Cuando camina entre los árboles, el ingeniero agrónomo Eduardo Cudisevich parece uno más de ellos. Un hombre que se hizo árbol, o un árbol que decidió convertirse en hombre. En todo caso, es el que «se pone en los zapatos» del universo verde y describe la relación entre árboles y ciudades. «Venezuela es un país de clima tropical, pero al haber tantos gradientes, tenemos un tipo de árbol distinto, y justamente ese árbol es el que podemos usar en cada ciudad que tengamos, dependiendo de los ambientes», aclara.
Si un árbol es nativo de una zona determinada «se va a adaptar y va a crecer mejor, no va a tener enfermedades y se va a expresar de la mejor manera», explica Cudisevich. Pero las ciudades están hechas de materiales diversos -aunque hay zonas de Caracas en las que parece que solo venden cristal y concreto- «y eso cambia las condiciones iniciales, por lo que hay que chequear y medir las condiciones para hacer el cruce con el árbol».

Por ejemplo, «si tengo una acera de un metro, y una pared al lado, no puedo meter un árbol que tenga amplia copa; debo buscar un árbol de copa más reducida que crezca tranquilamente, sin necesidad de tanto mantenimiento».
En la misma línea de este razonamiento, los árboles nativos «generan menos mantenimiento futuro, y la idea de sembrar árboles nativos no es porque me da la gana, sino porque se mantienen solos».
Al árbol hay que zonificarlo, igual que se haría con un estudiante, para garantizar que pueda soportar las condiciones de cada sector de las ciudades. Incluso, Cudisevich propone ordenanzas que puedan llegar a este nivel de detalle: para determinada temperatura, estos árboles.

A Cudisevich le vienen a la mente algunas ideas que necesitan mucho esfuerzo y dinero, y que justamente por eso no funcionan: «Si quiero un jardín francés hecho en un seto, y al que tengo que cortarle las hojitas todos los días, voy a gastar muchísimo. En cambio, si hago un seto sin necesidad de poda para que el árbol se exprese, no debo hacer nada. No tengo que regarlo, no tengo que fumigarlo, porque está adaptado. Es lo que necesitamos en nuestros ambientes».
En la temporada seca, cuando el agua escasea en el suelo, el árbol puede entrar como en un proceso de hibernación, e incluso, bota las hojas para frenar la pérdida de agua, describe. Cuando vuelve a disponer de agua, retoma su crecimiento. Este no es un detalle menor a la hora de abordar su mantenimiento urbano.

«En las ciudades siempre se van a necesitar árboles. Si siembra uno o siembra 100, es importante. Y lo más importante, incluso, no es solo que se lo siembre, sino que se lo cuide», reitera. En el vivero, los arbolitos estarán un año, aproximadamente. «Lo que voy a sembrar en época de lluvia un año antes tengo que germinar la semilla y hacerla crecer, para que el arbolito llegue a 70 centímetros, a 1,10 metros. Claro, si está en un sitio bueno, y con un buen padrino, me arriesgaría a meter un árbol de 40 centímetros».
A partir de ese momento «hay que esperar, mínimo, unos tres años» con atención. «Al cuarto año el arbolito ya puede ir solo. Para que dé sombra necesitamos no menos de cinco años». Claro, depende de la especie: estima que un araguaney en Caracas requerirá de 10 o 15 años «porque él es de tierra caliente».

Para Cudisevich es una práctica acertada observar qué árboles están en buenas condiciones, a fin de obtener semillas y sembrarlas. Es apostar por el que podrá sostenerse con la mínima ayuda.






