Durazno y fresa son cultivos emblemáticos de El Jarillo. El primero ha sido desplazado por lo que los productores llaman la competencia desleal
En El Jarillo el durazno está en la casa de dios. Sobre troncos de durazno se sostiene el altar, y son duraznos los que están entre sus paredes. Si una fruta pudiese ser la patrona de un pueblo, la de El Jarillo sería el durazno. Pero esa fruta dejó de ser la bendición de las unidades productivas de este enclave agrícola ubicado entre las montañas del estado Miranda.
«En mi familia todos producían y producimos duraznos. Los Ziegler somos cultivadores de duraznos desde siempre», confía el comerciante y agricultor Juan Ziegler. Se deshace en elogios: «Es dulce, fuerte, aguantador. Y nosotros tratábamos de producirlo 100 % natural».

Tratábamos. En pasado. Porque el durazno no se conjuga en presente en El Jarillo. La producción de durazno era algo que todo el mundo volteaba a ver, destaca Enrique Morón, presidente de la Asociación de Productores de El Jarillo. Hoy «la producción está por debajo de 30 %; estamos a 15 % o 18 % de lo que teníamos antes». El cultivo se va apagando. «La gente ha abandonado el durazno porque tenemos una competencia desleal desde el extranjero. El durazno de Colombia nació en El Jarillo, de aquí se llevaron los hijos. Y en Colombia hubo asesoramiento, seguimiento e incentivo a la producción, por lo que ahora tenemos duraznos colombianos que nacieron en El Jarillo».
El productor señala que no se oponen al ingreso de durazno de Colombia, pero no en las actuales condiciones, que no duda en calificar como competencia desleal. «Esto va en contra de la producción nacional», insiste. «Al durazno de Colombia se le ha permitido entrar sin control».

El Jarillo y la Colonia Tovar son los primeros productores de durazno de Venezuela. «Eso hay que rescatarlo y no permitir que se extinga». El durazno jarillazo, un híbrido entre durazno y melocotón, «se lo llevaron para Colombia, le dieron un respaldo financiero a tasa preferencial y vigilancia sanitaria, y comenzó a ser exportable». Juega con ventaja en el terreno venezolano.
«Nosotros no tenemos ayuda, ningún beneficio. No hay peritos, no hay nadie que nos oriente, Todo lo hacemos probando nosotros mismos», ilustra Ziegler. «De paso, después de que hacemos el esfuerzo, llega el durazno de Colombia».
La experiencia del café, cultivo que sigue repuntando en los Altos Mirandinos, podría ser tomada para el durazno, plantea Morón. «Hay que ver lo que cuesta llevar una mata de durazno a la producción, y es una mata que dura 20 o 30 años produciendo». El esfuerzo parece que no tiene recompensa. «Todos los rubros han desplazado al durazno» aunque «nuestro durazno es único» y hay «una sabiduría, una tradición que se puede perder».
«El gobierno nacional debe voltear la mirada hacia El Jarillo. Eso significa volver a encontrarse con los productores. El rescate del trabajo del campo es primordial, porque ese es el alimento del país», remarca Morón.
Cada hectárea necesita una inversión de 4 mil a 5 mil dólares. Cada planta puede producir de cinco a 10 cestas de durazno, por lo que una sola planta aporta cerca de 300 kilos al mes, según sus cálculos.
¿Ideas novedosas para que el durazno de El Jarillo vuelva a ser el rey? Como el durazno se clasifica por tamaño, el más pequeño podría usarse para jugos: «Así como existía el vaso de leche escolar, que haya un vaso de jugo de durazno para las escuelas. Esto tiene potencial para establecerse a escala nacional, y a bajo costo», propone. La presencia de esta fruta mirandina en la vida nacional no es nueva. «Todos los que bebieron jugo de durazno en Venezuela, probaron el durazno de El Jarillo».

Las fresas tienen sus matas madre
Las fresas no se quedan atrás, porque a pulmón propio se siembra esta fruta a cielo abierto o en invernadero, y con las bondades que brinda la altura: más de 1.800 metros. En la finca de Eber Díaz este cultivo se multiplica con el compromiso de sus trabajadoras y trabajadores. Díaz, propietario de Agropecuaria Hermanos Díaz 3000, tiene tres hectáreas operativas: «Puras fresas», aclara. «Nos dedicamos a este rubro porque el mercado nos lo exigió, y tenemos un buen manejo. Ya le agarramos el ritmo».
La finca de Díaz es un dechado de organización. El productor y comerciante relata que decidió adquirirla, hace 20 años, aunque no tenía el dinero para hacerlo. Se la compró a una pareja de abuelos que después se marchó del país, y a la que le pagó con cheques posdatados.

Las plantas que se asoman de la tierra son de Chile y llegan desde Colombia. El productor tiene 75 mil, que llenan unas 500 cajas a la semana, calcula Díaz. «Es una buena producción», subraya. Su fresa es Monterrey, una variedad «que nos enamoró y con la que hemos tenido récord de 80 gramos por fruto». La mayoría se comercializa en el oriente del país, y también, en el centro.
Desde hace tres años el merideño Jaime Peñaloza se encarga de la supervisión en Agropecuaria Hermanos Díaz 3000. Este cultivo «requiere de mucho manejo, de mucho trabajo, de mucha dedicación. Hay que estar con la fresa, conocer mucho de ella», describe. Esta fruta es agua en más de 80 %.

Las fresas tienen sus peculiaridades. Una de ellas es la existencia de matas madre, «que vienen de Chile, que llegan desnudas» o sin hojas. De ellas se obtienen los hijos, que se ponen en vasitos. Cada mata madre puede producir 10 a 11 hijos. «Es mejor el cultivo cubierto, con menos riesgo de enfermedades», aclara Díaz. Pero es más costoso, por lo que aplica una sencilla fórmula: «Un día a la vez».
Pero pase lo que pase, duraznos y fresas han sido, son y serán la tarjeta de presentación de El Jarillo, un lugar donde la fruta es más dulce y el árbol alza sus brazos al cielo.






