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sábado, 26 octubre, 2024
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Un comedor sostenido por la solidaridad ayuda a ahuyentar el hambre en Carapita

Texto, fotos y videos: Vanessa Davies

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Gracias a donantes nacionales e internacionales más de 400 personas reciben una comida al día de lunes a viernes, y además se sirven 300 litros de sopa los domingos. Con apoyo de Canadá, la organización IFC ha podido mantener el comedor en la parroquia San Joaquín y Santa Ana de Carapita, e instalar una planta de potabilización de agua, así como garantizar la entrega de útiles escolares en esta comunidad caraqueña y en el Delta del Orinoco

Son las 11:00 de la mañana del martes 22 de octubre y a lo mejor hay lugares de Caracas donde las actividades se pausan, pero en el comedor popular de la parroquia San Joaquín y Santa Ana de Carapita el frenesí no cesa. En una hora, más de 400 personas deben tener en sus manos un plato de comida balanceada, y eso lo saben las cuatro personas que empiezan a servir y despachar la pasta con salsa boloñesa. Su jornada, con gorros en la cabeza, comenzó mucho más temprano: Para que haya envases de espaguetis, y ollas con carne molida a las 11:00 de la mañana, esas manos comenzaron trabajar, por lo menos, cuatro horas antes.

Primero, empacan la comida que se irá barrio arriba, a zonas aún más depauperadas que las que rodean esta parroquia atendida por los misioneros de la Consolata. Después, sirven a las niñas y los niños que acuden al comedor. Se confeccionan unos 480 platos por día: 280 viajan en yip hasta casas que funcionan como comedores, y 200 se quedan para «los presenciales» en la parroquia, niñas y niños de 4 a 14 años de edad.

El comedor es uno de los proyectos que gestiona el International Freedom Council (IFC) y que se sostiene con las donaciones nacionales y extranjeras. Recientemente se realizó el Arepa Day, una actividad de captación de fondos para que más de 20 ONG puedan continuar nutriendo cuerpos y almas en la Venezuela de la emergencia humanitaria compleja.

Los cocineros aseguran que la comida está sabrosa. «Se planifica mes a mes», señala Luis Hernández, el chef que multiplica los alimentos. «Más que todo, son guisos, porque contamos con reverberos». El martes era el día de la pasta con carne molida. El miércoles, el del pollo guisado con vegetales. «La experiencia es muy gratificante. Verdaderamente es una labor para dios, para la necesidad de las personas; para sembrar esperanza». Codo a codo con el chef se esfuerzan Euclides Camejo, Wilmer Silva y Elisa Jaimes. Wilmer no tenía más experiencia que la de su casa y las sopas dominicales. «Son los caminos de dios. Estudiaba ingeniería y ahora estoy en la cocina», bromea.

«Aquí se trabaja con amor», explica Elisa. El comedor garantiza un plato de comida para más de 400 niñas y niños, y también se prepara sopa para los domingos. «Se le echa pollo, costilla, verdura. Algunas veces se ha hecho cruzado, porque han donado pescado», relata. Sin dejar de servir alimentos, el chef reflexiona sobre las familias, sobre la vida en el hogar, la necesidad de sembrar valores. «Aquí hacemos labor social los domingos con la sopa: son tres ollas de 100 litros», refiere Euclides, e insiste en los valores.

Todos esperan que el comedor continúe porque, como lo explica Elisa, «hay muchas familias necesitadas. Con la situación del país muchas familias se alimentan del comedor; hay familias que tienen cuatro o cinco niños. Con esto se alimenta prácticamente la familia».

«Miren al oeste»

Con el vehículo de su esposo se traslada hasta Carapita Luisa Páez, directora de IFC Agua y Desarrollo, para mostrar el trabajo a un donante nacional que creció en esta comunidad y quiere apoyar a otros para que logren sus sueños. «La parroquia tiene alrededor a unas 5 mil personas», detalla.

Páez forma parte «de un grupo de mujeres preocupadas por lo que pasa en Venezuela» que un día escucharon a un misionero de la Consolata decirles «miren al oeste, que el oeste las necesita». Esa frase «se me quedó dando vueltas en la cabeza», admite. Otras ideas también la interpelan: «Hay 3 millones de niños fuera del sistema escolar», por razones como la alimentación, la falta de agua potable y los útiles escolares que los padres no pueden pagar. «Nosotras comenzamos con los útiles escolares. Visitamos esa parroquia; ya el comedor estaba funcionando -desde hacía tres años- por los donativos de un empresario y de Cáritas».

Como IFC respalda proyectos relacionados con alimentación, agua potable y útiles escolares, «cuando llevamos los útiles el padre nos dijo ‘aquí pueden hacer todo’. En noviembre pasado tuvimos la oportunidad de pedir recursos a Canadá, mandamos los tres proyectos, y la respuesta del donante fue ‘vamos a donar para los tres proyectos’. Ya estamos cerrando los proyectos». Los recursos de Canadá llegaron justo a tiempo, reconoce. El proyecto de alimentación tenía fondos para cuatro meses, «pero dios nos ha ayudado tanto, que se unió la ayuda de Cáritas».

También con los misioneros de La Consolata pudieron materializar la entrega de útiles escolares en Carapita y en el Delta del Orinoco. «Hicimos 700 kits con cuatro cuadernos, cuatro lápices, cuatro borras, regla, sacapuntas y todo lo necesario para que los niños no dejen el colegio».

Solucionar los problemas de agua es otro objetivo de IFC. Para ello, actúan en instituciones educativas o parroquias. «Hacemos alianza con la institución para preservar la inversión que se está haciendo allí. Tiene que haber alguien a quien le duele y la cuide», plantea.

Con mucho orgullo Luisa Páez muestra la planta de agua que próximamente se inaugurará en la parroquia, que será administrada por el párroco y que puede atender a las 5 mil personas del entorno inmediato. «Es una pyme que va a funcionar para generar recursos para que las actividades de la parroquia se puedan financiar» con la autogestión, describe. La idea es que la comunidad se beneficie, que se venda el agua potable a precios solidarios -para poder sostener el proyecto- y que los conductores de los yip la distribuyan montaña arriba. También se ofrecerán bolsas de hielo y helados.

El agua llega por tuberías con la frecuencia decidida por Hidrocapital, se trata y se deja lista para consumo humano. «La planta produce 300 botellones al día», precisa.

Personas de buen corazón

El principal trabajo en cada parroquia «es el cuidado espiritual de la feligresía», recuerda el padre Charles Gachara, párroco de San Joaquín y Santa Ana. Esto implica ayudar a satisfacer necesidades en una zona «de gente que vive del trabajo diario», que son «luchadores que se esfuerzan y buscan cómo superar las dificultades y tener algo con qué vivir día a día».

«Entre los necesitados hay algunos más necesitados» y en la medida en que se puede «les echamos mano» con la participación de la misma comunidad, comenta. Además de la alimentación se ofrecen jornadas de salud, talleres de formación y de motivación, emprendimientos.

Todo este esfuerzo depende de las donaciones, remarca Gachara, «de gente que conoce la realidad». La parroquia organiza, reitera, «pero la ayuda viene de muchas personas de buen corazón, generosas, que nos han ayudado».

Como es abajo, es arriba

Antes de las 12:00 del mediodía ya Wiliam Márquez, coordinador del proyecto de alimentación de la parroquia, ha organizado las 280 comidas que se van en yip a cinco comunidades: La Milagrosa, Bicentenario, San José, El Esfuerzo y La Gruta de Belén. «Para estas familias el desayuno es una arepa de la bolsa (CLAP). O una bolsa de tequeños de la que comen cuatro personas que se inflan por un ratico. Sabrá dios en la noche qué pueden comer. Si esperan la bolsa», expone.

Márquez, con más de 35 años de residencia en Carapita, ha hecho y hace labor social. «¿Qué es lo que más tenemos ahorita? Adultos mayores con los nietos».

Garantizar la alimentación a tantas personas requiere de un esfuerzo cronometrado. A las 12:03 ya Elisa estaba lavando las ollas en la cocina mientras Nelly Chávez atendía a las y los comensales que arribaban al comedor y cotejaba los nombres en la lista. «Se pasa la asistencia. Pasan por aquí, buscan su comidita y pasan a sentarse a comer. Son unos 15 o 20 minutos», resume Chávez.

A pocos pasos Euclides se encarga de llenar los envases con pasta, carne molida y ensalada.

Christopher Torres tiene 14 años, almuerza en el comedor desde hace un año y asegura que le gusta la comida. Desayuna pan y cena arepa. Esta comida «nos ayuda», afirma. Sus hermanos están fuera del país. «En mi casa somos cuatro: mi mamá, mi papá, mi sobrino y yo». Christopher informa que estudia «cosas de electricidad».

Duvis Fuentes es de Carapita. «Ahora está comiendo mi nieto. Como les dan a los niños… Mi nieto tiene 11 años. Esta comida es importante, por supuesto, porque a veces uno no tiene, lo traigo a él y se va almorzado para su escuela».

-¿Le gustaría comer aquí?

-Ay, sí… me gustaría. La comida es muy buena.

Lisneydy Quiroga, de 12 años, almuerza en el comedor antes de ir a clases, de 12:50 pm a 6:00 pm, en la Unidad Educativa Sagrado Corazón. Su desayuno, ese día, fue un pastelito; la cena, lo que su mamá resolviera.

El año 2024 está a punto de terminar. Luisa Páez mira el futuro inmediato, para que los donantes de aquí y de allá vuelvan a producir el milagro de mantener la esperanza viva en Carapita.

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