Todas las estrategias para sobrellevar el cambio climático en las ciudades parece que son de color verde. Color árbol, sí, pero también color grama, color plantas, color hojas. El cambio climático se debe combatir desde los municipios, alega Antonio De Lisio, geógrafo y profesor e investigador del Cendes-UCV. «La experiencia en el mundo indica que es más fácil que gobiernos locales asuman la mitigación y la adaptación climática sin necesidad de esperar por el ejecutivo central, que pensar que todos los gobiernos del mundo se pongan de acuerdo» para bajar la temperatura global.
Es decir, de acuerdo con su análisis, «que la ciudad lo puede hacer por decisión propia», como los municipios que apuestan por los árboles. «Es una decisión que unilateralmente se puede tomar si un alcalde está interesado y si los vecinos presionamos. Eso es mucho más fácil que poner de acuerdo a Putin, a Trump, a Xi Jinping» para bajar un grado o más de temperatura del planeta.
«Necesitamos ordenanzas que nos lleven a construcciones que se ajusten más a los tiempos de cambio climático, para que los biomateriales y construcción basada en derivados de madera se conviertan en elementos fundamentales», reseña.
Venezuela se encuentra en una zona tropical, y en las zonas tropicales, recuerda De Lisio, «bajar la temperatura de las ciudades será fundamental». La temperatura en Caracas podría ser como la de Guanare, de 35 a 40 grados, lo que afectará la calidad de vida. «Hay que pensar cómo adaptarse a un cambio climático que va a seguir ocurriendo, que podemos minimizar pero no podemos evitar».
De Lisio recuerda la discusión que se generó en el país cuando se propuso la expropiación de los campos de golf del Country Club de Caracas para construir viviendas. Rememora el debate entre el entonces alcalde metropolitano, el profesor Juan Barreto, y el presidente de Fundapatrimonio, José Manuel Rodríguez. El ambientalista remarca que el campo de golf cumple un rol básico para la ciudad. «Esos campos de golf, más allá de que los utilice un grupo de recursos, se convierten en esponjas cuando llueve, porque el agua se infiltra. Todo espacio con grama ayuda a infiltrar. Con el agua que se infiltra podemos alimentar los acuíferos, porque si solo asfaltamos, ¿cómo se van a alimentar los acuíferos?», se pregunta.
Si en economía «se habla de economía circular», enfatiza, «en ambiente debemos hablar de un metabolismo circular». Es decir, «si en momentos de cambio climático tenemos escasez de agua y altas temperaturas» hay que actuar. «La tendencia es que las ciudades en el trópico, como es el caso del trópico venezolano, van a ser más calientes y más secas. Tenemos que reforzar el ciclo hidrológico urbano, ayudar a infiltrar agua subterránea» y apoyarse en la evapotranspiración de los árboles.
Hay problemas, pero también se han inventado soluciones. Comenta la experiencia de la Universidad de Belén do Pará (Brasil), que invitaba a cada nuevo estudiante a sembrar un árbol. Y otras vivencias en Venezuela con la siembra de plantas. «Me parece muy bien que plantemos en el Ávila o en el Waraira Repano, pero plantar en la ciudad es importante. Lograr corredores arbóreos es una decisión que hay que tomar».
Las organizaciones comunitarias, explica, «deben plantearse cómo aumentar el verde urbano para bajar la temperatura, porque el asunto no es comprar aires acondicionados: el aire acondicionado enfría hacia adentro y calienta hacia afuera». Cada ciudadana o ciudadano necesita al menos 10 metros cuadrados verdes a su alcance, accesibles, «dentro de la ciudad». ¿Este tema se está debatiendo en Venezuela? Tal parece «que no hay alcaldía en Venezuela preocupada por la situación de los árboles» y que las alcaldías «han dejado de pensar ambientalmente». Por eso se disparan las malas podas y las talas.
«¿Por qué voy a talar un árbol? ¿Porque me está estorbando? Puedo trasplantarlo. ¿No tengo los recursos? Se pueden conseguir los recursos porque hay empresas que, por responsabilidad social, lo pueden hacer». La única razón que justifica la tala es que esté muerto. De lo contrario, no hay razón para hacerlo, insiste De Lisio.
En ciudades europeas la visión es no solo proteger el árbol, sino sembrar más. «Una ciudad como Milán, que es industrial, tiene 30 árboles por habitante, y es una de las menos arboladas de Italia». Refiere el caso de París y el de Nueva York, donde se realiza el reverdecimiento. «Hay que hacer esa inversión si queremos una ciudad con calidad de vida, ajustada al cambio climático».
Para la sentencia «no hay plata para eso» De Lisio tiene la respuesta: «Hay mecanismos en los que no tienes que pasar por el ejecutivo central para acceder». Se pueden recibir fondos de empresas interesadas en reducir su huella ecológica, o de organismos multilaterales. «Se los he planteado a varios alcaldes, pero unos no han querido por miedo; otros, por incomprensión, y otros porque no le paran porque su prioridad es otra».
