Angélica Vargas tiene 24 años, es caraqueña y responde artísticamente al nombre de Angie. Cantante, compositora y vocal producer, su relación con la música no nació de un gran plan, sino de la curiosidad, la insistencia y una necesidad casi silenciosa de expresarse.
Desde el violín en su infancia hasta su primer EP Lo que Callan las Flores, que hoy toma forma con paciencia y ternura, Angie ha ido construyendo una carrera que se sostiene tanto en la técnica como en la emoción.
De la infancia al canto: una vocación que se fue quedando
“La música me ayudó a crecer”, recuerda Angie al hablar de sus primeros años. Llegó a ella casi por accidente, cuando de niña probó kárate, gimnasia y otras actividades sin demasiado éxito. Fue en un núcleo del Sistema donde encontró su lugar: primero con el violín, luego con el canto, especialmente en el coro, ese espacio que describe como su momento más feliz.
Con el tiempo desarrolló oído musical y una sensibilidad que la acompañó durante toda su adolescencia. Cantaba en el colegio, en grupos de gaitas, en misas, en cualquier espacio donde hubiera una excusa para usar la voz. Pero todavía no lo llamaba “vocación”; era algo íntimo, casi secreto.

Escribir para entender(se)
Angie escribió su primera canción a los 17 años, durante uno de los momentos más duros que ha vivido el país: la crisis de los apagones de 2019. “Agarré tres acordes y empecé a escribir (…) y nunca paré”, cuenta. Desde entonces, la composición se convirtió en un hábito y en una forma de desahogo.
“Veo la composición como algo que me ayuda a decir cosas que normalmente no digo”, explica. Su proceso es ordenado, casi ritual: verso, coro, verso, puente. Lineal, paciente. Aunque reconoce que no es el camino más rápido, es el que le permite entender lo que siente y convertirlo en canción. A veces escribe sobre su propia vida; otras, sobre escenarios imaginados que, curiosamente, terminan ocurriendo después.
Vivir de la música (y para la música)
Hoy, Angie dedica cerca del 80% de su vida a la música. Es docente de canto, trabaja con una academia online de Argentina, donde la mayoría de sus alumnos son adultos mayores que se acercan por primera vez al arte, y también enseña en grupos de gaitas en Caracas. Además, se desempeña como vocal producer, creando arreglos, armonías y capas vocales para otros artistas.
“Mi sueño sería pasar todo el día en el estudio componiendo y haciendo producción vocal”, confiesa. Para ella, la voz es un instrumento más dentro del arreglo: un espacio infinito de posibilidades expresivas.

El escenario, los amigos y el miedo
Compartir tarima con artistas como MariPau o Colibrí no ha sido solo una experiencia musical, sino profundamente emocional. “Antes que artistas, son mis amigos”, dice. Crecieron juntos, se acompañaron y se vieron evolucionar.
Durante mucho tiempo, Angie convivió con el síndrome del impostor. No se sentía merecedora del escenario hasta que una amiga le hizo una pregunta que lo cambió todo:
“Si no le muestras tu música al público, ¿quién lo hará?”
Desde entonces, decidió ser ella misma en escena: contar historias, cantar desde lo vivido, sin disfraces. “Yo escribo de mi vida, y la gente puede relacionarse con eso”, afirma.

Lo que Callan las Flores: el EP que viene
El 2026 será un año clave. Angie trabaja desde hace casi dos años en su primer EP, Lo que Callan las Flores, un proyecto que ya tiene concepto, nombre y videos grabados. La mayoría de las canciones que presentó en el showcase Los Árboles de la agrupación venezolana Novanout, formarán parte de este trabajo.
El EP nace de una idea muy suya: asociar la música con colores, y luego con flores. “Cada canción es una flor distinta”, explica. Son cosas que no diría en voz alta, pero que sí puede cantar. El intro, La Flor, resume todo el concepto en apenas unas palabras.
Musicalmente, el proyecto es diverso «hay balada, rock suave, influencias tropicales y matices españoles, pero todo converge en una esencia común: la emoción y el mensaje».
Referentes, miedos y sueños
Su mayor influencia en la música venezolana es Elena Rose, a quien admira profundamente. “Ha tumbado muros para que artistas como yo podamos mostrar el talento venezolano al mundo”, dice.
Lo que hoy le quita el sueño no es el escenario, sino lo que viene después: la exposición, las redes sociales, el momento en que todo salga al mundo. Aun así, lo quiere. Quiere que su música encuentre oídos, aunque sean pocos. “Así sean cinco personas, sentiría muy lindo que todo ese esfuerzo esté ahí”.

Amar es estar
Si tuviera que describir su vida actual con una canción propia, Angie elegiría La Luz. Una canción sobre entender que amar no siempre es hacer, sino estar. En silencio, sin ruido.
Quizás ahí está la clave de su arte: en la voz que acompaña, en las flores que hablan bajito, en la música que no grita, pero se queda.







