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viernes, 26 julio, 2024
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La encrucijada de los alimentos en Venezuela

Texto: Vanessa Davies

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Los implementos para sembrarlos, el combustible para cosecharlos y transportarlos y el financiamiento para toda la actividad agrícola son elementos que marcan la disponibilidad de alimentos en el país. La caída del poder adquisitivo tampoco ayuda

Una lechuga mustia, que en realidad parecía el retrato de un vegetal abandonado en el exterior del Mercado de Quinta Crespo, esperaba manos que se la llevaran. Pero el kilo a 1,5 millones de bolívares hizo desistir a los compradores. A pocas cuadras de ese mercado callejero que se supone ofrece mejores precios, una lechuga aún más hermosa costó la mitad.

Combustible para la cosecha, financiamiento para todo el sector e insumos para la siembra son factores críticos que debe resolver la nación. «La agricultura y la agroindustria venezolana tuvieron en el Estado un ente que brindó un apoyo que condicionó su evolución: desde el subsidio al combustible, la tasa de cambio, el fertilizante y la semilla, hasta el crédito abundante y barato, la producción de alimentos en Venezuela realmente resultó privilegiada», y es «precisamente todo ese andamiaje de apoyo del Estado el que ahora sucumbió», escribe Juan Carlos Guevara, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB en el trabajo «Rediseñando el sector agroalimentario venezolano: algunas consideraciones».

En el origen de la crisis se encuentran las expropiaciones, enfatiza la experta en nutrición Marianella Herrera. Comenzó un proceso que se podría llamar «crisis de instalación lenta», que mostró «síntomas importantes que a lo mejor pasaron desapercibidos». Al haber recursos para la importación de alimentos «pasó inadvertida la merma en la producción de alimentos», y son esas importaciones «las que logran tapar».

Hoy día «el Estado no llega ni a 10% de la producción de alimentos», sentencia por su parte Saúl López, presidente de la Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos. Las asociaciones privadas «se están organizando, ellas mismas se están financiando y la agroindustria está apalancando la producción primaria». El Estado debería aportar unos 350 millones de dólares para la producción primaria animal y vegetal.

López estima que para la siembra en este ciclo de invierno «se necesitan 110 mil toneladas métricas de fertilizantes», para «sembrar unas 400 mil hectáreas» de rubros como maíz, arroz, caña de azúcar y vegetales.

Automercados PlanSuaréz repletos por ajustes de precios en los alimentos

Para garantizar una parte de las arepas que consumimos, López calcula que se requiere de 300 mil bolsas de semillas de maíz, de las cuales -hasta febrero- se había juntado la mitad; el año pasado entre los sectores público y privado lograron reunir 500 mil bolsas. Esto «nos preocupa mucho, porque a escala mundial se produjo poca semilla de la semilla híbrida que se permite sembrar en Venezuela. Muchos países están adquiriendo esta semilla y nosotros aún no tenemos todo lo necesario».

Aunque como sociedad no están en contra del uso de transgénicos porque permitiría aumentar la producción de alimentos, sí señalan que les preocupa «que se haga sin control, porque hay que tener parámetros fitosanitarios, aislar las unidades de producción que tengan esta biotecnología y esto no se está haciendo». López asegura que material transgénico está ingresando de Brasil y de Colombia.

Para la temporada de invierno la sociedad anticipa que son necesarios «40 millones de litros de diésel diarios», con énfasis en los cuatro meses que precisan el maíz y el arroz. Al no contar con todo el combustible, advierte, los rendimientos estarán por debajo de 3 mil kilos por hectárea, con las consabidas pérdidas para los agricultores.

Venezuela produjo, en el año 2020, 18% de los alimentos que consumió. Pasar a 25% es posible «pero los cuellos de botella hay que atenderlos: financieros, combustible y servicios». En otro momento «llegamos a producir 45% del plato de comida, y llegamos a procesar 98% de lo que llegaba», rememora Edison Arciniega, director de Ciudadanía en Acción. La escasez de energía eléctrica no solo amarga a la gente en las ciudades. También sucede en el campo y afecta la producción.

Se puede producir mucho, pero si la población no tiene cómo comprarlo, el alimento se queda en el anaquel. En enero de este año había que disponer de 300 dólares para garantizar la canasta alimentaria, según datos del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM).

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