Es viernes. Se sale tarde de la redacción, a golpe de 10 pm. Quedamos tres reporteros. Hay que irse a dormir. Llevamos a nuestra compañera y nos aseguramos de que entre a su edificio en Sabana Grande. Hay que “echar gasolina”, pero “hace hambre”.
El primero que debe comer es el carro y el destino es la bomba en la entrada de la urbanización Las Mercedes.
Hay muchos carros, pero no hay colas largas. Se respira una cierta angustia por llenar el tanque, pero sin alarmas.
“Voy a hacer la foto”, le digo a mi compañero y cruzo la calle para tener mejor perspectiva. Pasan dos patrullas de uno de los organismos de seguridad del Estado con sus cocteleras encendidas. Prudentemente guardo el celular para evitar malos entendidos, sin embargo, logro hacer algunas fotos y videos.
Salimos de la “bomba de gasolina” y nos encontramos con una especie de “parada” de funcionarios de seguridad. Unos parecían Policía Nacional y los otros de un cuerpo elite: SEBIN o DGCIM por sus uniformes negros y rostros enfundados en “balaclavas”, que solo permiten ver los ojos del funcionario.
¿Fotos? ¡Ni de vaina! No queremos malos entendidos.
Decidimos buscar la autopista para ir hacia el centro. Destino: la esquina de “El Muerto”, por allí venden unas arepas buenas y al alcance nuestro exiguo presupuesto de un día 23 de mayo de 2025 y con el día de cobro, ¡allá en la lejanía! a una semana.
Conseguimos llegar a una autopista despejada en la vía “Valle-Coche”.
Decidimos hacer unas fotos y videos para registrar la situación y en ese justo momento nos pasan por el “canal del medio” dos motorizados de los cuerpos de seguridad. Piloto y parrillero en ambas motos en una actitud de patrullaje.
“Ojo… baja el celular, no queremos malos entendidos”, me dice mi compañero, al que en horas de la mañana un funcionario del Plan República le dijo que no podía hacerle fotos en el centro de votación.
La idea es no molestar a nadie, pero hacer el trabajo y defender el oficio.
Los periodistas vivimos haciendo una suerte de filigrana complicado -en el planeta entero- por la deriva autoritaria que se impone como moda global y Venezuela siempre ha sido amiga de las modas.
Nos salimos en “La Bandera” y rumbo la avenida Nueva Granada llegamos una cuadra antes del cruce con la avenida Lecuna y «doblamos» a la izquierda para adentrarnos en la parroquia Santa Rosalía.
En una esquina la gente conversa y escucha música, logramos ver de lejos el brillo de unas botellas de cervezas. Seguro hubo quien fue previsivo y se abasteció antes del inicio de la Ley Seca por las elecciones.
Otros lidian dentro del motor de un camión “350” con una luz improvisada.
Nos enfilamos hacia nuestro destino y al desembocar en la calle, las luces delatan que el escenario de la comida está servido.
Aquí también se ven los cuerpos de seguridad. Logramos identificar un par de camionetas de la DGCIM y funcionarios policiales. Unos en son de estar llegando y otros con cara de “ya comimos”.
Llegamos al local que llaman “Muerto de hambre” y pedimos los condumios que permitieron a nuestros estómagos recobrar la alegría.
La gente interactúa con aire familiar y al salir pido permiso para hacerle fotos a los rellenos de las arepas y al local.
Un moreno de contextura fuerte nos dice: “¿De Contrapunto? Yo tengo una amiga que trabajó ahí. ¿Pavel sigue allí y Vanessa Davies?”.
Ya descubiertos en flagrancia periodística le confirmamos la información y nos cuenta que se llama Wilson y ese es su negocio familiar.
“De seis a dos de la mañana, aquí estamos para servirles, esta es la esquina de Gobernador y aquella El Muerto (dice señalando). ¡Pónganse para la foto muchachos!”. Tomamos la foto y, al despedirnos, vemos como pasan funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estados en sus vehículos de cuatro y dos ruedas.
Hay que recogerse y toca que me regresen a mi casa. Atravesamos la ciudad, vía autopista, viendo la cola de los autobuses que se estacionan en las inmediaciones de “La Bandera”, alcanzamos a contar unos 30, que están a la espera de llenar el tanque con gasoil para salir a comerse el asfalto. transportando pasajeros.
“Que poca gente hay en la calle y eso que es viernes”, comenta mi compañero mientras maneja rumbo a mi refugio donde me esperan mis guitarras.
“De bola”, le contesto. “estamos con Ley Seca, la gente no puede salir ‘a echarse palos’ y se queda en su casa”.
Al desembocar en la avenida Francisco de Miranda en sentido oeste, por el canal contrario vemos pasar una caravana de motorizados de la policía y en la cuadra siguiente dos camionetas del SEBIN en lo que parece “modo patrullaje”.
Las elecciones no parecen estar en la calle, pero lo que sí hay con -generosa- abundancia es la presencia de policías y los cuerpos elites de la seguridad del Estado en las calles.
Abro la puerta del edificio y me digo: esto puede ser una historia que sirva para abrir el portal mañana, hay que escribirlo.
