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lunes, 24 marzo, 2025
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La posibilidad de que los diferentes puedan convivir se plasma en “La marcha sin retorno” de Enrique Ochoa Antich

Ayer 5 de febrero fue bautizada la más reciente obra del escritor, defensor de derechos humanos y dirigente político, en la librería El Buscón / José Gregorio Yépez

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Los pasillos del Trasnocho bullían y pocas veces tantos personajes de la “fauna” política han coincido en este espacio. La razón: Enrique Ochoa Antich presentaba su novela “La marcha sin retorno”.

Allí estaban figuras del arcoíris de la política venezolana desde la izquierda, pasando por la centro izquierda, la centro derecha y aterrizando en la derecha, todos convocados por la amistad y el talento de quien ha sido uno de los activistas más dedicados y constantes en la lucha por los derechos de los venezolanos.

No todos los presentes han coincidido con Ochoa Antich en sus acciones políticas, “menos mal” diría él, pero sí honran con su respeto la trayectoria de un político, que postergó su vocación literaria, y que más allá de las críticas que se le puedan hacer, no se le podrá acusar de no decir lo que piensa.

El acto

Costó que los convocados hicieran silencio, es natural donde están los políticos que siempre están hablando, pero Mercedes Malavé, la moderadora del encuentro, lo logró y con la frescura de quien se siente conduciendo un evento importante para un amigo.

La acompañaban en el presidium Víctor Rago, rector de la Universidad de Venezuela, Francisco “Kico” Bautista y el propio Enrique Ochoa.

“Esa novela se lee en dos sentadas, me dijo Enrique. Yo la leí en cuatro sentadas”, señaló el rector de la UCV al iniciar sus palabras, en las que advirtió que no estarían impregnadas de crítica literaria, porque no es el oficio al que se dedica.

“Es mucho más que una novela. Es una obra en la que cohabitan, en delicado equilibrio, la ficción narrativa, un ensayo historiográfico y un breviario político. Esto le otorga una dimensión poderosa”, dijo Rago y agregó que se trata “de una ficción que guarda conexión con la realidad”.

Más tarde nos acercamos al rector y nos dijo que «en la atmósfera en la que se desenvuelve la sociedad venezolana, hoy oímos decir a muchos recalcitrantes -tanto de oposición como del oficialismo- que a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Cualquiera que conozca la poderosa herramienta que es el lenguaje para expresar ideas, sabe que llamar las cosas por su nombre no siempre es el mejor medio de comunicar las ideas y que a veces, sin nombrarlas o designándolas con una denominación indirecta, estamos comunicando mucho más vigorosamente una noción, una idea, un estado de conciencia, que llamándolas por su nombre”.

Luego tomó la palabra Kico Bautista, periodista, pero además amigo entrañable de Ochoa Antich desde sus tiempos de militancia en el Movimiento al Socialismo (MAS), y además de relatar algunos recuerdos y anécdotas de sus momentos juntos, destacó el peso de la palabra del escritor y el político a quien define como “una persona extraordinaria”.

“Enrique dice cosas que lo hacen pensar a uno. Es de esos que sostienen que las mayorías se equivocan”, señaló Kico. Agregó Venezuela “necesita dudar para avanzar y Enrique nos ayuda a eso”.

El escritor

Finalmente tomó la palabra el escritor.

Nobleza obliga y saludó a quienes le ayudaron a hacer el libro, su hijo Santiago entre ellos, a quienes hicieron posible el evento, a la librería El Buscón y a la editorial Círculo Rojo, que es la responsable de tener el libro en los estantes de las librerías.

“Mi primera relación con la literatura fue el plagio. Para una tarea de la escuela, en Colombia, me copie el primer párrafo de una novela y quedé muy bien en la clase. Me felicitaron”, contó Ochoa Antich y refirió que el mecanismo fue repetido y siguió quedando bien.

Agrega que su fama de privilegiado de la escritura llegó a tanto “que mi madre, orgullosa de mí, dijo frente a sus amistades: ‘A ver, escríbale algo a mis amigas’. Yo argumenté que el acto creativo debía ser algo solitario y que necesitaba tiempo. Entonces fui me encerré y me copié otro pedazo de la novela.”

“Hasta que llegó el destino fatal. Mi maestra, que no era tan descuidada como yo creía, me desenmascaró frente a la clase y quedó en evidencia que el genio que escribía no era yo sino Mark Twain en El príncipe y el mendigo”, relató.

Asume que está marcado por Sargent Pepper, la guerra de Vietnam, la masacre de Tlatlelolco, la “engañosa” Revolución Cubana y eso es parte de su historia.

Asume que se inscribió por “voluntad propia en el partido Comunista de Venezuela” y sentencia: “Nadie me reclutó”, y así canalizó su vocación por la política en donde, más adelante, reconoce como influencia marcadora de su vida a Teodoro Petkoff y al MAS.

“Por arrebatadora que hubiese sido la lucha política, arrastré siempre conmigo esa otra condición, la de escritor y nunca la abandoné, cargando siempre en mis alforjas los manuscritos de farragosas prosas y de poesías improbables. No escogí ser ni una cosa ni la otra, sino ambas a la vez, político y escritor”, contó con la firmeza de quien ha evaluado el cuadro que percibe cuando ve por el retrovisor de su vida.

Relata que en el plan de vuelo que había trazado para su existencia “en algún momento resolví que a los 50 dejaba la política y me volcaba por entero a la literatura. La vida alcanza para las dos, farfullaba para mí. Terminé haciéndolo luego de los 60”.

“Pero seamos sinceros, la política es más fácil, más gregaria que la literatura y de más rápida recompensa. Para decirlo con palabras de Cortázar en Rayuela es la maravillosa alegría de la hermandad con otros hombres embarcados en la misma acción”, sentenció.

Al hablar de La marcha sin retorno dice que es “una noveleta de un poco más de 100 páginas”.

“Describe una protesta en una ciudad latinoamericana en principio imaginaria. Imaginario, de unos indignados que vocean entre sus consignas que se vayan todos”, señala.

Explica que son ocho personajes: un sacerdote, un enano, una meretriz, dos enamorados, ella oficialista y el opositor, un líder sindical, un descreído anciano de izquierda, “yo hoy, como muchos de los estamos por aquí”.

“Cada uno de ellos narra las peripecias de sus vidas en el transcurso de la marcha. Son ocho piezas de un puzzle. Al armar ese rompecabezas, creo, espero, que el lector se encontrará con una imagen completa y sorprendente de nuestra realidad”, señaló para terminar Enrique Ochoa Antich, no sin antes decir: “Ojalá, amigas y amigos, que disfruten con la lectura del libro y mil, mil gracias por acompañarme en este trascendente acto de mi vida”.

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