Catia decidió sobrevivir al coronavirus

Texto: Vanessa Davies y José Gregorio Yépez

Una enfermera que vende guantes a dólar porque gana muuuuuucho más que en los hospitales. Una economía en la que el dólar lleva las riendas. Centenares de personas que se resuelven el día a día con la calle como el espacio para la compra y para la venta. Catia no se detiene por la pandemia

Es jueves y el sol hierve tanto en Catia que parece que si lanzas un huevo al asfalto se va a cocinar. El calor de agosto no perdona. Catia, la resistente, la luchadora e irreverente de siempre, no dejó de serlo por la epidemia. Aunque hasta el miércoles 26 de agosto se reportaron oficialmente 41.965 casos y 351 fallecimientos por la COVID-19, y Catia es una de las zonas de Caracas donde se han notificado focos activos, aquí la vida sigue abriéndose paso con el ímpetu del Caribe.

Vestidos de riguroso negro, funcionarios de la cuestionada Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) mantienen la alcabala en la avenida Sucre, cerca de la autopista Caracas-La Guaira. Es solo la presencia, que obliga a los vehículos a bajar la velocidad, porque no hay restricciones para pasar. Esta semana es de flexibilización de la cuarentena y se puede circular libremente.

Daphne vende guantes a un dólar el par. Este comercio menudo se maneja de billetico en billetico, y no tiene cambio para cinco dólares. Pero un vendedor de cambures sí: cuatro billetes de un dólar cada uno, más 350 bolívares. Mientras pagamos, Daphne cuenta que es enfermera, que trabajó como enfermera en varios hospitales de Caracas y, cansada de las carencias y de un ingreso irrisorio, decidió salir a trabajar como buhonera.

«Me estaba muriendo de hambre», afirma. Y, además, los pacientes le reclamaban por la falta de medicinas. «Creían que uno se las robaba». Tantos disgustos por un millón de bolívares al mes (poco más de tres dólares). Ahora Daphne gana 15 dólares a la semana.

Catia es el territorio de lo posible. Una persona ofrece medicamentos como pregabalina, antihipertensivos. Incluso, la dexametasona que podría proteger de complicaciones a un paciente con COVID-19. El blister cuesta un dólar y 150 mil bolívares. Igual pregunta para qué lo queremos. Respondemos tocándonos los pulmones: «Es por si acaso». Aclara de inmediato: solo si te sientes mal, una pastilla cada ocho horas y no más de una semana.

A pocos metros, el grito inconfundible: «Caribe, Los Cocos. Caribe, Los Cocos, saliendo». Es el paseo hasta una de las zonas del estado Vargas o La Guaira, que implica el recorrido por la autopista Caracas-La Guaira y el tránsito por buena parte del Litoral. Si tienes los 60 mil bolívares, viajas. En semanas de flexibilización se puede llegar a Los Cocos hasta el mediodía, y subir antes de las 6 de la tarde. Los horarios se recortan cuando es una semana de «cuarentena radical».

La economía real no sabe de consignas, de lemas de izquierda o frases de derecha. En la empresa de producción social directa Café Leander el pan se ofrece a los precios de la hiperinflación. Una piñita, en 25 mil bolívares; una canilla flaquita con el detalle del orégano, en 80 mil; un pan de mantequilla, en 100 mil.

En el sistema circulatorio de Catia ,la calle Argentina es una de las grandes arterias. No pasan carros, pero tampoco podrían hacerlo. Poco espacio queda entre persona y persona, entre vendedores y compradores, entre la camioneta que te propone seis aguacates por un dólar y ese enjambre de personas que buscan pasta comprable, carne económica, sardinas baratas.

Hay tapabocas, no siempre colocados donde deben ir, las más de las veces puestos como collar. Los escudos o face shields, presentes en el este caraqueño, no son un accesorio común por estos predios. En más de dos horas de recorrido solo vimos tres. La epidemia acentúa las desigualdades, y las mascarillas son el recordatorio de ello.

La existencia en la Catia del socialismo transcurre en dólares, «la moneda del imperio», aunque el bolívar es un invitado también recibido. Las dos monedas conviven con la mayor naturalidad. Un bulto de pasta, 10 dólares. Pantalones usados, 5 dólares. Un kilo de queso, 600 mil bolívares. Medio cartón de huevos, 350 mil bolívares. Un kilo de pata de pollo, 400 mil bolívares. Un almuerzo de alitas de pollo, ensalada y otro contorno se exhibe en tres dólares. No faltan los combos: cinco medios kilos de diferentes cortes de carne por ocho dólares.

En Catia, el dinero en sí mismo es un negocio. La paridad bolívar-dólar es de unos 330 mil bolívares por cada «verde», pero decenas de muchachos te prestan el servicio de cambiarlo en 280 mil bolívares.

En la plaza Juan Antonio Pérez Bonalde, las personas se arremolinan para masticar un pedazo de pan, pasar lista de lo que falta por comprar y aligerar la cuarentena con un poco de calle. Pérez Bonalde, el poeta caraqueño del siglo XIX autor de «Vuelta a la Patria», tiene la mejor obra a su alrededor en los centenares de rostros que decidieron seguir por encima de la pandemia.