Mañana domingo 2 de octubre Brasil celebra elecciones generales que definirán el futuro de la economía más grande de latinoamérica. 156 millones de electores están llamados a escoger al presidente de la República, 513 miembros de la camara de diputados, 27 escaños del senado y a los gobernadores de los 26 estados y del Distrito Federal.
Esta gran jornada democrática ha estado signada por feroces y pasionales campañas mutuamente definidas por Bolsonaro y por Lula como «la lucha entre el bien y el mal». Los dos grandes contendientes acaparan la intención de voto, dejando a los otros 9 candidatos fuera del juego. Los últimos sondeos de Datafolha e Ipec proyectan a Lula como ganador, con 14 puntos por encima de Bolsonaro. Sin embargo, en las proyecciones existe la posibilidad de que ningunibconsiga el 50% de los votos, lo que implicaría una segunda vuelta el 30 de octubre.
Hasta la fecha, el 86% del electorado ya decidió su voto. El 14% restante, los indecisos, serán los que determinen si Lula gana en primera vuelta, escenario que muchos especialistas ven altamente posible, dadas las fuertes críticas que ha recibido la gestión de Bolsonaro.
El actual presidente se presenta con una agenda ultraconservadora con el lema «Dios, Patria y Familia». Su fuerte lo encontramos en los sectores religiosos y empresariales. Pero factores de peso le juegan en contra: su manejo de la pandemia, internacionalmente repudiado, el aumento de la tasa de pobreza (28,7%), acusaciones de corrupción que involucran a sus familiares directos, y su narrativa que despotrica a los árbitros electorales, generando desconfianza en el sistema electoral.
Por su parte, el expresidente Lula Da Silva se aferra a la bandera de sus logros económicos entre 2003 y 2010, cuando más de 25 millones de brasileños salieron de la pobreza y el país experimentó el mayor auge del PIB en su historia. Sin embargo, Lula también carga con la sombra más de un caso de corrupción.
Este domingo podría definir si Brasil vuelve o no al sendero de la izquierda, un hecho que no estaría muy alejado de la realidad de los vecinos gobiernos del gigante latinoamericano.
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