¿Todos los malandros van al cielo? La película «La corte malandra» tiene una respuesta

Texto: Vanessa Davies

Qué malos consejeros son los celos, especialmente para los hombres. Son los celos por una mujer los que anudan el conflicto central de la cinta «La corte malandra», del realizador venezolano Jackson Gutiérrez.

Se supone que los «malandros buenos» van al cielo, y si eso es así, José Thomas debe estar entre nubes hace tiempo. Porque aun cuando asesinó y se dedicó a actividades no precisamente honorables en un barrio de Caracas, José Thomas, llegó a una encrucijada en su vida y tomó su decisión: prefirió que lo mataran antes de matar a su mejor amigo, a su hermano del alma.

La vida de Thomas, contada por él mismo al realizador Jackson Gutiérrez, durante un trance espiritual, fue llevada al cine: «La corte malandra» figura en las carteleras venezolanas desde el viernes 8 de noviembre. Protagonizada por Vladimir Mussot, Andrea Berend, Antonio Delli,  Budú y Karina Velásquez, la cinta va entretejiendo los amores y desamores de un barrio de Petare.

En Venezuela hay «santos malandros», muchachos que en vida se comportaban como el Robin Hood del barrio y que, al morir, se supone que hacen favores para subir en la escala espiritual. Thomas, según el relato de Jackson Gutiérrez, es una de estas deidades populares que necesitan la luz de sus buenas obras para ascender.

«La corte malandra» enseña lo que sucede con las pasiones cruzadas, con el dejarse llevar por los besos y los abrazos sin pensar en cómo ver la cara de los amigos el día después. Muestra el día a día de los malandros del barrio, exhibe a los policías matraqueros que son guapos y apoyados con los «azotes» que conocen pero no se atreven a escarbar en las entrañas del barrio para ver qué sale. La cámara cercana pone la lupa en esos rostros capaces de un gesto noble -como darle dinero a una adolescente para que siga estudiando- y también de hacer que la sangre corra.

Según el resumen de prensa, el filme se rodó en tres semanas, con todo el mérito -si no del hilo de la historia o de las actuaciones- de haberlo hecho en un país con hiperinflación y recesión, tan mortales para el cine como el arma de Thomas.

A Gutiérrez, se lo conoce por sus trabajos previos como Azotes de barrio. Pero también por el esfuerzo -que desarrolla con su esposa, Lilo- en lo que él ha llamado «cine guerrilla».