Ir a Valencia y no conversar con Esmeralda Mujica es un error garrafal para cualquier periodista que sienta el ambiente en sus venas. Mujica, que se define como bióloga de profesión y por convicción, es una defensora de árboles que trata de resguardarlos de malas podas y peor mantenimiento.
Hay zonas en las ciudades venezolanas convertidas en hornos. No es exageración: caminar por ellas es como atravesar un infierno. «La radiación del concreto y del asfalto produce calor y afecta a la gente que circula por la ciudad», explica la ambientalista.
Los árboles son la otra cara de esta moneda. Porque donde hay árboles baja la temperatura y se controla el ruido. «En nuestros parques vemos que se reduce el ruido, porque los árboles actúan como una barrera contra el ruido y el polvo».
La ambientalista @esmeraldamujica explica que los árboles "nos ayudan a aminorar el calor" y además "nos dan belleza y nos dan paz". Como lo subraya, "sin ellos no podríamos vivir" https://t.co/QouI011rAK pic.twitter.com/t2RQs6twyb
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También mejoran el paisaje, enfatiza. «Se ha comprobado científicamente que los árboles, la vegetación, un paisaje acorde con el espacio mejoran el estado físico y mental de las personas. Hay trabajos en otros lugares donde las habitaciones de los hospitales dan a los jardines. La gente se tranquiliza. Los árboles te producen tranquilidad».
Los inmuebles ubicados en zonas arboladas, explica, tienen mayor valor. «En Valencia, por ejemplo, no es lo mismo La Isabelica que el Prebo». Hay cuadras que pueden albergar unos 24 ejemplares de especies como mijao, jabillo, ficus, pilón.

Sin embargo, Mujica señala que la localización de los árboles en las ciudades no ha sido la mejor planificada. «Se plantaron, o crecieron sin orden, árboles que no eran adecuados para nuestras aceras o para nuestras islas». No es un elemento de menor peso el temor de algunas personas a los árboles, que puede llegar a la fobia: «Hay temor porque han crecido y no se les hizo el mantenimiento. En todas las ciudades del mundo se garantiza el mantenimiento de los árboles: hablo de España, Inglaterra, Francia. Hay un protocolo de la Unión Europea solo para la poda: dónde se poda y cómo se poda. Y tenemos que aprender».
La palabra poda genera escalofríos en las protectoras y los protectores de árboles, especialmente ante la llegada de una cuadrilla. «Puedes despejar las líneas eléctricas, pero debes saber cómo las vas a despejar. No puedes mutilar el árbol, desgarrar su corteza. A la gente que tiene piojos no le cortan la cabeza para eliminarlos».
La gente debe estar pendiente de sus árboles: que no tengan plagas, que tengan suficiente agua, que nada los afecte, explica la ambientalista @esmeraldamujica https://t.co/QouI011rAK pic.twitter.com/y4QpYrSNvV
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Si un árbol está bajo un tendido eléctrico «puede ser mantenido bajo», describe. «Pero lo que está sucediendo es que les cortan las ramas bajas y así les envían el mensaje de que crezcan. Recordemos que los árboles se comunican a través de un sistema de hormonas vegetales, y al cortar las ramas bajas, el mensaje es que van a crecer, que necesitan aumentar sus raíces». Lo compara con el aumento de estatura de una niña o un niño: «No es lo mismo mi talla de calzado cuando tengo seis años, que cuando tengo 20, porque mi cuerpo crece».
Las podas no deben hacerse a lo loco; por el contrario, hay que evaluar el árbol para evitar que pierda su balance y se caiga, señala la ambientalista @esmeraldamujica. De lo contrario, serían como un gigante con un pie talla 35, compara https://t.co/QouI011rAK pic.twitter.com/Dv7jYCDJv0
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Convencidos de que deben crecer, los árboles se proyectan hacia el cielo y su copa se multiplica. «Cuando viene el viento, con una base chiquita en una acera que no tiene ni 80 centímetros, hay mucho peso arriba, y por eso se desploman«. No son las únicas vivencias negativas que estos ciudadanos verdes deben soportar. «A lo mejor les han quemado la base, les han lanzado basura».
Aunque no siempre se los respetan, los árboles son ciudadanos «porque viven en las ciudades». Esto implica «que debe haber una reglamentación, que las políticas públicas deben garantizar un mejor manejo, un mejor comportamiento del manejador hacia la comunidad de árboles». Una poda mal hecha posiblemente no se verá en lo inmediato, pero sí en dos o tres años, calcula.

Son ciudadanos, por cierto, a los que los otros ciudadanos no les dan su justo valor. «Hay poca receptividad en cuanto al tratamiento de los árboles. La gente no les da mucho valor, lamentablemente. El desconocimiento abruma. La gente no debe ser tan indolente».
Esta ambientalista protege cuatro samanes: tres en La Viña (sembrado en los años 1960) y uno en El Viñedo (sembrado a finales de los años 1950). «Son un patrimonio de la ciudad. Una de las cosas que hemos visto desde el año 2000 es la cantidad de pozos para la extracción de agua subterránea. Esto ha bajado el nivel freático».
Los estudios hechos mostraron que tienen menos agua disponible. Necesitan 2 mil litros de agua cada 20 días en la temporada seca que comienza en noviembre. «Me han dicho que eso no es sostenible. Y yo digo que sí. Es un patrimonio. Una casa patrimonial alguien la repara. Si tienes una alhaja de tu abuela es posible que no esté de moda, pero te la pones porque es tu patrimonio. Una casa de 1800 es patrimonial. ¿La voy a tumbar? ¿La voy a destruir? Igual sucede con los árboles».






