El brócoli, la lechuga, el cebollín, el calabacín, la berenjena, el pepino, el tomate y el pimentón que se consumen en Caracas posiblemente provienen de este pueblo entre montañas que sigue esperando que le tiendan la mano con créditos, mejor vialidad y acompañamiento
El viento habla suavemente en el día por las montañas de El Jarillo. Su voz se vuelve ruda en la noche, cuando se marcha la luz y crujen las paredes. La carretera que conduce a esta población de productoras y productores agrícolas enclavada en el municipio Guaicaipuro del estado Miranda no es una autopista, pero aguanta el paso de los alimentos que salen de la tierra rumbo a los supermercados.

En al menos un par de tramos se observan fallas de borde y hundimientos, lo que preocupa a Emilio Breidenbach, directivo de la Asociación de Productores de El Jarillo. Pero la voluntad de sembrar, cosechar y alimentar es más fuerte que el miedo a que la vía se desvanezca. Es justamente este esfuerzo el que Brenda Ribeiro, coordinadora de Granitos de Esperanza, quiso visibilizar al invitar a un grupo de periodistas para que visitaran este esfuerzo agrícola entre montañas.
Las raíces de El Jarillo, población de unos 5 mil habitantes, son alemanas, y un vistazo a los apellidos y a las tradiciones así lo ratifica. La asociación reúne a unos 300 productores y se estima que hay entre 750 y mil unidades de producción de extensión variable. Aunque el ícono era el durazno, las circunstancias han obligado a producir otros rubros. «Se avanzó más en las hortalizas, porque es más corto el tiempo de producción», apunta Breidenbach.

Eso significa que el brócoli, la lechuga, el cebollín, el calabacín, la berenjena, el pepino, el tomate y el pimentón que se consumen en Caracas pueden ser de los famosos «gochos» que vienen de estados andinos, o provenir de estas montañas mirandinas donde todavía el sol no derrota al frío.
Breidenbach calcula que El Jarillo abastece 30 % de la demanda de hortalizas de la región capital y otras zonas cercanas. «Podríamos abarcar 50 %», asoma. Para lograrlo se necesita asesoramiento, financiamiento, garantía de insumos «y de todo lo que se requiere para sembrar».
El diferencial cambiario ya empieza a afectarlos. Uno de los vendedores de insumos agrícolas relata que lo que compra a un precio debe reponerlo a un precio mucho más elevado, porque lo trae de Colombia. «Me da dolor no fiar, porque el producto que ofrezco va a salvar una planta que es alimento». Incluso, algunos productos comienzan a desaparecer. «Las semillas están escaseando», comenta uno de los productores. «Están fallando los productos que usamos en la siembra», especialmente fertilizantes y semillas. «Vendemos en bolívares, pero tenemos que comprar los insumos en dólares».

También encarece los productos la dificultad para disponer del combustible. «Cuando un litro de gasoil cuesta 0,5 centavos de dólar, el productor debe pagarlo a un dólar, o a 1,5 dólares», cuestiona Enrique Morón, presidente de la Asociación. El suministro se ubica en la categoría «más o menos». Un productor tiene 120 litros al mes «pero eso no es suficiente, y tendría que multiplicarse por cuatro. Tenemos un déficit de 75 %».
-¿Cómo lo resuelven?
-Tienes que comprarlo al precio que lo ofrezcan.

Plantas con músculo propio
Con músculo propio siguen avanzando en la producción de alimentos. El diálogo ha ayudado a que se subsane buena parte de la deuda que mantienen los supermercados con los agricultores. Como lo expone Morón, «hay que honrar el compromiso», ya que un productor «espera que le paguen en un tiempo prudencial». Inicialmente se trabajaba con base en 15 a 21 días, periodo que se alargó a 30 días «y que llegó a extenderse a seis meses». En la actualidad se han pagado las deudas de vieja data «y los pagos se han dinamizado». Sin embargo, se tomaron represalias contra algunos productores.
La asociación calculó, hace más de un trimestre, el costo de producción de la hectárea de durazno, fresa y mora para que las autoridades ofrecieran opciones de financiamiento. «En el caso de fresa y mora oscilaba entre 2 mil a 3 mil dólares la hectárea, y en durazno, entre 4 mil a 5 mil dólares. Esa realidad cambió en los últimos meses. Ahora es mucho más. Ese trabajo que se hizo fue en vano, porque no ha habido ni una reunión con los entes crediticios para saber cuántos productores necesitan el financiamiento y en qué cantidad. Eso está en una fase preliminar y tiene que acelerarse», estima Mario Da Costa, vicepresidente de la Asociación.

Caminar entre los cultivos conecta con la mesa, con la savia que recorre lo que la tierra ofrece. «Los suelos nuestros son benditos», sostiene Morón. «Estamos reduciendo considerablemente el uso de agroquímicos, y lo estamos sustituyendo por fertilizantes orgánicos, lo que hace que los productos sean más saludables y atractivos».
El Jarillo debe su nombre a una planta, cuentan los productores. Los habitantes de este pueblo que tiene de Alemania y tiene de Venezuela ponen en las plantas su futuro, cobijados bajo la buena sombra de los cultivos que son su esperanza.