El territorio Esequibo no es cualquier cosa. Son casi 160.000 kilómetros cuadrados de áreas ricas en flora, fauna y otros recursos naturales.
El Esequibo posee ingentes reservas petroleras, de un crudo que, por su calidad y tipo, resulta envidiable. Además, los suelos tienen «tierras raras»; es decir, minerales que son esenciales para las nuevas tecnologías.
Ese territorio también es una puerta de salida al Atlántico, ese océano que, por conectar a dos continentes, resulta clave para el traslado de mercancías entre América y Europa.
Por esos motivos, la defensa del Esequibo es un tema que no conoce de gobiernos, de partidos, de colores.
Nuestra Guayana Esequiba ha de ser reivindicada por cada venezolano, desde el Zulia hasta Delta Amacuro; desde Miranda o el Distrito Capital hasta lo más septentrional del Amazonas.
Por entender – y considerando la dimensión que tiene el Esequibo para los venezolanos de hoy, pero también para los del futuro – acepté ser candidato a la Gobernación del novísimo estado Esequibo.
Durante semanas, trabajé, tejí redes y giré por el país, en aras de consolidar una opción que, además de atractiva, pudiese ser viable. Los esfuerzos, sin embargo, no fueron suficientes.
A pesar de mi buena disposición, no hallé en mis pares el ánimo requerido para construir una candidatura de consenso; una que pudiese recoger las voces e intereses de todos los sectores, sobre todo de aquellos que adversan al actual Gobierno.
Una candidatura unitaria se perfilaba en mi mente como un ideal posible. Incluso, hubiese sido sugerible que el candidato que hoy representa al Gran Polo Patriótico (GPP) también se sumara a nuestra causa.
Lograr tal unidad me fue infructuoso. La rencilla de intereses personales, sumado al carácter local que tendrá la votación que tendrá lugar este domingo, me obligaron a repensar mis aspiraciones.
Si es el Esequibo un asunto nacional, ¿por qué reducir la elección de las autoridades de ese estado a un par de municipios o parroquias? La votación debería arropar a toda Venezuela, pues el Esequibo es justo eso: de toda Venezuela.
Por lo anterior, no seré candidato, tampoco gobernador. Aunque agradezco el espaldarazo de las organizaciones políticas que me respaldaron, mi decisión es declinar.
Gracias a mi vasta experiencia como docente, como analista, también como diplomático, he aprendido – y entendido – que hay sacrificios necesarios. El que hago al deponer mi aspiración es, al menos en mi opinión, una muestra de coherencia.
Siempre en defensa del Esequibo
Aunque decido abandonar mi rol como candidato a la Gobernación del Esequibo, mis actividades para recuperar ese territorio se mantendrán invariables.
Desde los medios de comunicación, pero también desde la academia, seguiré elevando mi voz para reivindicar la titularidad de Venezuela sobre la Guayana Esequiba.
Esa es una verdad que debe ser conocida y, por tanto, repetida. Pese a los diretes que se escuchan desde más allá de nuestra frontera oriental, el territorio Esequibo es de Venezuela.
No sólo el derecho, sino la historia, nos asiste en esa afirmación. Por ello – y por serle fiel a lo que creo – reitero mi disposición de colaborar con quien resulte electo este domingo.
Mis conocimientos, adquiridos tras innumerables horas de vuelo como miembro del servicio exterior de Venezuela, están a las órdenes de aquellos que, tras la elección del domingo, se instalen como las nuevas autoridades del Esequibo.
Ginebra, un acuerdo claro
Ese instinto de colaboración lo hice patente cuando fui a La Haya, como miembro de la delegación venezolana. Pese a ser de oposición, la actual administración me llamó a la primera fila.
Con gusto, acudí. Estuve en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y, como el resto de mis colegas, expliqué por qué Venezuela es la legítima poseedora de la Guayana Esequiba.
Por cierto, pese a que el país ha decidido participar en ese contencioso, preciso es recordar que no es la CIJ la instancia apropiada para dirimir la controversia territorial entre Venezuela y Guyana.
A pesar de sus pretensiones y amenazas, el Gobierno guyanés está obligado a mantenerse dentro del marco que, muy claramente, define el Acuerdo de Ginebra de 1966.
Es en ese documento, no en otro, donde reposan los procedimientos que se han de seguir para resolver el diferendo, por la vía pacífica, negociada, incluso consensuada.
El Acuerdo de Ginebra es claro en su letra. Luego de su firma, las partes, Venezuela, Reino Unido y ahora Guyana (cómo causahabiente de los británicos), quedaron obligadas a agotar los recursos que permitiesen zanjar la disputa, de un modo que resulte satisfactorio para todos los involucrados.
La negociación no se ha agotado, los buenos oficios no se han agotado. Más allá de las consideraciones hechas por el actual secretario general de la ONU, las conversaciones bilaterales deben ser realizadas y, en esta ocasión, por qué no, acompañadas por un intermediario neutral.
En tal sentido, se antoja sugerible acudir al Vaticano. Venezuela ya lo hizo una vez, cuando Guzmán Blanco solicitó la intervención del para entonces papá León XIII.
Ahora, con un nuevo León, el XIV, la Iglesia católica, una institución con dilatada experiencia en la resolución pacífica de conflictos, pudiese ayudar a solapar las aguas y los ánimos.
Antes que proferir palabras altisonantes, que amenazan con expulsiones o con penas de muerte para quienes, desde el Esequibo, se solidaricen con la causa venezolana, preferible es – y será – convocar a la sindéresis, el diálogo y la unión.
A la prensa
El último día de la campaña electoral, pude conversar con periodistas, reporteros gráficos y otros compañeros de distintos medios de comunicación.
Ante ellos, expliqué lo compleja y dinámica que resulta la controversia territorial por el Esequibo.
El tema es vital para la diplomacia venezolana, pero también para los intereses económicos de nuestro país.
En 2015, cuando la ExxonMobil descubrió las ingentes reservas de crudo que hay en el subsuelo esequibano, otorgó decenas de millones de dólares a la República Cooperativa de Guyana.
Con ese dinero, nuestra vecina oriental financió el litigio con el que obligó a Venezuela a presentarse en la CIJ.
El juicio – ya lo dijimos – resulta contrario al Acuerdo de Ginebra. Por una parte, viola lo allí pactado. Por otro lado, busca echar por tierra lo conversado en Ginebra, intentando demostrar la validez del Laudo Arbitral de 1899.
La República Bolivariana ha comprobado, con suficiencia, que ese último documento está viciado de nulidad. Para empezar, el Laudo fue el resultado de un juicio en el que la parte venezolana no tuvo participación directa.
Por otra parte, el Laudo fue sentenciado, en París, Francia, por un tribunal en el que una buena parte de los jueces actuó de forma amañada, con tal de favorecer los intereses de los británicos.
Es necesario que, en beneficio del legítimo reclamo de Venezuela, la prensa haga eco de estos datos. Más que simples acontecimientos históricos, son pruebas que desmontan la falacia guyanesa.
Justamente para fomentar tales conocimientos, decidimos abrir, en conjunto con la Universidad Latina Universidad Latinoamericana y del Caribe (ULAC), un diplomado sobre esta materia.
La idea es que el Esequibo, más allá de ser un tema del que se habla por “moda”, se convierta en una reivindicación de carácter permanente, como lo es, por ejemplo, la que hace Argentina en el caso de Las Malvinas o la que mantiene Guatemala ante Belice.
Por Julio César Pineda jcpineda01@gmail.com @jcpinedap