Rusia desplegó un ataque coordinado con 452 drones y 45 misiles sobre Ucrania durante la madrugada del 6 de junio, impactando Kiev, Leópolis, Ternópil y regiones occidentales.
La ofensiva —la mayor desde la Operación Spiderweb del 1 de junio— ocurre 48 horas después de que Vladímir Putin advirtiera a Donald Trump en una llamada telefónica sobre una «respuesta inevitable» al ataque ucraniano que dañó 41 bombarderos rusos.
Las defensas ucranianas neutralizaron 199 drones y 36 misiles, incluidos proyectiles balísticos Iskander-M. Otros 169 drones desaparecieron de los radares —presuntamente señuelos para saturar sistemas—, según la Fuerza Aérea de Ucrania.
«Rusia no cambia: ataca ciudades y atenta contra las vidas inocentes», denunció el presidente Volodímir Zelenski, exigiendo responsabilidades por una estrategia que «desde 2022 busca borrar la existencia ucraniana».
El Ministerio de Defensa ruso confirmó que el bombardeo era «represalia por Spiderweb», afirmando que «los objetivos designados fueron alcanzados».
La justificación contrasta con el historial reciente: tres noches consecutivas de ataques masivos a finales de mayo, previos a la operación ucraniana. Trump había alertado el 4 de junio tras hablar con Putin: «Su respuesta no será bonita», anticipando la escalada.
La ofensiva consolida la ruptura diplomática. Putin rechaza diálogos con Ucrania y desoye llamados al cese al fuego, mientras Trump no ha condenado públicamente el ataque. Análisis de inteligencia occidental citados por CNN señalan que Rusia aprovecha la ventana previa a la cumbre del G7 (11-13 junio) para presionar con su máxima capacidad de fuego, almacenada durante meses.
Decenas de heridos y daños críticos en infraestructura civil fueron reportados en Leópolis y Ternópil, aunque sin cifras oficiales consolidadas al cierre de esta edición. La ONU documentó 1.412 ataques a zonas residenciales ucranianas en 2025, patrón que el secretario general António Guterres calificó de «estrategia de terror sistematizada».