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domingo, 14 diciembre, 2025
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Jesús Rafael González: No hay que perseguir la quimera de la solución perfecta, sino forjar la solución posible

El politólogo señala que en Venezuela la búsqueda “del triunfo de un bando sobre otro”, se ha traducido “en la profundización de una catástrofe humanitaria que ya ha trascendido las divisiones partidistas. En este contexto, la única victoria con sentido, la única que verdaderamente puede reclamarse como colectiva, es la que se escribe con la palabra paz” | José Gregorio Yépez José Gregorio Yépez

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El escenario venezolano se complica y las señales terminan siendo contradictorias en los dimes y diretes entre la Casa Blanca y Miraflores. Donald Trump declara que puede hablar con Nicolás Maduro luego de que Marco Rubio lo sigue atacando sin darle cuartel.

El presidente estadounidense mantiene el cuestionamiento a la administración Maduro, mientras este abre juego sin dejar de esgrimir la argumentación de la defensa de la soberanía.

Para interpretar el escenario conversamos con el politólogo y profesor universitario, doctor en Ciencias Políticas, Jesús Rafael González, quien sostiene que es necesario asumir que se debe avanzar en construir “la solución viable y no la salida perfecta”.

– ¿Cómo define la situación en el Caribe? ¿Conflicto regional? ¿Venezuela-EEUU?

-Lo que ocurre en el Caribe trasciende con creces el caso específico de Venezuela y se erige como un punto de inflexión crítico para el futuro de América Latina y el derecho internacional. En primer lugar, este episodio consolida la resurrección de la doctrina Monroe en el siglo XXI, aunque bajo una retórica adaptada a los nuevos tiempos. Su esencia ya no se expresa en la oposición a las potencias europeas bajo el lema «América para los americanos», sino que se redefine como un «América para los intereses de Washington», dirigido contra cualquier gobierno que desafíe su hegemonía. La instrumentalización de aliados regionales—lo que se ha denominado el «regionalismo de la sumisión»—fragmenta los proyectos de integración autónoma, como lo fueron en su momento la UNASUR o, más recientemente, la CELAC. Esta estrategia no solo debilita la capacidad de la región para articular una respuesta unitaria y soberana, sino que también ha comenzado a tener repercusiones internas e internacionales, erosionando la aprobación doméstica del presidente Trump y generando críticas entre los mismos aliados del continente.

González señala que se está normalizando “un peligroso modelo de lawfare o «guerra judicializada» a escala internacional, donde una potencia, a través de acusaciones mediáticas y medidas coercitivas unilaterales, puede criminalizar y colocar a un Estado soberano fuera de la ley, sin verse en la obligación de demostrar sus cargos ante tribunales internacionales legítimos e imparciales”.

“Este procedimiento, que prescinde de las garantías del debido proceso, representa un golpe devastador a los pilares del multilateralismo y a los principios de convivencia pacífica entre naciones. El precedente que se establece es profundamente inquietante: si el gobierno del Estado X puede ser deslegitimado por el gobierno de Estados Unidos sin debido proceso o prueba alguna, y en consecuencia convertirse en blanco de acciones para un pretendido “cambio de régimen” so pretexto de una etiqueta tan elástica como la de «narcoestado», entonces ningún país que disienta de la línea geopolítica de Washington podrá considerarse a salvo”, afirma el politólogo.

-¿Cómo se aplica esto al caso venezuela y Colombia?

-En este caso la crítica de fondo no busca negar la existencia del flagelo -que es decididamente innegable-, sino denunciar la instrumentalización hipócrita del tema como excusa para la agresión geopolítica. Este uso selectivo y politizado del combate a las drogas es lo que causa el mayor daño, ya que no solo no resuelve el problema de fondo, sino que ataca los principios democráticos mediante una sofisticada guerra cognitiva a gran escala. Dicha guerra no se libra con armas convencionales, sino con narrativas sesgadas, desinformación y la manipulación de la percepción global, buscando justificar lo injustificable y allanar el camino para la intervención bajo un falso manto de legitimidad.

Agrega que esta crisis devela la profunda hipocresía estructural de la «guerra contra las drogas».

“Durante décadas, esta cruzada ha funcionado como un mecanismo de conveniencia para justificar intervenciones en asuntos soberanos, militarizar sociedades y criminalizar la pobreza y la disidencia. El caso venezolano constituye su expresión más cínica: se movilizan portaaviones y aviones de guerra para atacar una ruta que, según los datos, representa menos del 5% del flujo global de cocaína. Mientras tanto, el consumo doméstico en Estados Unidos —el mayor mercado del mundo— y el lavado de activos a través de su sistema financiero persisten como problemas estructurales que nunca son abordados con una contundencia similar”, indica el profesor universitario.

Llama la atención sobre lo que denomina “evidente debilidad de los argumentos”, que se suma a “fisuras en el orden internacional”, que traen como consecuencia “una inesperada ventana de negociación anunciada por los presidentes Trump y Maduro. Corresponde ahora a la comunidad internacional y a los actores políticos, aprovechar esta oportunidad para transformar el conflicto de manera constructiva”.

– ¿El combate al narcotráfico es el centro de la movilización o es una excusa para presionar a los gobiernos incómodos para los Estados Unidos en la región?

-Resulta evidente que la situación en el Caribe trasciende por completo a una mera operación antinarcóticos. Se trata de la expresión de una política de imposición de poder que, ante su incapacidad para competir en el terreno de la diplomacia y el fracaso de sus intentos previos, recurre de manera reactiva a la fuerza bruta, la coerción económica y la guerra narrativa. El objetivo de esta estrategia es forzar una negociación por sumisión. Sin embargo, este escenario tiene pocas probabilidades de éxito a menos que el conflicto sea reconfigurado fundamentalmente, sustituyendo el paradigma de suma cero por uno de negociación colaborativa.

– ¿Cómo influye la reciente derrota electoral de los republicanos?

-La derrota interna del Partido Republicano en las recientes elecciones del 2025, y las características de la personalidad de Trump no aminoran la amenaza, sino que la intensifican, haciendo la situación más impredecible y peligrosa. El desenlace de este forcejeo no solo definirá el futuro de Venezuela, sino que marcará el rumbo de la soberanía latinoamericana en el siglo XXI. Se decide si prevalece un orden internacional basado en el derecho, o uno regido por la ley del más fuerte, donde un gobierno en crisis interna puede lanzar operaciones militares para salvar su imagen.

– ¿…y Venezuela?

-En el otro lado del conflicto, se encuentra un gobierno que enfrenta una crisis de legitimidad y profundas divisiones internas. Estos desafíos son inherentes a la realidad del país; la cuestión crucial no es negarlos, sino determinar cómo aprovechar esta coyuntura para construir, y no destruir, el futuro de todos los venezolanos. La solución no puede ser la intransigencia. En un momento político que exige la defensa de un principio fundamental —el derecho de los pueblos a decidir su propio destino sin amenazas ni intervenciones foráneas, ya sea impulsadas por crisis domésticas o por el narcisismo herido de un líder extranjero—, la reacción no puede ser atrincherarse. Por el contrario, es imperativo reencontrar los caminos de la política a través de una negociación seria y constructiva.

-China presiona por Taiwán. Rusia impone condiciones en Ucrania…  ¿La flota en el caribe es la respuesta a la pérdida de influencia de los Estados Unidos en su zona de incidencia?

– En un contexto donde China incrementa su presión sobre Taiwán y Rusia busca imponer condiciones en Ucrania, el despliegue de la flota estadounidense en el Caribe puede interpretarse como un intento de compensar la pérdida de influencia en su propia zona de incidencia. El ‘bullying’ internacional que proyecta Trump busca reafirmar una imagen de fuerza, pero decisiones como el suministro de armas a Taiwán se convierten en uno de los errores estratégicos más significativos de su política exterior: lejos de disuadir, agravan la inestabilidad regional y provocan a una China que ya considera la isla como un asunto interno y no negociable.

– ¿El multilateralismo pasó moda? ¿Cuál es el poder real de Naciones Unidas ante las potencias globales?

-Lejos de haber «pasado de moda», el multilateralismo enfrenta su prueba más severa y no por obsolescencia, sino por el asedio deliberado de potencias globales y gobiernos nacional-populistas que ven sus mecanismos -encarnados por una ONU cuyo poder real se ve constantemente vaciado por el veto y la acción unilateral de sus miembros más influyentes- como una «camisa de fuerza» para su soberanía entendida como impunidad.

-La deriva autoritaria está de moda en el planeta… ¿Qué oportunidades tiene la democracia de recomponerse y volverse nuevamente atractiva para lograr salidas políticas alejadas de la violencia?

-Esta deriva autoritaria, que efectivamente gana terreno, se nutre de líderes que presentan las normas e instituciones democráticas como obstáculos lentos e innecesarios, prometiendo en su lugar soluciones rápidas y la fuerza bruta del poder sin contrapesos. Frente a esto, la oportunidad de la democracia para recomponerse y volverse atractiva no reside en imitar esas tácticas, sino en demostrar su superioridad moral y práctica: debe probar que es el único sistema capaz de ofrecer salidas políticas legítimas y sostenibles, alejadas de la violencia, porque se funda en la inclusión, la justicia social y la defensa de los derechos humanos. Su resurgimiento depende de su capacidad para responder a las demandas populares de manera más efectiva que el canto de sirena autoritario, demostrando que su poder no está en destruir las instituciones, sino en fortalecerlas para que sirvan a la gente.

– ¿Cuál es posibilidad de diálogo? ¿Quiénes pueden ser los intermediarios?

El diálogo no puede partir de la premisa de una rendición o una capitulación de una de las partes. Debe buscar un equilibrio de compromisos donde todos los actores cedan en algo para obtener una salida viable. Esto requiere que la oposición internalice que no logrará un cambio a través de la intervención externa, y que el gobierno acepte que la estabilidad a largo plazo requiere de una apertura institucional y política creíble. La negociación es la única opción. Antes de un conflicto: es la vía para evitarlo; durante: la forma para detenerlo; y después: el instrumento para construir una paz estable.

– ¿Quiénes deben ser los actores sentados en una mesa de negociación interna?

-Ninguna solución impuesta por la fuerza será duradera. La negociación es el reconocimiento de que la crisis venezolana es un conflicto político intrincado cuya resolución exige pactos, concesiones y, sobre todo, la construcción de un nuevo marco de convivencia nacional donde todas las fuerzas se sientan representadas y con un espacio garantizado. La alternativa a la mesa de diálogo es, simplemente, la profundización de la tragedia humanitaria y la incertidumbre.

-Cuáles son las opciones para negociar: ¿Nuevas elecciones? ¿Referéndum consultivo? ¿Recorte del mandato? ¿Gobierno de unidad nacional?

-El objetivo no es perseguir la quimera de una «solución perfecta», sino forjar con urgencia la única solución posible. Dicha solución necesariamente deberá materializarse en un Pacto de Coexistencia Nacional: un acuerdo histórico que logre equilibrar concesiones y garantías recíprocas entre el oficialismo, la oposición y la sociedad venezolana. No es posible predecir con exactitud la forma final que este pacto adoptará—ya sea mediante nuevas elecciones, un gobierno de unidad nacional, o una reforma constitucional—. Lo que es innegable es que, en un proceso de complejidad tan extraordinaria como el actual, cualquier decisión que se tome deberá estar fundamentada en el realismo político y la voluntad de preservar la paz sobre cualquier ideal maximalista.

El politólogo señala que “el empeño colectivo de la clase política venezolana y el apoyo genuino de la comunidad internacional -me refiero a que esté desprovisto de agendas geopolíticas ocultas-, debe concentrarse en tejer este pacto, imperfecto pero indispensable.

Finalmente indica que “la alternativa a esta negociación no es el triunfo de un bando sobre otro, sino la profundización de una catástrofe humanitaria que ya ha trascendido las divisiones partidistas. En este contexto, la única victoria con sentido, la única que verdaderamente puede reclamarse como colectiva, es la que se escribe con la palabra paz”.

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