Pocos pueden poner en duda el poder de la Iglesia católica. Desde tiempos inmemorables, esa institución ha determinado y, en ocasiones, hasta moldeado la configuración de la política mundial.
En la Edad Media, por ejemplo, los reyes dependían del apoyo de los papas para consolidar su poder. En el caso de Latinoamérica, la Iglesia católica jugó un papel crucial durante la colonización.
En la actualidad, la Santa Sede mantiene relaciones políticas y diplomáticas con cerca de 200 países. De manera adicional, está presente en Naciones Unidas, donde cumple un rol como miembro observador.
El papa, en su doble función de representante de una Iglesia, pero también de un Estado soberano, es escuchado y seguido atentamente por todas los Ejecutivos del mundo.
El Estado más pequeño del planeta
La humanidad tiende a organizarse en sociedades. En la antigüedad, por ejemplo, los pueblos se organizaban en tribus, pero también en ciudades – Estado como las de Mesopotamia y Grecia.
Más adelante, durante el Medioevo, un red de señores feudales gobernaban sus tierras. Lo hacían de forma autónoma, pues no existían instituciones o autoridades de centralizaran el poder.
Fue con la Paz de Westfalia, en 1648, que surge el concepto de Estado, tal y como lo conocemos hoy en día. A partir de aquel momento, los monarcas asumieron el ejercicio del poder y surgieron las burocracias.
Con la Revolución Francesa, la idea de estado evoluciona. En 1789 se patenta la sana y verdaderamente necesaria separación de poderes. Los gobiernos empiezan a tener límites y se otorgan garantías fundamentales.
Hoy en día es incuestionable que todo Estado debe gozar de características que, además de puntuales, resultan esenciales. Hablamos acá de que todo Estado debe contar con un territorio poblado que sea soberano, que tenga gobierno y también reconocimiento internacional.
Aun cuando el Vaticano es la sede de una institución religiosa, también es la sede de un Estado. Es muy posible que se trate, incluso, del Estado más pequeño del mundo.
Su extensión es de 44 hectáreas, lo que equivale a menos de un kilómetro cuadrado. Por otra parte, su población, conformada básicamente por religiosos, no supera los 1.000 habitantes.
Pese a ser el único país del mundo que puede recorrerse a pie en menos de una hora, el Vaticano cuenta con un gobierno. Se trata de una monarquía absoluta, en la que el papa es el jefe de Estado.
La soberanía del Vaticano fue reconocida en 1929. Aquel año, el papa Pío XI y el Estado italiano, gobernado por Benito Mussolini, suscribieron el Pacto de Letrán.
Tal acuerdo dotó al Vaticano de personalidad jurídica. También le concedió derechos e inmunidades. A partir de entonces, la Iglesia católica tuvo un territorio inviolable, sobre el cual se podía ejercer el poder de manera práctica.
El Vaticano también goza de reconocimiento internacional. Su servicio exterior maneja las relaciones con 180 naciones del mundo. También desde allí se giran las instrucciones por las que se rigen las 90 misiones acreditadas en el extranjero.
La Academia Pontificia forma a los diplomáticos que representan a la Santa Sede. De allí surgieron personalidades como Pietro cardenal Parolin, quien fue nuncio apostólico en Venezuela y quien, al día de hoy, es el jefe de la Secretaría de Estado.
Diplomacia que finaliza (o evita) guerras
En los últimos tiempos, con papas tan mediáticos como Juan Pablo II y como el propio Francisco, El Vaticano no ha sido ajeno a los temas de la agenda internacional.
Desde 1701, bajo el pontificado de Clemente XI, la Iglesia, consciente de la importancia de la relación entre los pueblos y entre los gobiernos, creó la academia que le permite formar a sus diplomáticos.
Del mismo modo, nacieron las primeras misiones de representación, con el reconocimiento de las inmunidades y privilegios para los enviados en misiones permanentes o especiales.
De allí se desprende el rol clave del servicio exterior del Vaticano en conflictos de diversa índole. Se puede mencionar, por ejemplo, el que protagonizaron Chile y Argentina, en la década de los 70, por el Canal de Beagle.
Fue Juan Pablo II quien intervino para lograr el Tratado de Paz y Amistad que zanjó la disputa, concediendo derechos de navegación a los dos países, la mayor parte de las islas a Chile y la mayor parte del territorio marítimo a Argentina.
Mucho antes, en 1894, Venezuela acudió al papa León XIII y solicitó la intercesión del pontífice ante el Reino Unido. La idea era que el papa ayudase a resolver la controversia bilateral sobre el Esequibo.
Hoy, cuando el tema ha resurgido, a raíz de un contencioso que se desarrolla en Países Bajos, aun cuando contraría el espíritu del Acuerdo de Ginebra, la posible intervención de la Iglesia católica podría ser fundamental.
Sobre ese particular conversamos con Pietro Parolin, uno de los posibles sucesores de Francisco. Lo hicimos a propósito de nuestra visita a Roma, donde hicimos entrega de una edición especial de nuestra revista “Diplomacia”.
Por su papel como embajador de la Santa Sede en Caracas, el cardenal Parolin conoce bien la demanda de Venezuela sobre el Esequibo. Son 160.000 kilómetros cuadrados de territorio rico en flora, fauna y minerales.
Nuestros reclamos sobre esa extensión de tierra son justos y necesarios. Sin embargo, no está en el espíritu de la República Bolivariana reivindicar sus demandas a través de la judicialización o de la violencia.
Las partes, Venezuela y Guyana (como causahabiente de Reino Unido), deben mantenerse dentro del carril de la negociación. En esas lides, el Vaticano podría brindar sus buenos oficios.
Mientras tanto, nosotros seguiremos tratando este tema, que resulta vital para la diplomacia venezolana.
Ya lo hicimos una vez, como parte de la comisión que acudió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ), con sede en La Haya. También lo hicimos al apoyar la idea del referendo consultivo.
Ahora, corresponde hacerlo desde otra trinchera, brindándole respaldo a la elección que permitirá escoger a las autoridades del novísimo estado Esequibo.
Julio César Pineda
jcpineda01@gmail.com