La reinvención no es un cuento de camino. A los adultos mayores les ha tocado hacerlo porque su expectativa fue cambiada bruscamente
Parece que lo que sucede con la mente y el ánimo de las venezolanas y los venezolanos no es de mucho interés para políticos, empresarios y otros actores. Tal como lo cuenta Danny Socorro, director de la escuela de psicología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), costó muchísimo encontrar financiamiento para hacer el estudio Psicodata.
«Tocamos puertas a escala nacional e internacional, y cuando veían el proyecto nos decían ‘qué bien, qué bueno está’ pero la salud mental no está en la prioridad», relata Socorro, sacerdote jesuita, psicólogo y coordinador de Psicodata. «Como no encontramos financiamiento, hicimos la primera parte: el diagnóstico, tomar la fotografía». Estos son algunos datos encontrados:
Lo económico pesa mucho. La encuesta no dice por qué, pero sí determina que lo económico «es el principal estresor, para 64,5%», explica Socorro. El segundo lugar lo ocupa la salud, con poco más de 14%, y el tercer puesto lo ocupan los problemas personales. «Mucho más abajo tenemos lo político y lo social».
En los hombres compiten lo personal y lo político como la tercera fuente de estrés, señala José Eduardo Rondón, psicólogo e integrante del equipo. Para las mujeres no es lo político lo relevante.
Poca confianza… ¿Y entonces? 81% de los encuestados afirma que no se puede confiar en la mayoría de las personas. Esto se relacionaría con bajo capital social y con tendencia a aceptar prácticas autoritarias de gobierno.
«En general los países latinoamericanos tienden a ser desconfiados. Sin embargo, no podemos descontextualizar esa realidad política, económica y social que ha vivido nuestro país en los últimos años, y esto ha ayudado a fragmentar el tejido social. En esa fragmentación del tejido social ya no tengo un referente, no tengo otro que pueda servir de apoyo para confiar y seguir adelante», explica Rondón. «Esto está muy relacionado con la pérdida del capital social, porque cuando no podemos confiar en otro, ¿cómo podemos llevar a cabo las tareas sociales, o construir organizaciones, o construir país?».
Está demostrado, añade Socorro, que en procesos sociales en los que ha habido estresores sociopolíticos sistemáticos y a largo plazo «quedan huellas en las personas, y quedan heridas». Algunos teóricos hablan de daño antropológico, otros hablan de herida-país. «Una de las heridas que se produce es la desconfianza. La confianza y lo económico van de la mano». Hay personas «que no generan confianza en muchos ambientes, y que uno puede pensar que no están por sí mismas sino por otras».
Familia y vecinos, los aliados. Aun cuando la desconfianza es elevada los venezolanos se apoyan en su familia (67% recurre a ella a la hora de un problema) y en sus vecinos (30%). «Solo 9% acude a las instituciones cuando las necesita», contrasta Celibeth Guarín, psicóloga y también integrante del equipo.
Las caras del duelo. La migración y la muerte de seres queridos son fuente de malestar. 75% de los encuestados indicó que en los últimos dos años ha perdido a familiares o amigos cercanos debido a la migración, 29% admite que su salud se ha deteriorado y 34% refiere que le ha costado retomar su cotidianidad después de experimentar la falta.
Mujeres y adultos mayores, sobreexigidos. Los adultos de más de 65 años y las mujeres son las personas más afectadas por el duelo migratorio y por la pérdida de seres queridos, puntualiza Socorro. «No podemos obviar que, además de lo que estamos viviendo política y socialmente, tenemos el tema pandemia».
La de Venezuela es una sociedad matricentrada, en la que la figura de la madre está arraigada y exigida, expone. «Si solo cuento con mi familia, en el fondo solo cuento con mi madre. Normalmente el padre está ausente. Socialmente es la mujer la que está preparada para muchas cosas, a la que le toca resolver muchas cosas. La venezolana tiene bastante responsabilidad».
El adulto mayor, que probablemente esperaba ser atendido, se encuentra con que quien lo iba a cuidar tuvo que migrar; e, incluso, con que debe ser el cuidador de los nietos que fueron dejados atrás. «Dadas las condiciones, o lo asume o lo asume. Es muy crítico», analiza Socorro.
Las situaciones y expectativas han cambiado, reitera Rondón. «Hace años uno trabajaba para, cuando se jubilaba, vivir de su pensión. También estaba la familia, y se suponía que uno envejecía al lado de su familia y que los menores iban a cuidar a sus mayores en algún momento. Derivado de esta crisis, eso cambió. Cuando decimos que se fragmentó el tejido social, ¿quién se fragmenta? La familia. Es allí donde comienza la separación, y en la mujer cae toda la responsabilidad». Los adultos mayores llegan, atónitos, a comprobar, que el otro que los iba a cuidar «no está, y eso significa reinventarse la vida, porque lo que estaba planteado bruscamente fue cambiado».
La reinvención ocurre, además, en un contexto complejo, rememora Guarín. «Si el principal apoyo siempre ha sido la familia, y la familia se fragmenta, ¿ahora con quién cuento?».