Es urgente contar «con una estrategia nacional de prevención de la desnutrición crónica, y de mitigación de los impactos de esta violencia alimentaria sobre la niñez», subraya la experta
La nutricionista Susana Raffalli es referencia nacional e internacional cuando se quiere saber qué pasa con la nutrición de niñas y niños. Como responsable de la respuesta humanitaria de Cáritas Venezuela, es la mejor abogada con la que pueden contar quienes hoy padecen los rigores del hambre, las carencias y la enfermedades.
«La situación, en cuanto a la desnutrición aguda (pérdida de peso por hambre, que pone al niño en riesgo de morir) no es tan dramática y negativa como la de 2016 o 2017. Pero los niveles que tenemos ahora no hemos conseguido bajarlos hasta niveles consistentes con una situación de salud pública manejable por el Estado», explica Rafalli en conversación con periodistas en el contexto de la presentación del informe «Somos Noticia-Capítulo Violencia» este martes 26 de septiembre en la sede de Cecodap.
En la actualidad la desnutrición aguda es de 8%, según datos que maneja de Cáritas. «Un niño de cada 10 llega con desnutrición aguda grave». En cuestión de tres meses, si se agravan las condiciones de salubridad, este porcentaje puede superar 10%. «La inflación está a tope otra vez, y estamos acusando recibo de un aumento de personas que vienen a los servicios pidiendo alimentación, de personas en los basureros»
A la crisis se le añade un agravante, indica la experta: «El músculo de las organizaciones de la sociedad civil en el país para atender esto se está debilitando por varias razones. La falta de capacidad de respuesta para la desnutrición aguda hace que el mejoramiento mínimo que vimos convierta los niveles que tenemos ahora en una situación preocupante».
Hay cansancio entre las organizaciones y las personas que trabajan en ellas. «Estamos trabajando a contracorriente, con una capacidad muy limitada para la escala del problema desde al menos seis años», señala. También es cierto «que ha comenzado a bajar estrepitosamente el financiamiento humanitario para los programas del país». Por otra parte, el personal humanitario ha migrado: «Se ha ido del país buscando mejores horizontes, o ha sido captada por la cooperación internacional con mejores salarios. Por eso, las organizaciones nacionales estamos acusando un menoscabo del personal humano que tenemos».
Cuenta que un proveedor de alimentos la llamó, muy preocupado, porque la red de comedores que le compra suministro tiene varios meses sin hacer pedidos.
En otras palabras, «el problema está un poco mejor, pero es más insuficiente que antes la respuesta que damos». La respuesta «se está debilitando, y si las causas del problema permanecen inalterables, se va a volver a convertir en una emergencia nutricional a la escala que tuvimos en 2016. Ojalá esto no suceda».
Aunque la dolarización mejoró un poco el poder adquisitivo, razona, «mientras siga ocurriendo la desestructuración familiar, los niños que se quedan solos con abuelos o hermanitos mayores, y mientras continúen los problemas sanitarios del país con estos niveles de infecciones diarreicas, malaria y precario acceso a agua segura, la nutrición no va a mejorar».
Se ha hecho más lenta la expansión del programa de alimentos de Naciones Unidas, acota, pero «donde ya abrió siguen despachando las meriendas escolares» y trabajan para fortalecer otras capacidades. «De eso se está beneficiando el niño que llega al colegio; pero el niño que no llega al colegio, que es la mayoría, se está quedando fuera».
A la nutricionista, que se incorporó a la Red por los Derechos Humanos de los Niños, Niñas y Adolescentes, le inquieta el hambre sostenida, que se refleja en el retardo del crecimiento. «En los estratos pobres del país, donde estamos las organizaciones de la sociedad civil, pasó de 11% a 30% o 35%; es decir, los niños con retardo del crecimiento se triplicaron, y eso da mucho pesar, porque en nombre de esa infancia pobre y desvalida se han tomado decisiones políticas que nos han traído hasta aquí. Eso le va a costar al país 20 o 30 años resolverlo. Eso no se resuelve con nutrición; eso se resuelve con prevención». A los niños «los salvamos, pero tienen crecimiento retardado, capacidades cognitivas retardadas y están pasando a tropezones por la escuela los que llegan allí». Se hace perentorio contar «con una estrategia nacional de prevención de la desnutrición crónica, y de mitigación de los impactos de esta violencia alimentaria sobre la niñez».