El presidente Hugo Chávez quería generar un conflicto «hasta sus últimas consecuencias» y «del otro lado también había voluntades claramente golpistas, porque eran voluntades que pretendían hacerse de todo el poder, y a las pruebas me remito», explica el educador y dirigente político al recordar los días turbulentos de abril de 2002
El Leonardo Carvajal que marchó el 11 de abril de 2002 hacia el centro de Caracas, y el Leonardo Carvajal que hoy reflexiona sobre lo sucedido con el baño de agua fría que imponen los años son la misma persona y no son la misma persona. Es el mismo educador egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), el mismo doctor en filosofía, el mismo expresidente del Consejo Nacional de Educación. Pero no es el mismo ciudadano que participó en la Coordinadora Democrática, que estuvo en reuniones con el presidente de facto Pedro Carmona y que formó parte de una lista escrita a mano (con el nombre tachado, según cuenta) para ser ministro de Educación. Nuevos elementos enriquecen este vuelo entre las turbulencias y las pasiones de la política.
Carvajal muestra el libro que escribió para hacer justicia con la historia que protagonizó: «El laberinto de Chávez». También comparte algunos detalles que quedarán para el recuerdo de la tarde en que se realizó esta entrevista, el pasado 8 de abril, en Caracas.
Se refiere al expresidente Hugo Chávez, a quien señala como un mandatario que polarizó a la sociedad, que fue perdonado después de un golpe de Estado -4 de febrero de 1992- y que respondió, ya como presidente, con patanería. Pudo usar su carisma de otra manera, razona.
«Nos agarraron los sucesos de abril sin tener la fuerza. La tenía Pedro Carmona, porque era presidente de Fedecámaras y había hecho una prueba de fuerza al parar el país y ‘despararlo’, y dar una demostración de fuerza y de prudencia política; y Carlos Ortega, que era el presidente de la CTV de aquella época y le había propinado a Chávez una espectacular derrota en el sindicato petrolero. Nosotros no podíamos controlar aquello. Esa incipiente Coordinadora Democrática no podía controlar los propósitos y la fuerza de un Carmona o un Ortega», admite.
Rememora que en los primeros días de abril intentaron dialogar con Carmona pero «nos torearon». Se ve a sí mismo como integrante de un grupo de «chicos zanahoria» que plantearon el referéndum sobre el mandato de Chávez, y que fueron arrastrados por la corriente de quienes pensaban «aquí vamos a tumbar a este tipo y vamos a hacer caída y mesa limpia». Ya en marzo el dirigente masista Felipe Mujica le informó: «Estás en todas las quinielas para ministro de Educación», lo que «quiere decir que había muchos grupos haciendo quinielas».
Chávez, analiza, «decide jugársela» para controlar Pdvsa. «Él sabía que los militares debían estar conspirando» aunque seguramente pensaba que tenía más gente arriba. «Juega al choque esperando ganar y aplastar». Al final «vamos a eso porque Chávez lo quiere».
Tal como lo registra en su memoria, el 11 de abril se celebró una reunión en la que un dirigente político propuso realizar un acto el 13 de abril en la avenida Bolívar. Otros plantearon cosas diferentes, mas todo cayó en saco roto. «Eso no era para nada; era para entretenernos. Como a la media hora se largaron Ortega y Carmona, y dejaron dirigiendo la reunión al vicepresidente de Fedecámaras». Por todo eso «estábamos angustiadísimos», porque «unos se fueron a Chuao a inventar, y otros nos quedamos preocupados pensando ‘va a pasar algo, qué podemos hacer'». Con Vladimiro Mujica trató de esbozar algunas ideas para exponerlas en Chuao, pero la marcha comenzó «y ya iba el río de gente». En Plaza Venezuela «vemos pasar gente, pasar gente. No iba ningún tipo con puñales; era el señor, la señora y los tres niños. La gente iba con su arrechera, con su alegría, con su esperanza. Eso yo lo reivindico».
Comenta que sintió algunos disparos cuando iba por El Silencio. «Avanzamos y llegamos a la plaza O’Leary y nos conseguimos a Pedro Carmona sentado al lado de una fuente. Solo». Sin escoltas. Lo convencieron de que se retirara. «Se va Carmona y nos vamos nosotros también. En la avenida Bolívar había un grupo de 10 mil de los recalcitrantes y arriba de un camión estaba Kico con un megáfono, razonando: ‘Váyanse’. Lo saludamos y seguimos caminando».
Más tarde, el mismo 11-A, puntualiza, no lo dejaron entrar «a la famosa reunión de la que todo el mundo habla, en Venevisión». Después supo por el general Lucas Rincón -en su mensaje al país- que Chávez supuestamente había renunciado.
Entre astutos conspiradores y ciudadanos con deseo de cambio
«Las multitudes son las multitudes. El cansancio, la rabia del pueblo es la rabia del pueblo. Nadie puede predecirte una toma de La Bastilla o una toma de Miraflores, o la toma de la Casa Rosada. El pueblo es el pueblo y ahí había pueblo», afirma. «Allí había entre medio millón y un millón de personas muy mal dirigidas, porque sí había grupos que tenían premeditado y lo intentaron aplicar posteriormente otra vez: hacer paro, hacer marcha hacia el centro del poder, y luego, intervención militar. Ese esquema que llamo jaque mate en tres jugadas se hizo en abril y muchos lo vivimos desde adentro sin saber qué estaba ocurriendo, lo reflexionamos».
En octubre de 2002 «se intentó una segunda nueva operación» y estaba prevista una intervención militar. La tercera llegó en diciembre, con el paro petrolero «y de otro montón de empresas; manifestaciones un día sí y otro no» y hasta el levantamiento de cuarteles. Esa era «la tecnología política de unos grupos que querían tomar el poder por la fuerza: paro, marcha o calle e intervención militar».
-Alrededor de Miraflores había chavistas. ¿Lo sabían ustedes? ¿Usted lo sabía?
-Yo intenté que no se fuera a Miraflores. Con Vladimiro Mujica elaboramos un documento y pretendíamos ir a leerlo en la concentración de Chuao. Había hablado en la concentración de dos días atrás; tenía capacidad de tener cinco minutos. Junto con Vladimiro íbamos a leer una serie de planteamientos que expresamente negaban ir al centro, ir a la confrontación física. Nosotros no creíamos en eso. En una entrevista hecha por la periodista Ascensión Reyes, me la hizo el día anterior en Chuao, y el título que pone «Y ahora el referéndum consultivo». Mi planteamiento, el 11 de abril, es hacer un referéndum consultivo; que se consulte si Chávez sigue o no sigue en Miraflores. Absolutamente pacífico y constitucional. No choque físico. Eso lo asumí en ese momento y lo reivindico veintipico años después. Yo no estaba en la línea del choque. Distingo entre los astutos, calculadores, conspiradores que pretendían el jaque mate en tres jugadas, de las señoras, los padres de familia, los jóvenes que marcharon con su rabia cívica a Miraflores y con su esperanza de cambio. No me van a decir que había asaltantes, malandros. Allí había medio millón de personas, o un millón, y muchos, sin pensarlo ni calcularlo, resultaron muertos o heridos.
En ese momento «había un millón de gente que iba para allá, y que no iban con ametralladoras: iban con sus hijos. Era una arrechera cívica que Chávez se había ganado, que yo no quería que pasara. Yo no era partidario el conflicto. El 11 de abril estaba declarando sobre el referéndum consultivo. Yo no estoy participando en ningún tipo de movida».
El choque de trenes que fue el 11 de abril de 2002 se pudo manejar de otra manera, pero «de un lado Hugo Chávez tenía una voluntad muy clara de polarizar y que se generara un conflicto hasta sus últimas consecuencias» porque pensaba que podía ganar y depurar la Fuerza Armada y Pdvsa. Y «del otro lado también había voluntades claramente golpistas, porque eran voluntades que pretendían hacerse de todo el poder, y a las pruebas me remito: Pedro Carmona, sin ninguna necesidad, disolvió el Parlamento nacional, disolvió los poderes, acabó con los gobernadores, etc; es decir, dio como tres o cuatro golpes de Estado juntos, no le bastó con uno solo».
Mantiene la tesis de que el primer golpe de Estado lo dieron los militares: «El que depone a Chávez es un grupo de militares que dice ‘le pedimos la renuncia, la cual aceptó’; ahí no había ningún civil».
«Ni le dan los civiles el golpe de Estado ni lo repone la ciudadanía en pleno, el pueblo exacerbado. Militar aquí y militar allá», argumenta.
El 12 de abril «decidimos no ir a Miraflores, porque sencillamente a Miraflores iban a ir todos aquellos que querían buscar cargos, posiciones, y nosotros no queríamos buscar nada». Había «gente decente, gente arribista». Al escuchar el decreto «nos aterramos; esto ¿qué es? Audacia teníamos, y si hubiera calibrado lo que se estaba jugando nos hubiésemos ido ‘por la calle del medio’, varias ONG, para protestar contra ese decreto y ratificar que no era por ahí. Pero no nos creíamos nuestra propia fuerza».
Carvajal critica la actuación de Carmona Estanga. «Los militares han podido poner a un científico, a un empresario, a un militar; hacer una junta de gobierno militar. Han podido hacer muchas cosas. Pusieron a Carmona. Pero él no está dando el golpe de Estado; él está entrando en connivencia política con los que dieron el golpe de Estado. Pero lo hace mucho peor porque pretende eliminar el Poder Legislativo, eliminar el Poder Ejecutivo». En otras palabras, «había voluntad de arrasar, de acabar con las palancas de poder significativas que estaban en el otro lado. Esa mala costumbre de polarizar y querer arrasar con todo lamentablemente no desapareció en 2002; uno encuentra suficientes malas manifestaciones de eso hasta en 2024».
Carvajal explica que no ha conversado con Carmona Estanga y rememora que en agosto de 2002 escribió un libro sobre lo que, a su juicio, debía hacerse para evitar un nuevo choque de trenes. «Pensaba escribir un folleto y me salió un libro de 250 páginas», en el cual también se aborda el comportamiento del entonces presidente de Fedecámaras. «Acepté ir a Miraflores para ser ministro porque tenía una valoración del comportamiento, de la trayectoria de Carmona. Lo veía como un hombre equilibrado, como un hombre sensato, un hombre que no se desbocaba, un hombre que tenía respeto por la democracia. Pero el Carmona del 12 de abril es un Carmona que echó por la borda todo. ¿Por qué lo hizo? Me queda la interrogante de por qué no quiso contestar esa pregunta un par de años después estando en el exilio en Bogotá».
El profesor asegura que en el Palacio de Miraflores el 13 de abril de 2002 no pudo conversar con Carmona, aunque lo postularon como ministro de Educación. «Jamás logré hablar con él. Ni un segundo, cara a cara, que era lo que yo pretendía. Lo había pedido expresamente: cinco minutos cara a cara con Carmona para que él me aclarara dónde estaban los gorilas, o quiénes eran los gorilas militares que lo habían obligado a ser tan totalitario el día anterior (12 de abril)», relata. Antes creía que Carmona fue obligado a actuar de esa manera «porque estaba en medio de cientos de militares», pero hoy piensa que el empresario los engañó «porque traicionó su trayectoria democrática».
En ese momento Carmona «hizo dos listas: supongo que, cuando haces una primera lista a máquina, esos son los tipos que estás clarito que tú quieres», relata, «y por supuesto que yo no estoy allí. Hay una segunda lista, con nombres a máquina y algunos a mano, y yo soy a mano. Pero no solo es que estoy a mano; es que estoy tachado. Leonardo Carvajal, ministro de Educación, estoy tachado y vuelto a poner. Que allí hubo en su psique, o de los que estaban haciendo, ¿a quién ponemos? Yo estoy prácticamente de último. No estoy de primer chicharrón, estoy a mano y estoy tachado, y después, como a regañadientes».
Carvajal le reconoce al empresario el manejo que hizo del paro en diciembre de 2001. «Ese era el Carmona que yo creía que podía rectificar. Eso es muy importante para mí: rectificar el malhadado decreto golpista e inconstitucional. Me dijo su secretario privado que lo iban a rectificar esa tarde, y de buena fe dije ‘voy a ayudarlo en eso’. Pero no: no nos recibió a ninguno de nosotros; a mí no me recibió, y por conversaciones que tuve días y semanas después con personas que fueron a Miraflores el día 12 (porque yo no fui a Miraflores el día 12) y le preguntaron, inquietas, le reclamaron por el decreto, él fue despachando en cuestión de cinco o 10 minutos a gente empresarios, políticos, sindicalistas, etcétera. De manera que Carmona se hizo un plan, una confabulación con algunos archigolpistas y nos sorprendió a todos. Y luego no tuvo el coraje de reconocer qué fue lo que pasó, de manera que no tengo ninguna cosa que hablar con él. Lo único que lamento es no haber introducido una demanda ante un tribunal, y no lo hice por pensar que los tribunales estaban maleados e iba a ser un enredo. Pero eso fue lo que me nació: usted no puede decir a otro ‘usted quería hacer esto’ cuando no quería hacer esto».