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domingo, 24 noviembre, 2024
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Carlos Ricardo Cisterna, el locutor que afirma que los empresarios de la radio quieren acabarla porque la maltratan y escogen el peor personal

Texto, fotos y videos: Vanessa Davies

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El 1 de agosto se cumplirán 55 años de la emisión de su programa «Latinoamérica», que ahora también se emite por La Radio del Sur

Encontrarse con Carlos Ricardo Cisterna es conocer a un ser humano al que la radio se le sembró en los tuétanos: La radio, claro, como voluntad de decir y hacer, como espacio de militancia de vida y como herramienta hacia la utopía. El talante callado de Cisterna posiblemente nació con su ser chileno, y se afianzó en los tiempos de represión a los que sobrevivió de milagro. Él sorteó las dentelladas de las dictaduras de los años 70: la de Chile, su patria natal; y la de Argentina, su país de acogida.

Convertido en «un guaro» por los tantos años en Barquisimeto, Cisterna enuncia sin rencor los horrores del pasado. Para construir radio hay que ponerse un horizonte lejano, y caminar hacia él con entusiasmo, y esa parece ser su decisión vital. Hacer un programa llamado «Latinoamérica» desde hace casi 55 años (los cumplirá el 1 de agosto), y mantenerlo por la vía que sea posible, describe la voluntad de Cisterna mejor que cualquier diccionario de adjetivos.

Quería ser locutor desde los 12 años: «Fue una cosa mía. Solo por escuchar. En ese tiempo escuchabas la radio, no más. La radio te insta a que inventes cosas, cuentos. Al principio, como todo el mundo, me preguntaba si esos hombres eran chiquiticos para poder estar en los tubos, porque eran unos aparatos con tubos, bien bonitos».

Era tal su afán por la radiodifusión, que en su casa montó una sala de locución prácticamente de juguete. «Tenía una radio. En una revista aparecía cómo ser locutor, con un micrófono, y lo corté en cartón, y puse dos cables que no estaban enchufados a nada», rememora entre risas. «Tenía mi pupitre y escribía los textos de la publicidad. Había mucho periódico en mi casa, en Talcahuano. Mi papá era muy dado a lo intelectual, aunque era un trabajador portuario y era dirigente de los trabajadores portuarios. Era dirigente del Partido Comunista, estaba bien clarito; y yo, desde chiquito, también tenía esa misma idea, y la mantengo hasta el día de hoy. La misma».

-¿Cuál es esa idea?

-Creer en un mundo mejor y los postulados comunistas, con la diferencia de que soy cristiano. Es algo raro, porque en ese tiempo no se hablaba. Ahorita se habla más de la teología de la liberación. Tenemos un sacerdote muy querido, el padre Freites. Yo voy a misa y no entiendo nada de lo que se hace.

En Radio Simón Bolívar de Concepción («yo estaba con Venezuela desde el comienzo», confirma) «se llamó a un concurso de locución. Dije ‘esta es la mía’. Quería saber si servía para esto con toda la práctica que había tenido, con mi micrófono, con mi reporte noticioso. Recuerdo que estaba jugando con los muchachos en la calle y les informaba que debía irme porque tenía el programa de radio. Como un loco. Hacía publicidad, hacía propaganda. Mi mamá les dijo a todos que me permitieran ser locutor, que no me dijeran nada». La voluntad de su madre, que falleció cuando él tenía 14 años, fue respetada.

Este hombre de radio forjó el programa «Latinoamérica», que se ha mantenido en el aire «con muy pocos baches, y es bien curioso: ni el golpe de Estado en Chile fue capaz de eliminarlo; solo los 15 días que estuve perdido» luego de la irrupción de Augusto Pinochet. Claro, ha pasado por distintas etapas: todos los días, los fines de semana; dos horas de duración, o más, o menos. Desde hace unos dos meses se transmite, también, por la venezolana La Radio del Sur.

Darles cabida a los movimientos musicales, poéticos y el quehacer cultural de los pueblos latinoamericanos es el propósito de «Latinoamérica». Son las noticias que no salen por ningún medio, o que apenas ocupan segundos en un noticiero (con suerte), las protagonistas de este esfuerzo. Cisterna las amplía y las complementa con música. «Si se está luchando por el tamunangue, les cuento a los oyentes de otros lados qué es el tamunangue y cuáles son las aspiraciones de los larenses».

Un relato de milagro

La pregunta: «Vamos a recordar el día del golpe contra el presidente Allende». La respuesta: un apesadumbrado «sí, el 11 de septiembre». Tenía 24 años, iba a su trabajo en Radio El Sur, en Concepción. «De 6:00 a 10:00 de la mañana me di el gusto de arengar al pueblo a salir a la calle, lo que podía haber sido una irresponsabilidad, pero nadie daba orden de nada», rememora. «Ya el 10 de septiembre la cosa estaba un poquito fea, pero me decía ‘varias veces ha estado fea’. Yo estaba haciendo una guardia en la noche, en ese tiempo las radios cerraban a las 12 de la noche y yo era el último locutor, estaba medio afiebrado porque cerraba la guardia en la noche y abría en la mañana. Era un apasionado. A las 10 de la noche el operador dijo que estuviera pendiente, porque en cualquier momento había una cadena; eso indicaba que la cosa se estaba poniendo más fea todavía. Pero llegaron las 12 y nos dijeron ‘ya no habrá esa tal cadena’. Me fui por la plaza, todo tranquilo. Ya no había transporte».

Su primera visión del 11 de septiembre es la presencia del ejército en la calle, en silencio. «Me dio más preocupación. Seguí a la radio. Los periodistas nos fueron». Regresó a Chile años después para aclarar cosas; pudo conversar con una sobreviviente que también trabajaba en otra radio y le contó que la apresaron, y también, a la directora de ese medio. Supo, entonces, que el director de Radio Sur ya estaba preso: «Todo el mundo estaba preso en Chile».

Pudo mantenerse al aire hasta las 10 de la mañana. A esa hora lo sacó un contingente de militares. «La orden era arrasar con todo el mundo; no preguntar mucho. Cerraron la puerta y se quedaron ellos adentro. Me dijo el militar una grosería muy típica chilena, y agregó ‘tenemos orden de matar’, así que no te pongas arisco’. Esas fueron las palabras que me dijo un teniente».

Abandonó la radio y se tuvo que esconder. «Me enconché». Días después, al regresar a su casa, su padre le rogó: «Anda rápido a la casa, porque todavía te están llorando muerto. Yo vivía con una tía abuela, porque mi madre murió a los 14 años, y todos pensaban que estaba muerto porque a todos los mataron. Nadie podía hacer nada; era una dictadura, un golpe de Estado». En su hogar lo recibieron con alegría y con muchas historias. «Me fui a la radio, regresé al trabajo. Había infantes de marina, con bayonetas caladas. Me metía en mi sala de locución, no conversaba con ellos. El operador sí hablaba con ellos, era contrario a Allende. Un día les dijo ‘ese muchacho que viene allí es Allendista’, y a ese muchacho lo mataron delante de mí».

Por casualidad, en medio de la censura, se enteró de la muerte de Víctor Jara. «Hablé con el operador y le dije ‘vamos a hacerle un homenaje a Víctor Jara’. Me respondió ‘está prohibido, no estás viendo el bando’. Le insistí: ‘Es un folclorista chileno’. Me replicó ‘yo tengo dos hijos’. Le contesté: ‘Es bajo mi responsabilidad’. Le pasé el disco e hice el comentario; le estaba rindiendo homenaje a Víctor Jara, que nadie lo había hecho. En la casa escucharon el programa y me dijeron que cómo se me ocurría; estaban preocupadísimos».

Una mujer le recomendó protegerse porque lo estaban siguiendo. Un día, le plantearon que debía salir de Chile. Pudo volar a Mendoza, en Argentina. «Nadie hablaba muchas cosas y yo tampoco debía preguntar mucho». En ese momento, admite, «comenzó mi exilio». Constató, también, que el Plan Cóndor, de colaboración entre las dictaduras, era una realidad. «Lo vi con mis propios ojos. Muchachos que llegaban a Mendoza y al poco tiempo estaban presos en Chile. Trabajaban en conjunto. Si se hacían actos de solidaridad con Chile, quedaban montones de detenidos».

Entre 1974 y 1977, según lo que su memoria consigue enlazar, estuvo en radio RT4. «En 1976 comenzó la dictadura militar de Videla, nos dieron fuerte. Hubo muchos desaparecidos entre los mismos chilenos. Los argentinos eran muy valientes, me llevaban de la radio a la casa, pero Naciones Unidas planteó salir de territorio argentino. Ofrecieron Europa, Estados Unidos, pero yo no quería; se me metió eso de ‘América Latina, América Latina, es mi patria'». Por una familia que tenía a una parte de sus miembros en el exilio en Barquisimeto, Cisterna decide venir a Venezuela. «Fue esa familia, Alfaro, la que me trajo. Hasta el día de hoy estamos juntos. En Venezuela se hizo mucha solidaridad con Chile».

En 1977 retomó su programa en Barquisimeto. En Caracas, en el contexto de una huelga de hambre, conoció a Jaime Suárez, locutor chileno, quien lo invitó a comer pabellón «en un restaurante muy pituco» y le sugirió trabajar en otro país. «Nos hicimos muy amigos. Él fue muy generoso», porque lo enlazó con otro chileno que le propuso trabajar en una isla del Caribe llamada Monserrat. La radio dependía de la Deutsche Welle, pero debido a la recesión económica (o porque él se refería a Chile como una dictadura) le entregaron el sobre azul del despido. «Quedé apátrida. No podía volver a Chile ni Argentina, en Venezuela se me iba a hacer difícil». No obstante, intentó retornar a Venezuela, y lo consiguió porque el cónsul venezolano identificó en él al radiodifusor que colocaba música venezolana en Monserrat. «Volví a Barquisimeto, de nuevo».

«Latinoamérica» se transmitía por Radio Barquisimeto de lunes a viernes a las 6:00 de la tarde, y por Radio Juventud los domingos a las 8:00 de la noche. «Cuando surgió la FM me voy a una exquisita radio que se llama Hola 104.5 FM. Era jazz, música brasileña, voces excepcionales, un sonido espectacular. Allí hice mi programa más o menos por 10 años, de 1985 en adelante. Después, en la radio Son 99, estuvo otros 10 años. Duro mucho tiempo en las radios».

La pandemia de COVID-19 lo halló en Chile. «En 2018 me había ido a Chile porque me enfermé como todos los viejos: de la próstata». En varios centros de salud le explicaron que debía operarse, y en el hospital de Barquisimeto le hablaron con franqueza: «Si te operas acá, te mueres, porque no tenemos nada; tenemos la intención. Era terrible lo que estaba ocurriendo. Mi hermana, en Chile, me dijo ‘vente’ y me mandó el pasaje».

«Latinoamérica» quedó en la voz de un suplente, hasta que la pandemia interrumpió la cotidianidad. Entonces, Cisterna escuchó la idea de Jesús Quispe de continuar el programa por Youtube, lo que multiplicó el mensaje. «Ahora lo hago una vez a la semana. Al principio lo hacía por dos horas, y luego lo reduje a 55 minutos. Se transmite por 13 emisoras del estado Lara, entre comerciales y comunitarias; también, por una radio en Estocolmo que se llama Víctor Jara. Hablé con la directora de La Radio del Sur, en Caracas, y aceptó; lo pasamos allí los miércoles a las 5:00 de la tarde».

El programa se cuelga los jueves en la noche en Youtube. A pesar de que quien lo monta -Jesús Quispe- vive en Perú «siempre sale perfecto, me interpreta bien. Le mando todo, él compagina y sale sin defectos». Cisterna asegura que no es un programa fastidioso. Trabaja con un guión que elabora a mano: «Son un montón de papeles. Soy muy rudimentario. Escribo, escribo, escribo».

Cisterna respira por la radio. «Todavía digo que no pudo la prensa, no pudo la televisión, no pudieron las redes sociales acabar con la radio, porque ahí está la radio, pero parece que todo atenta contra la radio. Los empresarios que tienen que construir la radio, vas al mercado y no hay radio. Qué cosa más rara, si eso es negocio. Están empecinados los empresarios de la radio en acabar con la radio, acabar con su negocio, porque la maltratan, escogen el peor personal. La figura del locutor ya es una especie en peligro de extinción. Cualquiera habla en la radio con faltas de ortografía, voces feas. También están empecinados en acabar con la radio la gente de la radio, los locutores, los periodistas, los guionistas, porque lo hacen mal. Si es algo tan riguroso, tan bonito, tan fascinante, si lo hicieran de la mejor forma. Me parece que todos están en contra de la radio, y así y todo, la gente la escucha».

Con la distancia de los años, reflexiona sobre lo que ha significado seguir vivo estos años. «Creo que ha sido para contribuir con mejor calidad a la vida. Cómo ser mejores, más hermanos; eso es lo que me ha inspirado». Y el micrófono de cartón con dos cables aparentemente conectados a nada que lo ataron a la radio para la eternidad.

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