En sus 93 años te contamos como esta venezolana, convencida de lo que quería, logró derribar las barreras que en su época sufrían las mujeres y conquistó espacios creativos, antes ocupados sólo por hombres
Revisando la vida y obra de la escritora, cineasta y gestora del séptimo arte nacional Margot Benacerraf, cabe afirmar que la vocación y el genio vienen desde el nacimiento, corren por las venas.
Hoy se cumplen 93 años del nacimiento de esta precursora venezolana de origen sefardí (judíos que vivieron en la Corona de Castilla y la Corona de Aragón hasta su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos) que se inició en este mundo de las artes audiovisuales desde la escritura, la cual practicó con honestidad que salió de su alma creadora innata y que más tarde moldeó cuando cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela, selección educativa nada normal en las señoritas de la época (1947), pero Margot fue una pionera, no una señorita común, por ello, más tarde viajó a París; donde se graduó en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos.
Cinco años más tarde, filma Reverón y seis años después, Araya, con esta última Benacerraf fue galardonada ,nada más y nada menos que, con el Premio de la Crítica Internacional Fipresci en el XII Festival de Cannes, en 1959, entre otras importantes condecoraciones.
Uno de los aportes más importantes que regaló esta creadora a nuestro país fue fundar la Cinemateca Nacional, institución que dirigió durante tres años.
Su trayectoria se vincula a la de Gabriel García Márquez, con quien creó la fundación encargada de la promoción del arte audiovisual latinoamericano a través de proyectos de exhibición, investigación y formación, Fundavisual.
Esa trayectoria implica un aporte invaluable a la escena cinematográfica y al cine latinoamericano, en la que figura también como realizadora, con Araya, considerada una de las cinco películas más importantes de la región.