El reciente conflicto de 12 días entre Israel e Irán puso al mundo al borde de una catástrofe de dimensiones incalculables.
La posibilidad de una guerra total, en la que se emplearan armas de destrucción masiva, evocó recuerdos de crisis pasadas como la de los misiles en Cuba, en 1962.
En ese entonces, la humanidad estuvo a punto de experimentar la destrucción mutua y masiva. Esa amenaza, por desgracia, sigue vigente.
Las guerras (como lo demuestran los grandes conflictos del siglo XX) no producen vencedores reales, sólo generan sufrimiento, destrucción y daños irreparables al medio ambiente, tal y como ocurrió en la Guerra del Golfo, con el incendio de los pozos petroleros.
La situación actual es aún más delicada, ya que varias potencias nucleares (incluyendo Israel, Pakistán, India, Corea del Norte y, posiblemente, Irán) poseen la capacidad de infligir daños devastadores no sólo a sus adversarios, sino al planeta entero.
La prudencia de actores internacionales como Rusia, China, la Unión Europea y Estados Unidos fue decisiva para detener la escalada y abrir un espacio para la negociación.
El cierre del estrecho de Ormuz, por ejemplo, habría tenido consecuencias económicas globales, afectando tanto a productores como a consumidores de petróleo en Asia, Europa y otras regiones.
La negociación como pilar de la diplomacia moderna
El artículo 33 de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) establece la obligación de buscar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales.
En este contexto, la negociación se consolida como el instrumento más eficaz para evitar la violencia y alcanzar acuerdos duraderos.
Desde la creación de la ONU en 1945, la diplomacia y la negociación han sido fundamentales para la paz y la seguridad internacionales.
La historia reciente demuestra que la negociación no sólo resuelve disputas militares, sino que también facilita acuerdos comerciales, científicos y culturales entre Estados.
La negociación es inherente a la vida social y política. Ha sido el motor de integración regional, como en el caso de la Unión Europea y otros mecanismos de asociación en América Latina.
Además, su relevancia trasciende los conflictos armados, extendiéndose a la resolución de diferencias en todos los ámbitos de la sociedad.
En un mundo marcado por amenazas nucleares, crisis económicas, pandemias y el cambio climático, la negociación y el diálogo intercultural son más necesarios que nunca.
HACIA UNA CULTURA DEL DIÁLOGO Y LA FRATERNIDAD
El enfoque de la «Negociación por Principios», propuesto por la Universidad de Harvard, destaca la importancia de analizar, planificar y discutir de manera estructurada para alcanzar consensos efectivos.
Estos consensos, producto de foros deliberativos y diálogos sinceros, son la base de la democracia y la convivencia pacífica.
Las crisis actuales deben verse como oportunidades para fortalecer la diplomacia y el entendimiento mutuo. Sólo a través del diálogo y la negociación es posible construir un mundo más justo, libre y fraterno, tal como lo soñaron los ideadores de la Revolución Francesa.
En definitiva, la negociación no es sólo una herramienta diplomática, sino un imperativo para la supervivencia y el progreso de la humanidad.
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