El director colombiano preside el jurado de la 58 Semana de la Crítica del Festival de Cine de Cannes, espacio desde el cual continúa preparando proyectos cinematográficos a futuro
El director colombiano Ciro Guerra ha pasado más de una semana ajetreado en Cannes. Su rol como jurado de la Semana de la Crítica y encuentros para preparar próximos proyectos han llenado la agenda de un cineasta que dice estar motivado por historias que le conmueven y necesita compartir.
«En un mundo perfecto el arte no sería necesario. El arte surge del conflicto, de la dificultad para entendernos, de la inquietud, de la incomodidad con el mundo. Si el mundo tuviera sus problemas resueltos no tendríamos nada que expresar», explica en entrevista con EFE.
Guerra habla en el hotel en el que se aloja en la ciudad francesa, un día después de haber coronado como mejor película de esa sección paralela del certamen cinematográfico a la cinta de animación «J’ai perdu mon corps», del francés Jérémy Clapin.
Él es un habitual en la Croisette: en 2009 presentó en el apartado oficial Una Cierta Mirada Los viajes del viento; El abrazo de la serpiente ganó en 2015 el premio Art Cinema Award y Pájaros de verano inauguró la Quincena tres años después.
«Es un festival que ha sido muy generoso conmigo y al que le tengo mucho agradecimiento. A partir de aquí las películas han viajado y han tenido un recorrido que nos ha hecho muy felices y nos ha permitido seguir trabajando», afirma.
Guerra asegura que siempre se ha sentido como «un contador de historias». La necesidad de expresarse le llega «de un lugar inconsciente» que no entiende ni quiere racionalizar para no traicionar ese impulso.
En El abrazo de la serpiente seguía el rastro de dos exploradores occidentales en la amazonía colombiana de la primera mitad del siglo XX, y en Pájaros de verano se adentró en la historia de una familia de indígenas Wayuu que lidera el tráfico de marihuana en La Guajira.
«El cine que hago tiene raíces muy fuertes, es inseparable de la experiencia de vivir y crecer en Colombia. Me interesa dar muchos matices y colores de lo que es ser colombiano porque es una experiencia mucho más compleja que el reduccionismo con el que se ve desde afuera», dice.
Se siente un privilegiado, pero no solo en la industria, sino por el hecho de estar vivo, tener salud y trabajar en lo que le gusta.
Pero independientemente del aplauso que reciban sus cintas, subraya que el tiempo es el único juez: «Las películas tienen esa capacidad de atravesar el momento y de dar un testimonio. Son un regalo muy grande que se le entrega al futuro», apunta.
Como presidente del jurado en esta 58 Semana de la Crítica se ha sentido cómodo. En liza estaban también Nuestras madres, del guatemalteco César Díaz, que obtuvo el premio de la Sociedad de Autores y Compositores Dramáticos (SACD).
E igualmente, Ceniza negra, de la argentina Sofía Quirós, y Lucía en el limbo, de la franco-costarricense Valentina Maurel, mientras que el colombiano Franco Lolli abrió la sección fuera de competición con Litigante.
«Hace 15 años era muy difícil encontrar cine latinoamericano en Cannes. Hay un crecimiento. En América Latina existe una voluntad narrativa muy fuerte que ha llevado a que se haya ganado una buena posición en este y en todos eventos importantes de cine del mundo», sostiene Guerra (Río de Oro, 1981).
Él tiene como proyecto inmediato Waiting for the barbarians, su primer filme en inglés, adaptación de la novela del sudafricano J.M. Coetzee que se encuentra en fase de posproducción y está protagonizado por Johnny Depp y Robert Pattinson.
Y estos días en Cannes le han servido para abordar nuevos proyectos: «Tengo el trabajo más o menos claro para los próximos cinco años, pero no puedo confirmar los títulos», concluye un director que ve positiva la irrupción de las plataformas digitales en la industria por la «inyección» de posibilidades que han supuesto.