I) El Muerto sale de día
«Dios quiere que tú entiendas», dice un predicador en la plaza Caracas. Es miércoles 10 de septiembre, y el que asume la voz de las alturas no deja de hablar: «Los mentirosos no entrarán en el reino de los cielos». Nadie tiembla ante su advertencia.
A las 10:00 am en el suelo de la plaza están las goteras de siempre que expulsan los aires acondicionados de ministerios y oficinas públicas. Gente que va de paso y comercios que tienen más voluntad que compradoras y compradores. «Ahí está Herodes», prosigue el predicador en su soliloquio. Nadie lo mira. Él tampoco: tiene dificultades de visión.

El centro de Caracas hay muchas formas de cruzarlo. De norte a sur, por ejemplo, para lo que se debe llegar a la avenida Lecuna. La esquina El Muerto no es desconocida para quienes han hecho su hogar en el corazón de Caracas, pero sí es un fenómeno para «los ricaldos» (los «ricos») que habitan en el este caraqueño, como los llama una vendedora de calle. A este sitio caliente se puede llegar por varias rutas.

Una de ellas, a pie, bajando por el urbanismo «Las Tres Raíces» de la Gran Misión Vivienda Venezuela. Otro camino, igualmente a dos piernas, en la esquina de Miracielos, y luego de dejar atrás barberías, una venta de zapatos a 33 dólares que imitan a los de marca y un negocio sin nombre en el que se ofrece «el remate del remate» si se paga en divisas.

«Esto es Miracielos», ilustra Nelson Ramón Lugo, un hombre a quien le falta la pierna derecha y que asegura tener 55 años en la zona. «Esto tiene el mismo movimiento», concluye, restando importancia al esfuerzo de las areperas un poco más abajo. «Todo igual».
Por esa calle -en la que se encuentra hasta una tienda de productos espirituales- se desciende hasta la plaza La Concordia, donde la historia envejece mientras pasa un hombre en bicicleta y otro se aferra -literalmente- a una botella vacía.

Una silueta gótica es el mejor imán: es la del Santuario Nacional Expiatorio Siervas del Santísimo Sacramento. Allí, Jorge Rivero Abreu, el responsable de seguridad, recibe a fieles y curiosos. Por lo menos siete personas se arrodillaban en el altar en plena mañana. «Viene un promedio de 30 a 40 personas por día», destaca.
La regla es bajar más, y no al infierno; es para acceder a la calle que lleva a la cuadra que brilla de noche. De día, los hoteles de a ratos y de toda la noche mantienen sus puertas abiertas. Las tarifas del Hotel Grutta Azurra son honestas: 10 dólares cuesta pasar la noche entera en una habitación con ventilador; si la quieres con televisor, sube a 13 dólares.

La esquina de Gobernador funciona como una frontera invisible para este oasis. Lo que la gente llama «la esquina El Muerto» es, en realidad, una cuadra de actividad febril. Se trata de la Calle Este 14, la que cruza un centro caraqueño que sigue exhibiendo sus costuras: falta de agua que se puede suplir con cisternas, chicas que trabajan con su cuerpo y no quieren fotos ni palabras. Esa cuadra que está despierta de día y de noche tiene cuatro restaurantes establecidos: Arepas & Burguer (con dos locales), Muerto de Hambre, Las Rejas Azules y Rústico Grill. Y pequeñas iniciativas que intentan captar algo del movimiento de visitantes.

Entre las aceras y la calle se instalan dos carros de venta callejera de arepas, un carro de perros calientes y al menos cuatro mesas en la que se venden caramelos, cigarrillos y alguna sorpresita (como una cerveza).
El Muerto no es un hecho aislado; existe como referencia cultural y como esquina, y tiene su propia historia que recoge una placa colocada en el perseverante restaurante Gallegos.

El relato se remonta al siglo XIX y la Guerra Federal, a los tiempos en que venezolanas y venezolanos se mataban entre sí y las cuadrillas recogían los cadáveres. Supuestamente un herido gritó «no me entierren, que yo sigo vivo», y los hombres que lo cargaban se marcharon a toda carrera.

La economía venezolana podría pronunciar la misma frase: «No me entierren, que estoy viva». El Monitor Global de Emprendimiento Venezuela 2022-2023 mostró que 4,7 millones de venezolanas y venezolanos deciden iniciar su propio negocio; la mayor parte tienen entre 35 y 54 años de edad, y en el gesto de emprender se equiparan hombres y mujeres. Entre 2013 y 2021 se registró en el país una pérdida de 75 % del Producto Interno Bruto, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB (IIES-UCAB). El empleo formal, para 2023, bajó a 43 % (como lo reporta la misma fuente). La mayor parte de la mano de obra se inserta actualmente en el sector informal, e incluye comercio y servicios. Como los que florecen en la Calle Este 14.

Todo lo que quiera comer y a cualquier hora
Ya son las 10:45 de la mañana del 10 de septiembre. Entre las esquinas de Candilito y Gobernador un vecino arregla su moto.
La pregunta: “Amigo… ¿cómo es la vida por acá con todas las areperas en la noche?”.
La respuesta fue rauda, veloz y cortante, como para finalizar las preguntas: “Yo no tengo problemas con la gente que trabaja y se busca su vida honestamente. Los que no me gustan son los parqueros, que se creen dueños de la calle”.
Al llegar a la esquina de Gobernador la mirada se va hacia el sur, a la esquina de Sordo, donde a mitad de calle una cuadrilla arregla una falla eléctrica que tenía sin electricidad a más 30 familias, como lo refirió Deisy Gutiérrez”. El poder, esta vez, no fue sordo para la queja de la comunidad. Gutiérrez señaló que las tomas ilegales colapsan el servicio eléctrico, “pero llamamos por la Venapp y el buen gobierno vino a arreglar el problema”.

-¿Cómo se llama esto por aquí?
-Mira, estas son las esquinas de Sordo a Gobernador, y de Gobernador a El Muerto. Esta es la denominada «calle del hambre». Usted aquí consigue todo lo que quiera comer y a cualquier hora de la noche.
-¿Cómo les ha cambiado la vida desde que esto comenzó a tener mayor afluencia?
-¡Bueno! ¿Qué le puedo decir? Esto era un sector tranquilo y de repente, cuando se alza con todo este poco de comerciantes, usted sabe que la vida cambia, es diferente. Hay gente que lo acepta, hay gente que no lo acepta. Para la gente que tiene sus negocios… ¡bienvenido! Pero la gente que no tiene negocios… La bulla afecta a la comunidad.

-¿Y la seguridad?
-Aquí hay seguridad. Aquí trabajamos de la mano con la Policía Comunal y la Policía Nacional Bolivariana, y varios sectores tienen su seguridad privada. O sea, sí hay seguridad aquí en el sector.
-¿Lo de las arepas ha generado puestos de trabajo para la gente que vive por acá?
-Lógico, muchísimo. Hay mucha gente que vive de esto. Y la mayor parte de la gente que trabaja en la zona vive aquí de los negocios que tiene.

«La gente come con paz, prosperidad y sabrosura, y es el centro», describe Martha, la vendedora de frutas. «Usted va por los lados de Las Mercedes y cuando uno pasa al lado de ellos, de los ‘ricaldos’, empiezan ‘ay, ay’… ¿Me entiendes? Dicen que el centro es un barrio, y puede ser un barrio, pero tenemos vecinos, los abuelitos que se beben un traguito, y ayúdame aquí. Y si nos damos cuenta, todos somos unidos. Los marginales vivimos mejor que los ricos». Martha asegura que hay una regla no escrita, pero harto conocida: al consumidor, ni con el pétalo de una rosa.
Las arepas no son una elección reciente, por cierto. Pero sí, la más exitosa. En un país que podría cerrar 2025 con una inflación de 180 % (estimaciones de Estatista) o de 220 % (como lo anticipa el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB), una «comida resuelta» por menos de cinco dólares es una alegría para el bolsillo. Y, después de todo, la población quiere divertirse. «Girls wanna have fun», sentencia la canción. Y boys, también.
El Muerto resucita al atardecer
Cae la noche y es cuando amanece en la esquina El Muerto. Los locales que de día estaban como adormilados ahora pasaron de la modorra a la acción. Su tarjeta se enciende a partir de las 5:00 pm. Parece que dos dirigen la orquesta arepera: Arepas & Burguer y Muerto de Hambre. «Una arepa de las que vende Wilson, en otro lado, debería costar ocho o nueve dólares», calcula Martha. «Es el sabor, el sazón, porque no todo el mundo cocina igual».
«Wilson» es Wilson Valencia, el creador de Muerto de Hambre: un negocio que abrió sus puertas en octubre de 2022 en un galpón propiedad de la familia en el que se procesaban -y procesan- vegetales. Después de migrar y de regresar, Valencia quería «un negocio de comida familiar donde mis hijas y toda la familia pudieran involucrarse, remando en la misma dirección». En este espacio, que también es residencia familiar, se hace de todo.
Muerto de Hambre emplea a 15 personas por turno. En un buen día puede vender 500 arepas; en las jornadas menos exitosas, unas 100 unidades. Su margen de ganancia, asevera Valencia, es de 30 %. Aparte, se relaciona con un universo de unos 15 parqueros.

Diosmar Alexander Carrillo está en la entrada de Arepas & Burguer. Es hermano de la dueña, pero se faja como el que más para conquistar cada arepa con su simpatía. «Venimos desde cero. Comenzamos en la calle. Somos emprendedores. Tenemos trabajando como 20 años. Venimos desde cero, desde cuando no se vendía nada. Mi hermana, Lorena Torres, es una de las emprendedoras que comenzó en la zona», comenta Carrillo mientras recorre uno de los dos locales.
Son personas que migraron del estado Barinas a la capital. El asfalto no les es ajeno. «Trabajábamos en la calle con un carrito de arepas. Puras arepas. Ahora es que trabajamos con patacones, tenemos club house, pollo. Pero lo que la gente lleva es arepa. Todo el mundo viene para acá por las arepas». La que está de moda es la «colegiala junior»: por cuatro dólares te comes una arepa con diablito, rikesa, queso palmito, aguacate, queso amarillo y jamón.
-¿Cómo hacen para vender a esos precios?
-Hemos tratado de mantenernos en el mercado para satisfacer al cliente, porque tampoco se trata de que la ganancia sea mucha y la gente no venga. Así como estamos sí se mantiene. Nos mantenemos para mantener la clientela. Tratar de tener más y más clientes.
Responde con orgullo que trabajan «los 365 días del año, salvo el 24 y 31 de diciembre. Trabajamos desde las 4:00 de la tarde hasta las 7:00 am o hasta las 8:00 am. La gente, los fines de semana, llega de madrugada, y hasta las 7:00 am es una locura».
Una locura que seduce a las marcas. Son marcas nacionales, como las salsas de Don Pedro o la harina de Empresas Polar, que luchan por tener presencia en estos restaurantes populares.

Un ecosistema económico
Si vas a pie, la cuadra de las arepas comienza donde mejor te parezca. Si te mueves en carro o en moto, el trayecto lo marca el sentido de la Calle Este 14, y el broche lo ponen dos locales: los restaurantes Gallegos y El Pachano.

Destacan las areperas, pero la oferta es más amplia. Son los negocios formales que entre la esquina de Gobernador y El Muerto generan un ecosistema económico mucho más rico, que ya es mucho decir, que los multisápidos rellenos de Muerto de Hambre o de Arepa & Burguer, por nombrar solo dos de los negocios. De política no se habla, o se habla poco. No es el tema central. Trabajadores del Estado hacen pedidos o comen en el lugar; agentes de seguridad, cuerpos policiales. «La gente se siente segura», confirma Carrillo, «porque siempre hay funcionarios del gobierno».
En Arepa & Burguer trabajan 30 personas, y la mayoría residen en los alrededores, resalta Carrillo. Se reparten entre el espacio alquilado en el que dieron sus primeros pasos, y el local propio. «Estamos luchando y luchando para quedarnos». Una noche buena, calcula, se venden 2 mil arepas. «Estamos preparados para eso». Han recibido pedidos de hasta 5 mil o 6 mil arepas; en esos casos «distribuimos el trabajo entre todos». Porque todos son familia cercana o lejana y no se ven como competidores, sino como aliados.
Merengada de fresa, Toddy y Cerelac son algunas de las bebidas más solicitadas en Arepas & Burguer, uno de los locales populares en la Esquina El Muerto de Caracas https://t.co/5zw0brumwJ pic.twitter.com/nTgwoJPYUz
— contrapunto.com (@contrapuntovzla) October 1, 2025
Las aceras de esta cuadra dan de comer a familias que intentan sobreponerse a la crisis salarial. Después de todo es un país cuyo salario mínimo fue devorado por la inflación y hoy se halla por debajo de un dólar mensual, aunque los bonos gubernamentales llevan el ingreso a más de 100 dólares y los gremios empresariales aseguran que su «mínimo» supera los 120 dólares.

La fama de El Muerto vuela a toda Caracas. Las arepas son «para comer aquí» y «para llevar». Una de las preferidas que le solicitan a Muerto de Hambre a la distancia es la de camarón con cangrejo, como lo relata Alberto Castillo, el motorizado a cargo del delivery. «Puedo llevar cinco, 20, 30. Lo que me pidan». Para Castillo, en esta zona todo es especial: «Las arepas, la tradición». Y el ambiente.
Además de las arepas que se consumen en los locales formales figuran los cigarros, los caramelos, el café, las cervecitas en la cava que se venden “guillás” ante los ojos de todos. Los policías no se aprovechan de su condición; sacan cuenta y pagan, o se marchan sin la mercancía porque no pueden cancelar por ella. Parece no haber extorsión.
La noche marca el paso y una joven se niega a ser fotografiada. Se nota en su actitud la afirmación popular de la venezolana: “Primero muerta, que sencilla”. Se llama Isamar, llegó de un estado llanero (Portuguesa) hace tres meses y ayuda a su hermana con una oferta sencilla: los infaltables Bianchi, los cigarrillos de sabores, un licor escondido.
Si caminas hasta la propia esquina El Muerto, y te regresas a pie por la acera de la izquierda, encontrarás a Nohemí Román. Es ama de casa y su esposo labora durante el día, pero ella no duda en salir a completar lo que se necesita en la casa.
-Esta es la «calle del hambre», pero usted no vende comida.
-Yo vendo golosinas, bollitos de chicharrón, cigarros y café muy bueno. Tengo mi clientela.
-¿A qué hora sale usted a trabajar?
-A las 5:00 de la tarde. Vienen a comer arepas, pero también llevan otras cosas. Hay clientes que son fijos, que vienen todas las noches.
-¿Vende café?
-Sí. Un muy rico café.
-¿Y a qué hora cierra?
-Depende. Hasta que haya movimiento. A la una o dos de la mañana.
-¿Cuántos días a la semana sale?
-Todos los días. De lunes al lunes.
-¿Sí es rentable el negocio?
-Sí. Da para llevar para la casa. Por supuesto.
Mención aparte para los parqueros, los que convirtieron algunas aceras en estacionamientos. Parecen esquivos a la hora de hablar. No es el caso de Gustavo Martínez, que sí comenta lo suyo.
“Estamos súper activados, patrón. Por aquí usted se come una arepa a partir de tres dólares con tres contornos. Puede comer chuleta, tocineta, carne mechada, carne parrilla, milanesa, ‘vaina con vaina’ (guiso de pollo, res y cochino), pernil. Ese es un contorno caliente y le puede colocar dos contornos fríos. Puede ser una ensalada y un queso”, grafica, y muestra así la cara de un conocedor del negocio y un gourmet experimentado en el terreno.
-¿Cuánta gente viene para acá?
-¡Coño! La cantidad de la gente es incomparable. Hay gente a toda hora, desde las 5 de la tarde hasta las 6 de la mañana.
-¿Y trabaja esa horas?
-Mi persona llega aquí a las 6:30 pm y me voy a las 3 de la mañana. Ahí trabaja otro muchacho.
-¿Cuántos parqueros hay por aquí?
-Habemos (sic) aproximadamente como 10 parqueros.
-¿Se rotan?
-Sí. Nos compartimos turno.
-¿Trabaja todos los días?
-De lunes a lunes.
-Yo conversé con un vecino y me dijo que los parqueros se creían los dueños de la calle.
-¡No, no, no! Eso es mentira. Los parqueros que se creen dueños de la calle son los que están ubicados en Sabana Grande, frente al City Market. Allá usted para el carro y tiene que pagar antes de ir a comprar algo. Aquí, no. Aquí usted se estaciona, y si tiene para colaborar, nos colabora; si no tiene… ¡fino! Igualito la atención va a ser excelente. El carro va a estar bien cuidado.
-¿Puede vivir de lo que le da este trabajo? ¿Con eso lleva para la casa?
-Le voy a ser sincero: con lo que la gente nos colabora, vivimos el día a día.
-¿Y hace otra cosa a otra hora?
-Yo trabajo en la construcción, pero ahorita estamos sin empleo. Estamos sobreviviendo de lo que las personas nos regalan aquí en el parqueo.

El gas que los estremeció
El pasado 20 de septiembre explotaron una o dos bombonas de gas en la cuadra (las versiones varían) y El Muerto se convirtió en mala noticia. Mucho se especuló en redes sociales sobre fallecimientos y daños. Al final, el suceso se saldó con una persona herida y una residencia afectada.
Uno de los vendedores reporta que dejaron de trabajar tres días: sábado, domingo y lunes. Volvieron el martes siguiente; la necesidad obliga. «Fue algo lamentable», confiesa. «Escuché un estruendo. Gracias a dios que no había gente».
El olor a quemado impregna los alrededores. Un pedazo de escombro dañó el cartel de Sonic Burguer. Otra voz detalla que la propia comunidad trató de limpiar la calle para retomar la normalidad. «No quiero ni pensar en eso. Fue un susto horrible», añade.

Un aviso del Cuerpo de Bomberos del Distrito Capital prohíbe el acceso al inmueble. Pero el mundo real se impone, y más cuando son sectores en los que no hay tiempo para exquisiteces.

Epílogo de un diamante en el barro

El fenómeno de la esquina El Muerto no ocurre en Saturno, y es menester recordarlo. Es la misma Venezuela en la que el precio del dólar cambia todos los días, en la que la gente se las ingenia para comer, rezar y amar. Y que intenta elaborar la limonada más dulce con los limones ácidos que le cayeron, como la panadería Longopan y sus piñitas a 20 bolívares y su digno vaso de marquesa en 1,5 dólares.

Al salir de la cuadra de las arepas, la cuadra de la fama presente, el centro de Caracas sigue siendo el mismo centro de Caracas con sus carencias. Como el agua escasa. Como sus zaguanes que conducen a viviendas agotadas.

Claro, el sentido del humor nunca se pierde y puede actuar como un salvavidas. En este lugar parece que sonreir cobra un nuevo sentido.

El 12 de septiembre dos transeúntes compartieron la aventura de caminar, a las 10:00 pm y en una noche de lluvia, hasta la avenida Lecuna, con sus mujeres de ratos y un transporte público que brillaba por su ausencia. El Metro arribó, tarde, pero seguro, para recordar que la ciudad es como una arepa con tres contornos y mil ilusiones.

Al igual que en el siglo XIX un herido chilló «no me entierren, que yo sigo vivo», 170 años después la gente de El Muerto vuelve a clamar por el país de sus anhelos.







