La ecuación de la capital es menos árboles = más calor. La medida fundamental de mitigación es la reforestación, subraya el hidrometeorólogo Valdemar Andrade. Los árboles «privados» cumplen una función pública y deben ser preservados, enfatiza el geógrafo Antonio de Lisio
Sube la temperatura y no es nada sexy. Caminar por Caracas en este mes de marzo ha sido una proeza. Tal parece que, si se lanza un huevo en el pavimento, llegaría a freírse por el calor. Cuando se transita bajo los árboles se siente el frescor, pero al desplazarse fuera de sus copas la sensación es de desmayo.
A menos árboles, más calor. El profesor Antonio De Lisio, geógrafo, ecólogo y defensor ambiental, calcula que en la temporada seca la temperatura puede llegar a 31 o 32 grados centígrados, «que es bastante decir para una ciudad».
Desde la Colonia «la temperatura se ha incrementado debido a la deforestación y al aumento de las superficies con concreto y asfalto, lo que genera islas de calor, que es el caso del centro de Caracas y Las Mercedes», expone el profesor Valdemar Andrade, hidrometeorólogo e investigador de la UCV. «En las islas de calor la radiación solar es atrapada durante el día, y reflejada al ambiente durante el día y el inicio de la noche, por lo que aumenta la temperatura».

«Nosotros nos preocupamos si nos mantenemos en 1,5 grados a escala global, pero los datos dicen que la diferencia entre los sitios más arbolados en una ciudad, y los lugares más céntricos puede ser hasta de 14 grados», señala De Lisio. En Caracas, advierte Andrade, la temperatura ha llegado a 34 grados.
De Lisio recuerda que, en 1966, la UCV hizo un Atlas Hidroclimatológico del Valle de Caracas, para el cual tomaron la temperatura en tres sitios distintos de la ciudad. «Recuerdo mucho este dato: un día de agosto, a las 2:00 pm, la temperatura en la vecindad de la Cota Mil era de 22 grados, y en El Cementerio era de 37 grados. El mismo día, a la misma hora, una diferencia de 17 grados».

Lo ha repetido, a otra escala, con sus estudiantes, a quienes lleva a la calle a medir la temperatura con árboles y sin árboles, y ha detectado cinco o más grados de diferencia. Cualquiera alegará que lo mismo lo logra un aire acondicionado, pero como lo resalta el investigador «el calor interno es calor externo y consumo de energía».
Ha habido otras variaciones en Caracas: «Ha cambiado la intensidad de las lluvias, que ahora son más copiosas», precisa Andrade. Aparte, «la velocidad del viento en las zonas con edificios altos ha aumentado por el efecto del encajonamiento entre las estructuras».
Los árboles refrescan la urbe, pero las palmeras de moda -como las sembradas en Las Mercedes- no logran hacerlo. Además, talas y podas han ido alterando el termómetro. El geógrafo no duda en calificarlas como un negocio de algunos particulares y hasta de gobiernos locales, y añade que se suman las voces de vecinos que culpan a los árboles de «esconder» la criminalidad.
Mitigación es igual a árboles
La palabra mitigación del calor va junto a otra: reforestación. «La medida fundamental de mitigación es la reforestación», destaca Andrade, que «ayuda a disminuir la temperatura, al control de los suelos y a la disminución de crecidas muy altas».
Hay una recomendación, explica De Lisio, que consiste en garantizar 10 metros de áreas verdes accesibles por persona para todo el mundo. «Una ciudad como Nueva York ha logrado alrededor de seis metros; hay un enverdecimiento. En ciudades como Bogotá no se llega a los 10 metros pero hay un esfuerzo y ya van por los cuatro metros. En Caracas no llegamos al metro cuadrado por persona de área verde accesible». Es decir, «que no tenga que montarme en el carro para ir». Chacao tuvo unos 10 mil árboles reportados en 2017, entre públicos y privados.
El Ávila es muy importante para la capital, porque el aire sube a la hora de mayor temperatura y, cuando baja, lo hace «purificado por la vegetación, y refresca en las tardes». De Lisio propone «continuar el Ávila a través de las distintas quebradas» y hacer respetar el retiro de 50 metros.
Subraya, igualmente, que los «árboles privados» cumplen una función pública, y por eso para tocar los que estén en una parcela o en un jardín hay que solicitar permiso a las autoridades. «La función de esos árboles es pública. La grama, una vez que llueve, infiltran para alimentar los acuíferos; el árbol que está en una propiedad da sombra a la calle». Ese árbol que es tratado como un bien privado «está contribuyendo a limitar el calor». Y mucho más: está alimentando los acuíferos de donde se alimentan los pozos.
«Tenemos que resideñar nuestra aceras y tener aceras más anchas. En lugar de tener ventanas para los árboles, necesitamos una continuidad de árboles y grama. Debemos densificar nuestras aceras con árboles». ¿Es un sueño tener un árbol cada 100 metros? ¿Y por qué no?