«Futuro» es un urape morado que, desde hace más de un año, se encuentra bajo el abrazo protector de la señora Flor Carvajal, su madrina, en una calle de Chacao; pero ni ese escudo ha logrado evitar que lo rodeen ce bolsas; tal parece que planta es igual a basurero. Otro urape morado, llamado Armonía, también encontró en Carvajal -la barloventeña de Capaya- una mano más que amiga. «Está bellísimo. Era todo pobrecito, todo debilucho, pero con cariño, lo logramos. Me busqué madrinas de confirmación, jajajaja», confiesa, como si fuese la mayor travesura. «Me gustan mucho los árboles». Todos los días lo alimenta e intenta protegerlo de los cigarrillos, los vasos de plástico y la basura de ocasión. Carvajal no es química ni bióloga, pero entiende claramente que en lo verde está al desastre climático causado por el ser humano.
Lo que para algunos políticos es puro blablablá desperdigado en reuniones y documentos, para la gente que habita en las ciudades es una certeza: debajo de un árbol la vida es mejor. No hace falta estar en la Conferencia de las Naciones Unidas contra el Cambio Climático (COP30), en Brasil, para corroborar por qué el mundo necesita más verde. Basta escuchar a las científicas y los científicos.
«Los árboles son importantes para las ciudades porque son un amortiguador del calor. Y desde el punto de vista psicológico, porque la presencia de árboles produce sensación de confort y de protección», señala el ambientalista Antonio De Lisio, profesor de la UCV. En tiempos de cambio climático, se convierten en salvavidas para las personas, porque «ayudan a amortiguar el aumento de temperatura que estamos viviendo en el planeta».
El cambio climático aprieta el paso y los árboles le «paran el trote». Como lo indica el ingeniero agrónomo Eduardo Cudisevich, «ante las altas temperaturas, o temperaturas extremas, la presencia del árbol regula». Cuando llueve, controlan la caída de las gotas, «se aminora su velocidad, baja la erosión y aumenta la infiltración». Reducen el ruido y las partículas por un efecto mecánico. «Las partículas se quedan en las hojas», remarca.
Ofrecen «una cantidad de servicios ecosistémicos, servicios ambientales que mucha gente desconoce, y uno de esos servicios es el oxígeno», resalta Esmeralda Mujica, ambientalista radicada en Carabobo. «También nos protegen, en tiempos del calentamiento global, de las altas temperaturas en las ciudades, porque aminoran la radiación».
Un laboratorio verde contra el calor
Con la dignidad de quien no necesita caminar para ser imprescindible, los árboles desarrollan procesos como «el intercambio gaseoso, la captura de carbono con liberación de oxígeno y de vapor de agua», refiere Cudisevich. Trabajan 24 horas en un horario diferenciado. «Necesitan sol para la fotosíntesis. La fotosíntesis lo que hace es captar carbono del aire, agua y nutrientes, y con eso se forma un almidón, que es la comida del árbol. Mientras haya luz, el árbol está haciendo fotosíntesis. Si no hay luz, cesa la fotosíntesis».
La gente respira, sí, y el árbol también lo hace. «El árbol respira y bota vapor de agua. Lo hace por las hojas. Va quemando la glucosa para poder crecer, abre las estomas de las hojas -que es como abrir la nariz- y bota vapor de agua». Si no lo hace, se muere.
Aunque a escala planetaria inciden otros factores, para las ciudades el control de las altas temperaturas se asocia con los árboles: «Son un amortiguador climático», reitera De Lisio. Uno de los mecanismos es el de la evapotranspiración, que ocurre de manera permanente porque «absorben oxígeno y evaporan su agua, como un componente del ciclo hidrológico local».
No son frases huecas. Las cifras le dan la razón a De Lisio. «En una ciudad como Medellín, en los corredores arbóreos (filas de árboles de grandes copas, uno al lado de otro), se calcula que ha bajado la temperatura hasta tres grados centígrados. Es decir, el doble de lo que aspiramos a reducir con el Acuerdo de París».
Está certificado que funcionan con mayor eficiencia que un aire acondicionado. «Uno toma la temperatura debajo del árbol, y la temperatura bajo el sol, y la diferencia puede ser de tres o cuatro grados. Pero para que tenga un efecto, en el caso de las ciudades, deben ser corredores de árboles. Estos corredores se han convertido en una medida contra el cambio climático frente al escenario de un aumento de temperatura como el que se está evidenciando en los últimos 10 años».
Más árboles, menos carbono
Los mejores captadores de carbono son los árboles que están en crecimiento, describe Cudisevich. «Es como un niño que come más». Un árbol, estima, puede capturar 60 a 100 kilos de carbono por año. «En una hectárea puedo tener 400, 500, 600 árboles, y si cada uno de ellos chupa 30 kilos, son 30 toneladas. Es importantísimo tener muchos árboles, porque atrapan el carbono. ¿Y dónde creamos carbono? En las ciudades, en las zonas industriales. Es muy importante estar cerca de la fuente de generación para ayudar a limpiar el ambiente».
Los árboles, además, son un modelo para una arquitectura más amigable, estima De Lisio, y cita ejemplos como el uso del bambú para construcción, las paredes verdes, los techos verdes. «El árbol, más allá de su valor inmaterial y ético, se convierte en fuente de suministros e innovación tecnológica que nos llevará a la ciudad del siglo XXI, ciudad que debe ser resiliente ante el cambio climático».
Uno de los urapes que Flor Carvajal amadrinó se llama Futuro, y no por casualidad. «El futuro de la humanidad son los árboles», concluye. Aunque sus cuidados no han podido impedir que los transeúntes lo usen como basurero público, ella mantiene la esperanza. Su entusiasmo es contagioso, porque la planta ha respondido con hojas y flores, «y esa es mi alegría». Porque el futuro es de ellos; se los guerreros urbanos contra el cambio climático.
