Este sábado 3 de septiembre fue presentada la colección Guitarras de Venezuela que muestra un retrato de cuatro referentes universales del instrumento nacidos en esta tierra
La guitarra es un instrumento que ha marcado la cultura latinoamericana y en el caso de Venezuela ha sido testigo del amor y el dolor que ha vivido el país.
“Mirar a la guitarra venezolana es leernos a nosotros mismos”, afirmó Alejandro Bruzual, investigador, guitarrista, doctor en Literaturas Latinoamericanas y otra serie de títulos que no superan la sensibilidad por la música, la fe en el arte y el amor por la guitarra que destila en su andar.
Con una obra profusa sobre la guitarra venezolana esta vez nos presentó cuatro libros sobre cuatro titanes de la guitarra venezolana: “Raúl Borges. Maestro de maestros de la guitarra venezolana”; “Antonio Lauro. Un músico total”; “Alirio Díaz. Guitarra de tierra profunda” y “Rodrigo Riera. La parábola de la tierra”.
Bruzual es heredero de la sencillez de los grandes maestros que dibujó con su investigación. Estos libros serán para algunos «las sagradas escrituras» de obligada consulta para conocer el por qué este instrumento está en los tuétanos del venezolano.
El maestro e investigador sostiene que la “guitarra de concierto” -como la define el también investigador Diego Silva Silva- estuvo en el campo árido de Carora y sus alrededores, en las calles de Caracas, en Valencia o Cumaná.
Esa misma guitarra también ha estado en las fiestas, en la cárcel de los venezolanos y bebió de todas fuentes que han escrito la historia de este país. Con todo esto la gente ha vestido la obra de hombres sencillos que decidieron colocar su corazón contra el cuerpo de madera sonoro que tensa seis cuerdas, que suenan una a una “Mi, Si, Sol, Re, La, Mi”, pero juntas saben cantar la personalidad de un país.
Hace un tiempo, conversando con el guitarrista Aquiles Báez aseguraba que «los venezolanos tenemos una forma de tocar la guitarra que nos distingue. La atacamos y la abrazamos de una forma distinta con nuestra música”.
Cuando tomó la palabra en el evento el guitarrista, investigador y director de orquesta Diego Silva Silva describió con una elocuencia única esa forma de abordar la guitarra de los hombres nacidos en esta tierra de gracia.
«El Diablo Suelto de Alirio Díaz es una cosa de otro mundo. Es un sonido poderoso. La guitarra es una extensión de su cuerpo, de su corazón, de su forma ver la música, de su pasión por la música y el instrumento», sentencia Silva.
El maestro se metió en los callejones de la obra de cada uno de los descritos por Bruzual en esta colección.
Silva hablaba con conocimiento de causa de cada inflexión de la obra de Lauro, de la forma de enseñar del maestro Borges, de la inigualable interpretación de Alirio Díaz y de la musicalidad sencillamente compleja de Rodrigo Riera.
Estremeció a un auditorio que se enamoró de los relatos que hizo de su compartir con Riera y Díaz, pero además dibujó, como quien todavía tiene en su piel fresco ese barro mágico, la forma de enseñar y de componer de Borges y Lauro.
Habló de las escalas que un estudiante de guitarra debe hacer, de la limpieza de los arpegios, del pénsum que debe cubrir el guitarrista venezolano, que llega a la academia con las «electivas» aprobadas porque ya cursó la pasión de un instrumento que huele a montaña, a llano, a desierto, a lago, a río, a costa y también al asfalto de las calles de nuestras ciudades.
Silva habló de la guitarra que marcaron Borges, Lauro, Riera y Díaz, la misma que luego enseñaron Igarza, Zea, Montes y que tocaron Quintero, De Los Reyes, Suárez, Nieves y tantos que siguieron y siguen el camino trazado por estos referentes.
Ese día sonaron las guitarras de William Antequera, Richard Arellano y la de Julio Sánchez que acompañó la voz de María Riera, quien cantó las melodías de su padre Canción Caroreña y Elorac, con los textos de los poetas amigos del «Chueco» Riera.
La música busca los espacios, los copa. Es indetenible, se cuela por todas partes y esa forma de tocar la guitarra de los venezolanos está marcada por la esencia misma del pueblo. Esa misma esencia que ha logrado que la calle y la academia no tengan un lindero, la guitarra simplemente está ahí, tomando de la fuente cristalina de pureza que no es otra sino la gente.