, Gerardo Blyde Pérez,el diplomatico Noruego Dag Nylander, presidente de la Asamblea Nacional de VenezuelaJorge Rodríguez

Los mexicanos «les dieron una lección a otros países de que se puede lograr una transición política pactada con pocos sobresaltos, con pocos pases de factura (no hubo cobro de ninguna parte), con cierta posposición importante de algunos problemas que se expresan hoy día y que llevan al triunfo de López Obrador».

No obstante, contrasta, en Venezuela «hay bajos niveles de funcionamiento de los mecanismos democráticos pero un altísimo nivel de apoyo a la democracia» mientras México «está en el extremo opuesto: hay bajo nivel de respaldo popular a la democracia pero hay un buen funcionamiento de los mecanismos de negociación entre élites y de mecanismos de funcionamiento democrático en la distribución del poder».

En Venezuela hay elementos para construir una democracia más sana que la mexicana, garantiza. «Si las élites políticas aprenden que es necesaria la negociación y el acuerdo para resolver las controversias, que son necesarias las elecciones transparentes y confiables para decidir quién tiene el poder, que es necesario que el perdedor reconozca el ganador y acepte las consecuencias a todos los niveles» se puede construir «una democracia mucho más sana, porque parte de un sustrato social mayor que el que existe en México, en el sentido de que los venezolanos tienen muchísimo más respaldo a la democracia que el que tienen los mexicanos».

Los sectores venezolanos que están en México tienen una sola opción: pactar, confirma. «Tienen que ceder, una parte tiene que reconocer a la otra y la otra tiene que reconocer a la otra; tienen que aceptar los resultados del juego electoral con sus implicaciones. Es decir, quien gana las elecciones no desplaza del poder a quien las pierde, y quien pierde las elecciones no puede excluir del poder a quien las ganó. Las elecciones tienen que garantizar certeza en términos de la distribución del poder, que es lo que no ha ocurrido en Venezuela desde hace mucho tiempo».

Desencanto con la democracia

¿Estamos desencantados con la democracia? «Las cifras muestran que sí», responde Ángel Álvarez. Lo dice con conocimiento de causa: coordinó -con el rector de la UCAB, José Virtuoso- el libro Crisis y desencanto con la democracia en América Latina. Este texto recoge los resultados de la investigación y el análisis de 37 profesores de 22 universidades.

Álvarez explica que llegaron a la conclusión de que, aunque las democracias tienen ciclos de crisis y ciclos de reacomodo, «estamos en este momento en una crisis más profunda que nunca antes; una crisis que va más allá porque afecta los cimientos del apoyo popular a la democracia».

Es decir, «ya no es solo descontento con la forma en la cual los gobiernos gobiernan, no es descontento por la búsqueda de inclusión de un determinado grupo o determinada parte de la sociedad, ni tampoco es descontento con un específico modelo de democracia tratando de buscar otro diferente», puntualiza. Es, entonces, un descontento generalizado con «la forma en que la democracia funciona en los países de América Latina, y con el concepto mismo de democracia como régimen político».

Álvarez habla de países como Brasil o México, en los que el respaldo a la democracia es bajo; o naciones en los que hay «un decaimiento importante del apoyo a la democracia», como Costa Rica o Uruguay.

Ese malestar, a su juicio, se debe a que «las expectativas de inclusión social, política, de género, de minorías que generaron las transiciones de los años 80», o las de los regímenes que surgieron como respuesta al fracaso de las políticas neoliberales de los 90, «están frustradas, no fueron satisfechas».

América Latina «es una de las regiones más desiguales» del mundo, aunque no necesariamente la más pobre. «Esa terrible desigualdad es un factor que, a mi juicio, explica que haya esta frustración acumulada durante casi 40 años de proceso de democratización».

-¿Se esperaba que la democracia redistribuyera mejor?

-De alguna manera se esperaba eso, y es natural que se espere. El ciudadano común, cuando se producen los procesos democráticos, tiene una gran fe en los procesos en sí mismos, pero los gobiernos tienen que mostrar resultados. No solamente el método de elección del gobierno es suficiente; es necesario que ese método produzca gobiernos responsables, que respondan a las expectativas de la población. Además de la pobreza, los niveles de corrupción, incluso gobiernos que surgieron como respuesta al fracaso de las políticas neoliberales de los 90, generaron unos niveles de frustración muy altos por la corrupción, y siendo gobiernos que fueron electos, en su gran mayoría, con un discurso anticorrupción y protransparencia. Me refiero, por ejemplo, al gobierno de Lula Da Silva.

Los sectores más desencantados son los pobres y los indígenas (que se siente mucho en países como Guatemala y Bolivia). También, los jóvenes, que participan en protestas masivas en Colombia y en Chile porque piensan que no hay espacio para ellos en el futuro «y eso es sumamente peligroso; hay una percepción, en América Latina, de que los jóvenes no van a vivir mejor que sus padres, y eso es uno de los detonantes más graves contra la democracia». Igualmente los movimientos de género, porque «hay muchas expectativas de la inclusión de nuevas identificaciones de género y hay muy pocas políticas de parte de los estados para responder a esta nueva demanda de reconocimiento social».

En cambio, los que están contentos son «las clases medias, las clases medias altas, el empresariado, la población trabajadora tradicional, los trabajadores del sector público», puntualiza.

Claro, precisa, la mayoría siguen siendo las personas satisfechas, pero «observamos un decaimiento del apoyo a la democracia, y por eso hablamos de descontento; porque para que haya descontento antes tuvo que haber contento. Lo que hay en este momento es una caída de las cifras de respaldo a la democracia; eso no significa que la mayoría de las personas rechaza la democracia, sino que ha decaído significativamente el número de personas que respalda la democracia».

-¿Cuál es la proporción?

-Si me pides un promedio regional diría que 70% de la población todavía respalda a la democracia, y 30% no la respalda. Pero hay países en los cuales las cosas varían. Por ejemplo: Venezuela es uno de los países donde la gente respalda la democracia: cerca de 78% de los venezolanos respalda la democracia; sin embargo, cerca de 70% de los venezolanos considera que no hay democracia en Venezuela. Valoran lo que no tienen, o lo que perciben que no tienen. Lo mismo ocurre en Nicaragua: muchísimos nicaragüenses consideran que no es democrático el régimen de Nicaragua, pero valoran la democracia.

Hay «un contraste muy grande entre cómo los nicaragüenses evalúan la democracia durante la revolución sandinista, y cómo la evalúan durante el segundo gobierno de Ortega. Los nicaragüenses respaldaban muchísimo más la forma en la que funcionaba la democracia durante la revolución, que la forma en la que está funcionando en este momento», expone. El equipo nicaragüense de investigadores «sostiene que no se puede establecer continuidad entre la revolución sandinista y el actual gobierno de Ortega y su esposa. Son dos momentos totalmente distintos de la historia nicaragüense».

Lo mismo sucede en Venezuela, destaca. «En 2013 hubo un cambio importantísimo en la evaluación que la mayoría de los venezolanos tenía del modo en el que funcionaba la democracia. Se puede afirmar que no hay continuidad, para los venezolanos (según percepciones)» entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Trabajos de Latinobarómetro y de la Universidad de Vanderbilt detectan que «en Venezuela parece haber habido una ruptura, entre 2012 y 2013, entre los venezolanos y la forma en la que funciona la democracia en Venezuela».

¿Por qué la democracia no se renovó? «Hay diversas respuestas posibles», explica Álvarez. Lanza hipótesis: algunos teóricos e historiadores sostienen que la democracia no funciona en todos los países, y que por eso se sostienen donde hay un Estado liberal de derecho (no es el caso de América Latina), la extensión progresiva del sufragio y donde el gobierno esté sometido al escrutinio de la sociedad («desarrollo social que no ha existido en América Latina, porque en América Latina los gobiernos han sido mucho más poderosos que las sociedades, las sociedades han sido dependientes de los gobiernos»).

Otro planteamiento es que la democracia entra en crisis cuando hay una ruptura del orden constitucional que permite la elección sucesiva del gobierno, describe. Y una tercera posición reafirma que «democracia y crisis son prácticamente sinónimos, porque la democracia institucionaliza la crisis, a diferencia de los gobiernos autoritarios, que sacan la crisis de la agenda y reprimen la expresión del descontento».

Venezuela, reitera, tiene su propia paradoja, al ser «el país de América Latina en el que los ciudadanos valoran más la democracia, pero en el que los ciudadanos y expertos consideran que hay el menor nivel de democracia». En otras palabras, «los venezolanos siguen valorando el método democrático como método para resolver los conflictos que hemos vivido durante varias décadas».

Por eso «no podemos hablar de que en Venezuela haya una crisis de la democracia en el sentido de que los venezolanos estén buscando una forma autoritaria de sustituir a la democracia», confirma. «Hay descontento con la forma en la que la democracia; sin embargo, el respaldo a la democracia tan alto, el más alto de toda la región y sostenido en el tiempo» (más de 60%) indica «que los venezolanos quieren una solución democrática a los conflictos que están viviendo; no quieren una salida de fuerza para los conflictos que están viviendo».

No cree «que vayamos hacia el resurgimiento de modelos autoritarios, ni de izquierda ni de derecha, en América Latina», porque «la apuesta de los ciudadanos es principalmente por la democracia». Aun cuando «hay descontento no podemos afirmar que hay una crisis profunda de la democracia».

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