Con sólo 27 años de edad, José Gregorio Hernández colocó al país a la par de los grandes centros sanitarios internacionales, asegura Enrique López-Loyo, vicepresidente de la Academia Nacional de Medicina
De José Gregorio Hernández se conoce la capacidad de producir milagros (como los califica el pueblo) o presuntos milagros (como los denominan la Iglesia católica y los médicos). Pero se habla menos de su estatura como científico, aunque tiene todos los quilates.
Entre otras cosas, el Venerable fundó «el primer laboratorio científico del país», y lo hizo «a imagen y semejanza «de los centros donde se formó en París», explica Enrique López-Loyo, vicepresidente de la Academia Nacional de Medicina (ANM).
Porque este trujillano se preparó con el médico y fisiólogo francés Charles Richet, Premio Nobel de Medicina, recuerda Rafael Muci-Mendoza, expresidente de la ANM y profesor jubilado de la UCV. «Era un clínico de alto vuelo» que también empleó las prácticas con animales y las pruebas de laboratorio.
Con sólo 27 años de edad colocó al país a la par de los grandes centros sanitarios internacionales, remarca López-Loyo en entrevista con Contrapunto.
También fue pionero en la estrategia de la atención primaria en salud (APS), definida como tal -mucho después- por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El «médico de los pobres» visitaba al paciente en su casa, observaba el entorno, detallaba si había un albañal cerca. No conforme con eso pudo ser compasivo, colocarse en el lugar del otro y acompañarlo en su sufrimiento.
Para López-Loyo, «su capacidad de ser milagroso nace de su capacidad científica». Asegura que la medicina es, también, un ejercicio de fe.
Hernández era un hombre «bien formado académicamente», preparación que le permitió «tener la llave para generar una curación rápida y efectiva de sus pacientes» y que lo convirtió en una leyenda. La calidad de lo que hizo en el laboratorio alentó su reconocimiento internacional.
Su legado llega hasta el presente, y así se lo reconoce la Academia Nacional de Medicina. «Utilizó los protocolos para investigación en anatomía patológica y en bacteriología. Trajo los primeros elementos para esterilización y evitar infecciones intrahospitalarias», estudió las diarreas y la bilharzia, enumera López-Loyo.
Hernández «se convirtió en un sincretismo de ciencia y religión», que la gente interpreta «como una condición de santidad».
En un país diezmado por las enfermedades el «médico de los pobres» se convirtió en una referencia científica. En su época ya utilizaba la estrategia de la medicina basada en evidencias, destaca López-Loyo.
«Decía que un paciente tenía anemia porque él mismo le hacía el estudio y cuantificaba su cantidad de glóbulos rojos. Si había una infección él sabía» y era capaz «de hacer una biopsia», asegura el especialista.
Era tan estricto, señala, que incluso dictó la clase de embriología por encima de sus convicciones religiosas (él defendía la tesis creacionista por encima de la evolucionista).
Dejó 22 publicaciones científicas en varios formatos, aunque lo más frecuente eran las guías de estudio. Sus lecciones de bacteriología, publicadas en la Gaceta Médica de Caracas, se utilizaron hasta los años 50 del siglo XX.
La historia de José Gregorio «está imbricada con la historia de la medicina venezolana», sentencia el académico. Y también con la de la esperanza de quienes le rezan para pedirle lo que parece imposible.