En una sociedad que presume de avances democráticos y derechos humanos, persiste una forma de discriminación tan silenciosa como devastadora: la aporofobia. Este término, acuñado por la filósofa española Adela Cortina en los años 90, designa el rechazo, miedo o aversión hacia las personas pobres o desfavorecidas. Aunque fue incluido en el Diccionario de la Real Academia Española en 2017, su presencia en el imaginario colectivo sigue siendo difusa, casi invisible.
¿Qué es la aporofobia?
“La discriminación no siempre se basa en el color de piel, la religión o el origen étnico, sino en la pobreza”, afirma Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia. En su libro Aporofobia, el rechazo al pobre, Cortina sostiene que lo que realmente incomoda a la sociedad no es la diversidad cultural, sino la falta de recursos económicos. Es decir, no se rechaza al extranjero rico, sino al pobre, al desamparado, al que “no puede ofrecer nada”.
Un rechazo aprendido, no innato
La aporofobia no es un trastorno mental, sino un fenómeno social y cultural. “Nuestro cerebro es aporófobo”, reconoce Cortina, refiriéndose a mecanismos evolutivos que nos predisponen a cooperar solo con quienes pueden ofrecernos algo a cambio. Sin embargo, también insiste en que esta tendencia puede revertirse mediante la educación, la ética y las políticas públicas inclusivas.
Manifestaciones cotidianas
La aporofobia se manifiesta en múltiples escenarios: desde el transporte público, donde se evita sentarse junto a personas indigentes, hasta el ámbito laboral, donde los solicitantes de empleo provenientes de contextos desfavorecidos enfrentan prejuicios que les impiden acceder a oportunidades dignas. En la educación, estudiantes de bajos recursos son excluidos de actividades escolares o estigmatizados por docentes que proyectan sobre ellos expectativas más bajas.
Datos alarmantes
En España, el Ministerio del Interior comenzó a registrar delitos de odio por aporofobia en 2013. Según el Observatorio de Delitos de Odio contra Personas sin Hogar, el 47% de las personas sin hogar ha sufrido algún tipo de agresión aporofóbica, y el 81% de ellas en más de una ocasión. Sin embargo, solo el 13% denuncia estos hechos, lo que revela una profunda desconfianza en las instituciones y una normalización del maltrato.
¿Qué dicen las instituciones?
“La aporofobia es en primer lugar responsabilidad de las instituciones”, sostiene Cortina. En 2018, el Senado español aprobó por unanimidad una proposición de ley para incluir la aporofobia como agravante en el Código Penal. Aunque aún no se ha implementado plenamente, este paso legislativo representa un reconocimiento oficial de la gravedad del fenómeno.
Organizaciones como la Fundación Arrels y el centro de acogida Assís han denunciado la violencia sistemática contra las personas sin hogar. “Cada seis días muere una persona sin hogar en la calle, y un 20% de estas muertes son por agresión”, señala un informe de Assís.
¿Cómo combatirla?
La lucha contra la aporofobia exige más que leyes. Requiere una transformación cultural. “No sirve cambiar las leyes si no modificamos también las costumbres y actitudes”, advierte Cortina. La educación en valores, la promoción de la empatía y la inclusión social son claves para erradicar este rechazo que deshumaniza.
En palabras de Cortina: “Cuando a las cosas no les pones nombre, no existen”. Nombrar la aporofobia es el primer paso para combatirla. El siguiente es mirar de frente a quienes hemos aprendido a ignorar.






