Brasil celebrará elecciones presidenciales dentro de un mes, y la mayoría de las encuestas revelan que el exmandatario Lula da Silva conserva una sólida ventaja, pero el actual presidente, Jair Bolsonaro, ha crecido en la intención de voto. Mientras Lula apuesta por «el amor y la unión», Bolsonaro se atrinchera en «Dios, los militares y los valores de la familia tradicional». ¿Podrá alguno de los dos capitalizar genuinamente el voto de los brasileños?
En lo que parecía ser una victoria cantada, las probabilidades del líder del PT de ganar en primera vuelta han disminuido, pues Bolsonaro ha acortado la brecha que lo distanciaba de Lula por medio de la inyección de capitales en ayudas sociales. Esta semana el Gobierno informó un crecimiento del 2.5% en el primer semestre del 2022, y una caída de la tasa del desempleo del 13% al 9.3%, cifras alentadoras para una economía brasileña golpeada por los estragos del Covid-19.
Bolsonaro anticipa además un «fraude electoral» en el caso que Lula salga victorioso. Sin embargo, se enfrenta ante un tribunal que no lo respalda, y que toma acciones como la disminución de porte de armas para reducir la «violencia política». Aparte, Bolsonaro enfrenta demandas de corrupción por malversar fondos públicos para la compra de inmuebles entre 1990 y 2020. En este escenario institucional, el presidente tiene el viento en contra.
Lula, por su lado, se proyecta a través del discurso del concilio. Las causas de la discriminación racial, de sexo y género, y la bandera ambientalista abundan en su discurso, lo que le ha permitido contrastar posturas fuertemente radicales y conservadoras de su adversario.
La campaña en redes también nos revela datos interesantes: Bolsonaro es el más seguido, pero Lula tiene mayor alcance. TikTok y YouTube han sido claves para la difusión del mensaje político de ambos candidatos, que opera por medio de la emoción y el carisma, y apelan a emociones como el amor, odio, violencia y paz.
Dos campañas contrapuestas tienen el desafío de contrarrestar las fortalezas del adversario sin socavar las reglas del juego democrático.
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